Los antiguos honraban en sumo grado a las salamandras, llamándolas los Reyes del
Fuego a causa de su aspecto llameante, su enorme fuerza y poder, y el importante papel que
desempeñan en los asuntos humanos. Ninguna chispa o fuego puede encenderse en la tierra
sin la ayuda de las salamandras, porque son los espíritus del fuego. Los que poseen la
capacidad de estudiar los fenómenos de la clarividencia pueden ver a los grandes reyes del
fuego retorciéndose y girando en las llamas, especialmente durante una gran conflagración.
Muchos de los antiguos creían que las salamandras del fuego eran dioses, afirmando que
sus emperadores eran los hilos de estos reyes del fuego.
Las salamandras tienen a su cargo las esencias emocionales del hombre, y viven en
el tercer éter, que refleja las cualidades del plano astral o mundo del fuego. Su forma y
tamaño son muy variables, y a veces se las suele ver arrastrándose en medio del fuego. Eran
conocidas por los antiguos como grandes gigantes vertidos con una armadura de llamas que
elevaban a través de las esencias del elemento fuego. Guardan una estrecha conexión con
todas las organizaciones sagradas que utilizan el fuego en el altar, y no caben dudas de que
son idénticas a los gigantes-llameantes de Escandinavia. Gustan especialmente del incienso,
cuyos humos les permiten asumir las formas de ciertos cuerpos.
Las salamandras son los más fuertes y más dinámicos de todos los elementales.
Gran similitud existe entre ellas y los ángeles Luciféricos, y también con los grandes Devas
del fuego de la India. En los volcanes y en los estratos ígneos de la tierra moran según el
decir popular, y desde allí imparten su autoridad. Su rey llameante,