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EL VISLUMBRAR DE LA ERA DE ACUARIO
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VARIOS AUTORES: Las caídas en el sendero..(Paul Brunton)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 02/11/2009 16:56
 
 

Las caídas en el sendero

 

 

Su camino no es un movimiento suave e imperturbado de una posición

satisfactoria a otra. Es una lucha de aquí para allá un combate incesante, una

mezcla de victorias y derrotas. Por ello, no debe asombrar que tantos candidatos no

logren aprobar estos intentos y abandonen la búsqueda en sus etapas primeras

e intermedias. Pero. incluso luego de aprobarlas con buen resultado, surge el otro

peligro de caer de cualquier altura que se haya alcanzado, el cual es otro riesgo del

que los novicios, los que es tanto en la etapa intermedia y hasta los expertos deben

protegerse: de hecho, deben protegerse todos los que todavía no llegaron al grado

final. Hasta que se alcance este grado, siempre es posible que el aspirante se

deslice de su posición y caiga hacia atrás. El riesgo es aún mayor para el experto

que para el neófito, pues, en el penúltimo grado, la oculta oposición a su avance

va en aumento; las tentaciones son más sutiles, más numerosas y complicadas que

antes. En este grado, llegó a estar cerca del buen resultado; pero ésa es la razón

misma de por qué deberá custodiar sus logros con suma vigilancia, pues por las

maquinaciones de las fuerzas malignas él quizá los deseche inconscientemente

todos. Luego de llegar a esta penúltima etapa, alcanzó la posición de un hombre

que, aunque tenga el puerto a la vista, todavía puede irse a pique. Es entonces, más

que antes, que las fuerzas adversas realizarán sus últimos intentos

desesperados para detenerle, vencerle o destruirle, para hundirle en una indecible

desesperación o en una ruina moral. Deberá estar alerta contra los esfuerzos

diabólicamente inspirados para despojarle de todo lo que ganó, y necesitará tener

sumo cuidado para protegerlo y conservarlo. Durante esta fase, en cada paso

que dé deberá certificar dónde pone su pie. moviéndose con sumo cuidado y

asegurándose la más plena salvaguarda. Deberá apelarse a toda esta astucia y esta

sinceridad, a todo este discernimiento y esta paciencia para superar triunfalmente

esta dura prueba.

Habrá otras pruebas, para quien está en la etapa intermedia y para el experto,

mediante las emociones egoístas que despiertan como reacción subsiguiente a la

experiencia mística extática o mediante el descubrimiento de que, dentro de él, se

están desarrollando fuerzas mentales como fruto de esa experiencia. Su sendero

podrá tener la apariencia de logros falsos, que pueden tener algunas, pero no todas

las señales del logro verdadero y final. Si la experiencia es de buena índole, no se

sentirá henchido de orgullo por haberla tenido; más bien experimentará una mayor

humildad que antes, sabiendo cuánto depende de la Gracia del Yo Superior. En

realidad, es mejor que no se lo comunique a los demás, sino que guarde silencio

sobre lo que le está ocurriendo a su vida interior. Y éste es también un sano consejo

por otras razones, pues si por anhelo ardiente o mera vanidad se permite caer en el

engaño acerca de su verdadero estado espiritual, y especialmente si utiliza la

experiencia como justificación para erigirse en maestro público o en fundador de

cultos, entonces también descenderá sobre él la "oscura noche del alma".

Debe aguardar con paciencia hasta que, con claridad v sin errores, sobrevenga

la seguridad divina de que a él le compete comprometerse en tal actividad. Hasta

entonces debe precaverse, no sea que sus emociones le descarríen, no por el

impulso divino sino por su propio egotismo. No debe interferir los senderos

espirituales escogidos personalmente por los demás. Empero, lo que tal vez esté

mal para él, en su actual etapa, puede, años después, ser permisible si llega a una

etapa superior, pues entonces su palabra será sabia y no necia, actuará por

impersonalidad y no por el ego limitado.

Permanecer fiel a la enseñanza cuando se atraviesa un ensayo o una dura

prueba es más fácil cuando el aspirante comprende que ésta es realmente la

experiencia. Se le pondrá a prueba no sólo en cuanto a su sincera lealtad a los

ideales sino también en cuanto a la comprensión adecuada de las ideas. Si como

resultado él se encuentra confuso y en la oscuridad, esto le señalará un nuevo

cauce en su estudio. Si abandona la búsqueda, las circunstancias se modelarán de

tal modo, y los arrepentimientos se introducirán con tanta persistencia, que en pocos

años o en la mitad de su vida, tendrá que ceder ante ese llamado o sufrir el castigo,

que es la muerte prematura o una locura desquiciadora, impuestas por su Yo

Superior.

Necesita estar intelectualmente preparado y emocionalmente purificado antes

de que el Yo Superior descienda para iluminar al intelecto y ennoblecer a la

emoción. De allí que antes de que aquél derrame la luminosidad de la Gracia sobre

su camino, pondrá a prueba su perseverancia en su esfuerzo y comprobará su fe

hasta una angustia que, a veces, parece mas allá de lo soportable. Cuando sienta la

acerba desesperación que sigue inevitablemente a cada fracaso, tal vez abrigue una

y otra vez el pensamiento de abandonar por completo la búsqueda. Empero, si se

mantiene firme, llegará el final, y con éste una rica recompensa. Si siempre regresa

al sendero recto con disposición humilde, pura y arrepentida, recibirá la ayuda

necesaria para redimir su pasado y salvaguardar su futuro. La Gracia está siempre

lista para extender, protectoramente, su shekinah, sobre quien es penitente de

verdad.

Todas estas pruebas, y otras, son finalmente, llamados en procura de una

auto-purificación cada vez mayor. Cuando su anhelo por el Espíritu esté cabalmente

impregnado de ardor y pasión, y cuando estas cualidades sean profundas y

sostenidas, eso ayudará a lograr arduos renunciamientos y a superar tentaciones.

Pero al final llega a esto: que todos los amores menores tienen que ser expulsados

necesariamente del corazón para dar cabida al amor supremo que el Espíritu le

exige inexorablemente. Hay poca virtud en renunciar a lo que nada significa para él,

sólo la hay en renunciar a lo que para él significa todo. En consecuencia, la prueba

tocará su corazón en sus puntos más tiernos. ¿Saldrá él de su círculo cercado de

amores, deseos y apegos personales, para ingresar en el océano infinito e

ilimitado del amor impersonal, del bastarse a sí mismo, de la satisfacción y de la

libertad cabal?

La elección es difícil únicamente mientras mantenga fija su vista en la primera

opción y siga ignorando todo lo que la según da opción significa realmente, pues

cualquiera que sea el deleite que la primera pueda posiblemente darle, ese deleite

ya está contenido en la segunda. Pero está sólo contenido como una muy desleída

consciencia, grandemente inefable, que lo Real le ofrece. Debe ser bastante sabio y

experto para comprender ahora que, si cada apego da el goce de la posesión,

también da el de dengaño de la limitación. No puede tenerse uno sin el otro. Debe

desaparecer todo sentimiento egoísta que obstaculice su entrega personal al

Espíritu, todo lazo personal que inhiba su más pleno sometimiento a él. Pero la

agonía de su pérdida es supera da pronto por el júbilo de su logro. El sacrificio que

se le pide resulta que se compensa, en un nivel superior, con un tesoro

inmensamente rico.

Esto no significa que necesite abandonar por entero los amores menores ni

destruirlos por completo. Significa que los debe poner en segundo lugar, que han de

ser guiados y gobernados por el Alma.

Las pruebas son parte necesaria del crecimiento espiritual de un hombre.

Cuando al hombre se lo pueda poner entre bienes, alimentos o mujeres deseables y

no sienta la tentación de buscar lo que es inadecuado, incorrecto o inmoderado para

él, se lo puede considerar como dueño de sí mismo.

El está buscando la verdad. Lo contrario de la verdad es la falsedad. Por tanto,

estas fuerzas procuran desviarle hacia pensamientos, sentimientos y acciones que

falsificarán su búsqueda. De allí los preceptos que, a modo de advertencia, Platón

formulara a Aristóteles: "Mantente siempre alerta, pues la malignidad trabaja con

múltiples disfraces".

Hay señuelos puestos cruelmente para atraparle, engaños forjados con astucia

para descarriarle, y trampas cavadas duramente para destruirle. Y no se encontrará

con todo esto solamente en sus azares externos. También ocurre dentro de su

propio baluarte. Su intelecto, sus emociones, sus impulsos y su carácter pueden

traicionarle y ponerle en manos de estas fuerzas adversas. Si un discípulo cae

víctima de una tentación, toma una decisión equivocada, es engañado por un falso

maestro, o es descarriado por una doctrina falsa, esto sólo podrá ocurrir si existe

alguna debilidad interior en su carácter o su inteligencia que responda a estas

causas externas. Si le echa la culpa a aquello por el resultado desgraciado, mucha

más culpa deberá echarse a sí mismo. La "oscura noche del alma" que puede luego

sobrevenir es una advertencia del Yo Superior para que se examine en profundidad,

para que busque esta debilidad y la elimine gradualmente.

De esta manera, el aspirante descubrirá que está entablando una guerra contra

las fuerzas del mal. Al concederse la existencia metafísica de éstas, también deberá

concederse la utilidad práctica de ellas al descubrir y poner en evidencia las

debilidades del aspirante. No obstante, todavía surge la necesidad de defenderse

contra ellas. De él depende que procure conducirse, de tal modo, en sus

pensamientos y acciones que frustre las peligrosas maquinaciones de ellas. Pero la

primera protección contra ellas es, como ya se mencionó, considerar siempre el ego

inferior como su peor enemigo. Pues aquel es el engreído depósito de todos sus

fracasos, debilidades e iniquidades: la puerta no custodiada a través de la cual

quienes le disgustan, se oponen a él o le odian pueden realmente perjudicarle. Por

ésta y otras varias razones, es muy importante, para todo aquel que estudie

filosofía, renunciar al egoísmo y a la autoidolatría que apuntalan estas debilidades y

que las defienden contra todas las acusaciones. Mientras él siga aceptando

interiormente el derecho de aquéllas a existir, será incapaz de salir de las tinieblas

en las que habita con el resto de la humanidad, y, asimismo, de mantener a estas

fuerzas invisibles permanentemente derrotadas.

Otros requisitos son las motivaciones puras en su trato con los demás y la

elevación del carácter al pensar en ellos. Esto lo protegerá también de algunos

peligros a los que está expuesto, pero no de todos.

Si el aspirante ha de escapar de este reino crepuscular de fantasías vacías y

realidades deformadas, deberá consagrarse a purificar el cuerpo, las emociones y la

mente, a desarrollar la razón y fortalecer la voluntad. Esto le proporcionará los

medios necesarios para borrar las vanas ilusiones y corregir las percepciones

desordenadas.

Pueden concedérsele manifestaciones psíquicas, pero subsistirá la cuestión

del grado de autenticidad que aquéllas tengan. le guste o no mirar esto cara a cara.

Hasta que haya alcanzado el terreno firme del conocimiento suficiente de la pureza,

del equilibrio y del juicio crítico, él sería más prudente si no buscase ni persiguiese

tales manifestaciones.

Son demasiadas las personas que son desviadas por una corriente de

experiencias y mensajes psíquicos sensacionales que no empiezan en parte alguna,

salvo en las fantasías de su propia mente subconsciente. Aquí, a la imaginación se

la deja en libertad y sin control, como en el estado onírico, de modo que puede

suceder todo y es posible toparse con cualquiera. Aquí. halla su concreción

imaginativa el deseo de verse honrado personalmente por la asociación y la guía de

un Maestro famoso o exótico. De este modo, la alucinación inducida por ellos

mismos comienza fácilmente a gobernar sus vidas.

Quienes se preocupan por tales mensajes, aquellos cuya fe en éstos últimos y

su importancia son ilimitadas, tienden a descarriarse de la búsqueda real: la cual

debe ser en procura del Yo Superior solamente y no es pos de los fenómenos

ocultos que son incidentales a aquél. Si los mensajes son imaginados falsamente,

corren el peligro de atribuir a un ser superior lo que en realidad es su propia

creación subconsciente.

Se lo pondrá en breve contacto o en larga asociación con las personas o las

ideas, con los ejemplos o las atmósferas de otros hombres que tal vez, de modo

inconsciente, sean usados para que presenten más plenamente los rasgos de su

carácter latentes o expresados a medias. Según sean sus naturalezas, provocarán

el mal o influirán para que el bien se manifieste. Un hombre, que era humilde, puede

empezar a ser arrogante. Otro, que llevaba una vida limpia, puede empezar a ser un

disoluto.

Cuando el aspirante está a punto de tomar un rumbo equivocado, cuyo

resultado será el sufrimiento, recibirá una advertencia desde dentro, por parte de la

intuición, o desde fuera, a través de alguna otra persona. En ambos casos, el origen

de aquella advertencia será su Yo Superior.

La vanidad persigue, con sus halagadores susurros, tanto al aspirante novel

como al experto maduro. Hasta en el umbral de los logro más divinos, llega la

ambición para fundar una nueva religión en la que se le tributará reverencia

supersticiosa, pondrá en marcha su propia secta de fieles fácilmente dirigidos, o

adquirirá un rebaño de discípulos que lo adorará dentro de una escuela o de un

ashram. Por supuesto, la tentación se disfraza como un acto de servicio altruista.

Pero tal servicio podrá comenzar segura y correctamente sólo cuando haya

desaparecido de modo cabal y permanente el predominio del ego y hayan sido

remediadas sus inadecuaciones personales. El hecho de ceder prematuramente a

esta tentación enmascarada hará caer sobre él la aflicción de una "noche oscura".

Las ambiciones personales se revisten muy fácilmente con las plumas de pavo real

del servicio a la humanidad. Si desea servir a su generación, deberá equiparse

y prepararse para tal servicio; deberá purificar, esclarecer e iluminar a su ser interior.

Sólo cuando sea fuerte en sí mismo, podrá inspirar fuerza en quienes lleguen a

estar dentro del alcance de su influencia personal. En primer lugar, su ego deberá

convertirse en instrumento en sus santas manos, en siervo de sus directivas

sagradas.

Hay un valor especial de estas pruebas y duras experiencias que, a menudo,

los torna de primordial importancia. Lo que el discípulo no puede lograr

instruyéndose mentalmente en un lapso de varios años, él puede lograrlo en pocos

días, reaccionando de modo desacostumbrado, pero correcto, ante tales pruebas.

Debido a que una decisión o una acción que se le exija puede ser de naturaleza

importante y de consecuencias de largo alcance, si él salta valientemente de un

punto de vista inferior a otro superior, de un punto de vista egoísta o lleno de deseos

a otro altruista o más puro, su avance espiritual puede acelerarse tremendamente.

Sea lo que fuere lo que ocurra durante el largo y variado curso de la búsqueda,

al aspirante se le exige siempre que nunca abandone la fe en el poder divino.

Aquélla sacó a los hombres del peligro gravísimo hacia la seguridad perfecta, de

situaciones desesperadas hacia otras más felices, del estancamiento

descorazonador hacia el avance alentador. Se producirán retrocesos. Tal vez

debiliten sus esfuerzos para encontrar la realidad, pero nunca debe dejar que

debiliten su fe en la realidad. Durante las vicisitudes tremendas, y a veces terribles,

de los años consagrados a las investigaciones místicas, las que en su transcurso lo

sostendrán, y, al final probablemente lo salvarán de una destrucción cabal serán la

fe y la esperanza. Empero, una fe carente de control y de crítica, y una esperanza

que sea vana y engañosa, sólo podrán introducirle con facilidad, directamente, en el

destino siniestro. ¡No! Una fe más bien en el Espíritu que en los hombres, y una

esperanza que valorice a aquél sobre todo lo demás, son las que darán resultados

eficaces. El discípulo deberá mantener ante sí su realización como un objetivo

maestro que habrá de buscar con paciencia y perseverancia.

Al agudo discernimiento no se lo puede sustituir con eficacia. A medida que él

avance en la búsqueda, necesitará desarrollar la capacidad de discernir amigos de

enemigos, de escudriñar debajo de las máscaras, y de despojar de sus experiencias

a los acontecimientos; de otro modo, las fuerzas del mal le tenderán trampas, la

extraviarán o emboscarán, pues el pernicioso oficio de ellas consiste, a menudo, en

disfrazar sus actividades maléficas bajo máscaras de virtud. En consecuencia, a él

le corresponderá, en parte, estar en guardia para penetrar detrás de las apariencias

de aquellas fuerzas. La tarea de éstas consiste en seducirle y apartarle del sendero

derecho y angosto, y la tarea de él consiste en descubrir la mano de aquéllas detrás

de cada intento, y resistirla. Si ha de vencerlas, no bastará que él dependa de sus

propias críticas, de su sinceridad y sus oraciones, de su nobleza y bondad. Necesita

estar informado acerca de la existencia de estas fuerzas, acerca de los signos por

los que se las pueda reconocer, acerca de la sutileza de su accionar, de

lo engañoso de su carácter, y del modo con que atacan y tienden emboscadas. No

sólo son la fe y la esperanza las que lo sostienen durante estas duras pruebas, sino

también la inteligencia y la voluntad, la astucia, el juicio crítico, la facultad racional y

la prudencia en sus tratos con estas pruebas y estas oposiciones malignas.

Cuando Jesús dijo: "A no ser que os volviéreis como niños no entraréis en el

Reino de los Cielos", no invitaba a quienes le oían a que se convirtieran en pueriles,

necios ni fantasiosos. En realidad, lo que aquí se necesita es una advertencia. El

místico que olvida la advertencia complementaria: "Sed astutos como serpientes", y

quien persiste en interpretar equivocadamente las palabras de Jesús como una

instrucción para ser irresponsable, crédulo y totalmente falto de juicio crítico, quien

cree que tales cualidades podrán acercarle más a la sabiduría; ¡allá él si lo hace! El

hecho mismo de que lo crea le incapacita para que capte la verdad de esta cuestión.

Pero quienes pueden sondear el significado filosófico de la cita, saben que lo que

expresa es de suprema importancia. El que estudia filosofía y se preparó para

mirar debajo de la superficie de las cosas y para entender las palabras tanto con su

cabeza como con su corazón, considera que su significado abarca tres niveles.

Primero, es una invitación para que se advierta que, tal como un niño deja de confiar

en sí mismo para confiar en su madre, a la que considera un ser superior, de igual

modo el discípulo, que está ante Dios, deberá renunciar a su egoísmo y adoptar la

actitud sumisa que es la humildad verdadera. Segundo, es un llamado para que

busque la verdad con una mente lozana, una disposición anímica carente de

egoísmos, y una libertad respecto de preconceptos convencionales. Tercero, es una

advertencia en el sentido de que, antes de alcanzar la consciencia mística, el

discípulo deberá lograr la bondad natural y la pureza que hacen que los niños sean

tan diferentes de los adultos. Hay abundantes pruebas para corroborar esta

interpretación de lo que Jesús dijo.

 
 
 


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