Su camino no es un movimiento suave e imperturbado de una posición
satisfactoria a otra. Es una lucha de aquí para allá un combate incesante, una
mezcla de victorias y derrotas. Por ello, no debe asombrar que tantos candidatos no
logren aprobar estos intentos y abandonen la búsqueda en sus etapas primeras
e intermedias. Pero. incluso luego de aprobarlas con buen resultado, surge el otro
peligro de caer de cualquier altura que se haya alcanzado, el cual es otro riesgo del
que los novicios, los que es tanto en la etapa intermedia y hasta los expertos deben
protegerse: de hecho, deben protegerse todos los que todavía no llegaron al grado
final. Hasta que se alcance este grado, siempre es posible que el aspirante se
deslice de su posición y caiga hacia atrás. El riesgo es aún mayor para el experto
que para el neófito, pues, en el penúltimo grado, la oculta oposición a su avance
va en aumento; las tentaciones son más sutiles, más numerosas y complicadas que
antes. En este grado, llegó a estar cerca del buen resultado; pero ésa es la razón
misma de por qué deberá custodiar sus logros con suma vigilancia, pues por las
maquinaciones de las fuerzas malignas él quizá los deseche inconscientemente
todos. Luego de llegar a esta penúltima etapa, alcanzó la posición de un hombre
que, aunque tenga el puerto a la vista, todavía puede irse a pique. Es entonces, más
que antes, que las fuerzas adversas realizarán sus últimos intentos
desesperados para detenerle, vencerle o destruirle, para hundirle en una indecible
desesperación o en una ruina moral. Deberá estar alerta contra los esfuerzos
diabólicamente inspirados para despojarle de todo lo que ganó, y necesitará tener
sumo cuidado para protegerlo y conservarlo. Durante esta fase, en cada paso
que dé deberá certificar dónde pone su pie. moviéndose con sumo cuidado y
asegurándose la más plena salvaguarda. Deberá apelarse a toda esta astucia y esta
sinceridad, a todo este discernimiento y esta paciencia para superar triunfalmente
esta dura prueba.
Habrá otras pruebas, para quien está en la etapa intermedia y para el experto,
mediante las emociones egoístas que despiertan como reacción subsiguiente a la
experiencia mística extática o mediante el descubrimiento de que, dentro de él, se
están desarrollando fuerzas mentales como fruto de esa experiencia. Su sendero
podrá tener la apariencia de logros falsos, que pueden tener algunas, pero no todas
las señales del logro verdadero y final. Si la experiencia es de buena índole, no se
sentirá henchido de orgullo por haberla tenido; más bien experimentará una mayor
humildad que antes, sabiendo cuánto depende de la Gracia del Yo Superior. En
realidad, es mejor que no se lo comunique a los demás, sino que guarde silencio
sobre lo que le está ocurriendo a su vida interior. Y éste es también un sano consejo
por otras razones, pues si por anhelo ardiente o mera vanidad se permite caer en el
engaño acerca de su verdadero estado espiritual, y especialmente si utiliza la
experiencia como justificación para erigirse en maestro público o en fundador de
cultos, entonces también descenderá sobre él la "oscura noche del alma".
Debe aguardar con paciencia hasta que, con claridad v sin errores, sobrevenga
la seguridad divina de que a él le compete comprometerse en tal actividad. Hasta
entonces debe precaverse, no sea que sus emociones le descarríen, no por el
impulso divino sino por su propio egotismo. No debe interferir los senderos
espirituales escogidos personalmente por los demás. Empero, lo que tal vez esté
mal para él, en su actual etapa, puede, años después, ser permisible si llega a una
etapa superior, pues entonces su palabra será sabia y no necia, actuará por
impersonalidad y no por el ego limitado.
Permanecer fiel a la enseñanza cuando se atraviesa un ensayo o una dura
prueba es más fácil cuando el aspirante comprende que ésta es realmente la
experiencia. Se le pondrá a prueba no sólo en cuanto a su sincera lealtad a los
ideales sino también en cuanto a la comprensión adecuada de las ideas. Si como
resultado él se encuentra confuso y en la oscuridad, esto le señalará un nuevo
cauce en su estudio. Si abandona la búsqueda, las circunstancias se modelarán de
tal modo, y los arrepentimientos se introducirán con tanta persistencia, que en pocos
años o en la mitad de su vida, tendrá que ceder ante ese llamado o sufrir el castigo,
que es la muerte prematura o una locura desquiciadora, impuestas por su Yo
Superior.
Necesita estar intelectualmente preparado y emocionalmente purificado antes
de que el Yo Superior descienda para iluminar al intelecto y ennoblecer a la
emoción. De allí que antes de que aquél derrame la luminosidad de la Gracia sobre
su camino, pondrá a prueba su perseverancia en su esfuerzo y comprobará su fe
hasta una angustia que, a veces, parece mas allá de lo soportable. Cuando sienta la
acerba desesperación que sigue inevitablemente a cada fracaso, tal vez abrigue una
y otra vez el pensamiento de abandonar por completo la búsqueda. Empero, si se
mantiene firme, llegará el final, y con éste una rica recompensa. Si siempre regresa
al sendero recto con disposición humilde, pura y arrepentida, recibirá la ayuda
necesaria para redimir su pasado y salvaguardar su futuro. La Gracia está siempre
lista para extender, protectoramente, su shekinah, sobre quien es penitente de
verdad.
Todas estas pruebas, y otras, son finalmente, llamados en procura de una
auto-purificación cada vez mayor. Cuando su anhelo por el Espíritu esté cabalmente
impregnado de ardor y pasión, y cuando estas cualidades sean profundas y
sostenidas, eso ayudará a lograr arduos renunciamientos y a superar tentaciones.
Pero al final llega a esto: que todos los amores menores tienen que ser expulsados
necesariamente del corazón para dar cabida al amor supremo que el Espíritu le
exige inexorablemente. Hay poca virtud en renunciar a lo que nada significa para él,
sólo la hay en renunciar a lo que para él significa todo. En consecuencia, la prueba
tocará su corazón en sus puntos más tiernos. ¿Saldrá él de su círculo cercado de
amores, deseos y apegos personales, para ingresar en el océano infinito e
ilimitado del amor impersonal, del bastarse a sí mismo, de la satisfacción y de la
libertad cabal?
La elección es difícil únicamente mientras mantenga fija su vista en la primera
opción y siga ignorando todo lo que la según da opción significa realmente, pues
cualquiera que sea el deleite que la primera pueda posiblemente darle, ese deleite
ya está contenido en la segunda. Pero está sólo contenido como una muy desleída
consciencia, grandemente inefable, que lo Real le ofrece. Debe ser bastante sabio y
experto para comprender ahora que, si cada apego da el goce de la posesión,
también da el de dengaño de la limitación. No puede tenerse uno sin el otro. Debe
desaparecer todo sentimiento egoísta que obstaculice su entrega personal al
Espíritu, todo lazo personal que inhiba su más pleno sometimiento a él. Pero la
agonía de su pérdida es supera da pronto por el júbilo de su logro. El sacrificio que
se le pide resulta que se compensa, en un nivel superior, con un tesoro
inmensamente rico.
Esto no significa que necesite abandonar por entero los amores menores ni
destruirlos por completo. Significa que los debe poner en segundo lugar, que han de
ser guiados y gobernados por el Alma.
Las pruebas son parte necesaria del crecimiento espiritual de un hombre.
Cuando al hombre se lo pueda poner entre bienes, alimentos o mujeres deseables y
no sienta la tentación de buscar lo que es inadecuado, incorrecto o inmoderado para
él, se lo puede considerar como dueño de sí mismo.
El está buscando la verdad. Lo contrario de la verdad es la falsedad. Por tanto,
estas fuerzas procuran desviarle hacia pensamientos, sentimientos y acciones que
falsificarán su búsqueda. De allí los preceptos que, a modo de advertencia, Platón
formulara a Aristóteles: "Mantente siempre alerta, pues la malignidad trabaja con
múltiples disfraces".
Hay señuelos puestos cruelmente para atraparle, engaños forjados con astucia
para descarriarle, y trampas cavadas duramente para destruirle. Y no se encontrará
con todo esto solamente en sus azares externos. También ocurre dentro de su
propio baluarte. Su intelecto, sus emociones, sus impulsos y su carácter pueden
traicionarle y ponerle en manos de estas fuerzas adversas. Si un discípulo cae
víctima de una tentación, toma una decisión equivocada, es engañado por un falso
maestro, o es descarriado por una doctrina falsa, esto sólo podrá ocurrir si existe
alguna debilidad interior en su carácter o su inteligencia que responda a estas
causas externas. Si le echa la culpa a aquello por el resultado desgraciado, mucha
más culpa deberá echarse a sí mismo. La "oscura noche del alma" que puede luego
sobrevenir es una advertencia del Yo Superior para que se examine en profundidad,
para que busque esta debilidad y la elimine gradualmente.
De esta manera, el aspirante descubrirá que está entablando una guerra contra
las fuerzas del mal. Al concederse la existencia metafísica de éstas, también deberá
concederse la utilidad práctica de ellas al descubrir y poner en evidencia las
debilidades del aspirante. No obstante, todavía surge la necesidad de defenderse
contra ellas. De él depende que procure conducirse, de tal modo, en sus
pensamientos y acciones que frustre las peligrosas maquinaciones de ellas. Pero la
primera protección contra ellas es, como ya se mencionó, considerar siempre el ego
inferior como su peor enemigo. Pues aquel es el engreído depósito de todos sus
fracasos, debilidades e iniquidades: la puerta no custodiada a través de la cual
quienes le disgustan, se oponen a él o le odian pueden realmente perjudicarle. Por
ésta y otras varias razones, es muy importante, para todo aquel que estudie
filosofía, renunciar al egoísmo y a la autoidolatría que apuntalan estas debilidades y
que las defienden contra todas las acusaciones. Mientras él siga aceptando
interiormente el derecho de aquéllas a existir, será incapaz de salir de las tinieblas
en las que habita con el resto de la humanidad, y, asimismo, de mantener a estas
fuerzas invisibles permanentemente derrotadas.
Otros requisitos son las motivaciones puras en su trato con los demás y la
elevación del carácter al pensar en ellos. Esto lo protegerá también de algunos
peligros a los que está expuesto, pero no de todos.
Si el aspirante ha de escapar de este reino crepuscular de fantasías vacías y
realidades deformadas, deberá consagrarse a purificar el cuerpo, las emociones y la
mente, a desarrollar la razón y fortalecer la voluntad. Esto le proporcionará los
medios necesarios para borrar las vanas ilusiones y corregir las percepciones
desordenadas.
Pueden concedérsele manifestaciones psíquicas, pero subsistirá la cuestión
del grado de autenticidad que aquéllas tengan. le guste o no mirar esto cara a cara.
Hasta que haya alcanzado el terreno firme del conocimiento suficiente de la pureza,
del equilibrio y del juicio crítico, él sería más prudente si no buscase ni persiguiese
tales manifestaciones.
Son demasiadas las personas que son desviadas por una corriente de
experiencias y mensajes psíquicos sensacionales que no empiezan en parte alguna,
salvo en las fantasías de su propia mente subconsciente. Aquí, a la imaginación se
la deja en libertad y sin control, como en el estado onírico, de modo que puede
suceder todo y es posible toparse con cualquiera. Aquí. halla su concreción
imaginativa el deseo de verse honrado personalmente por la asociación y la guía de
un Maestro famoso o exótico. De este modo, la alucinación inducida por ellos
mismos comienza fácilmente a gobernar sus vidas.
Quienes se preocupan por tales mensajes, aquellos cuya fe en éstos últimos y
su importancia son ilimitadas, tienden a descarriarse de la búsqueda real: la cual
debe ser en procura del Yo Superior solamente y no es pos de los fenómenos
ocultos que son incidentales a aquél. Si los mensajes son imaginados falsamente,
corren el peligro de atribuir a un ser superior lo que en realidad es su propia
creación subconsciente.
Se lo pondrá en breve contacto o en larga asociación con las personas o las
ideas, con los ejemplos o las atmósferas de otros hombres que tal vez, de modo
inconsciente, sean usados para que presenten más plenamente los rasgos de su
carácter latentes o expresados a medias. Según sean sus naturalezas, provocarán
el mal o influirán para que el bien se manifieste. Un hombre, que era humilde, puede
empezar a ser arrogante. Otro, que llevaba una vida limpia, puede empezar a ser un
disoluto.
Cuando el aspirante está a punto de tomar un rumbo equivocado, cuyo
resultado será el sufrimiento, recibirá una advertencia desde dentro, por parte de la
intuición, o desde fuera, a través de alguna otra persona. En ambos casos, el origen
de aquella advertencia será su Yo Superior.
La vanidad persigue, con sus halagadores susurros, tanto al aspirante novel
como al experto maduro. Hasta en el umbral de los logro más divinos, llega la
ambición para fundar una nueva religión en la que se le tributará reverencia
supersticiosa, pondrá en marcha su propia secta de fieles fácilmente dirigidos, o
adquirirá un rebaño de discípulos que lo adorará dentro de una escuela o de un
ashram. Por supuesto, la tentación se disfraza como un acto de servicio altruista.
Pero tal servicio podrá comenzar segura y correctamente sólo cuando haya
desaparecido de modo cabal y permanente el predominio del ego y hayan sido
remediadas sus inadecuaciones personales. El hecho de ceder prematuramente a
esta tentación enmascarada hará caer sobre él la aflicción de una "noche oscura".
Las ambiciones personales se revisten muy fácilmente con las plumas de pavo real
del servicio a la humanidad. Si desea servir a su generación, deberá equiparse
y prepararse para tal servicio; deberá purificar, esclarecer e iluminar a su ser interior.
Sólo cuando sea fuerte en sí mismo, podrá inspirar fuerza en quienes lleguen a
estar dentro del alcance de su influencia personal. En primer lugar, su ego deberá
convertirse en instrumento en sus santas manos, en siervo de sus directivas
sagradas.
Hay un valor especial de estas pruebas y duras experiencias que, a menudo,
los torna de primordial importancia. Lo que el discípulo no puede lograr
instruyéndose mentalmente en un lapso de varios años, él puede lograrlo en pocos
días, reaccionando de modo desacostumbrado, pero correcto, ante tales pruebas.
Debido a que una decisión o una acción que se le exija puede ser de naturaleza
importante y de consecuencias de largo alcance, si él salta valientemente de un
punto de vista inferior a otro superior, de un punto de vista egoísta o lleno de deseos
a otro altruista o más puro, su avance espiritual puede acelerarse tremendamente.
Sea lo que fuere lo que ocurra durante el largo y variado curso de la búsqueda,
al aspirante se le exige siempre que nunca abandone la fe en el poder divino.
Aquélla sacó a los hombres del peligro gravísimo hacia la seguridad perfecta, de
situaciones desesperadas hacia otras más felices, del estancamiento
descorazonador hacia el avance alentador. Se producirán retrocesos. Tal vez
debiliten sus esfuerzos para encontrar la realidad, pero nunca debe dejar que
debiliten su fe en la realidad. Durante las vicisitudes tremendas, y a veces terribles,
de los años consagrados a las investigaciones místicas, las que en su transcurso lo
sostendrán, y, al final probablemente lo salvarán de una destrucción cabal serán la
fe y la esperanza. Empero, una fe carente de control y de crítica, y una esperanza
que sea vana y engañosa, sólo podrán introducirle con facilidad, directamente, en el
destino siniestro. ¡No! Una fe más bien en el Espíritu que en los hombres, y una
esperanza que valorice a aquél sobre todo lo demás, son las que darán resultados
eficaces. El discípulo deberá mantener ante sí su realización como un objetivo
maestro que habrá de buscar con paciencia y perseverancia.
Al agudo discernimiento no se lo puede sustituir con eficacia. A medida que él
avance en la búsqueda, necesitará desarrollar la capacidad de discernir amigos de
enemigos, de escudriñar debajo de las máscaras, y de despojar de sus experiencias
a los acontecimientos; de otro modo, las fuerzas del mal le tenderán trampas, la
extraviarán o emboscarán, pues el pernicioso oficio de ellas consiste, a menudo, en
disfrazar sus actividades maléficas bajo máscaras de virtud. En consecuencia, a él
le corresponderá, en parte, estar en guardia para penetrar detrás de las apariencias
de aquellas fuerzas. La tarea de éstas consiste en seducirle y apartarle del sendero
derecho y angosto, y la tarea de él consiste en descubrir la mano de aquéllas detrás
de cada intento, y resistirla. Si ha de vencerlas, no bastará que él dependa de sus
propias críticas, de su sinceridad y sus oraciones, de su nobleza y bondad. Necesita
estar informado acerca de la existencia de estas fuerzas, acerca de los signos por
los que se las pueda reconocer, acerca de la sutileza de su accionar, de
lo engañoso de su carácter, y del modo con que atacan y tienden emboscadas. No
sólo son la fe y la esperanza las que lo sostienen durante estas duras pruebas, sino
también la inteligencia y la voluntad, la astucia, el juicio crítico, la facultad racional y
la prudencia en sus tratos con estas pruebas y estas oposiciones malignas.
Cuando Jesús dijo: "A no ser que os volviéreis como niños no entraréis en el
Reino de los Cielos", no invitaba a quienes le oían a que se convirtieran en pueriles,
necios ni fantasiosos. En realidad, lo que aquí se necesita es una advertencia. El
místico que olvida la advertencia complementaria: "Sed astutos como serpientes", y
quien persiste en interpretar equivocadamente las palabras de Jesús como una
instrucción para ser irresponsable, crédulo y totalmente falto de juicio crítico, quien
cree que tales cualidades podrán acercarle más a la sabiduría; ¡allá él si lo hace! El
hecho mismo de que lo crea le incapacita para que capte la verdad de esta cuestión.
Pero quienes pueden sondear el significado filosófico de la cita, saben que lo que
expresa es de suprema importancia. El que estudia filosofía y se preparó para
mirar debajo de la superficie de las cosas y para entender las palabras tanto con su
cabeza como con su corazón, considera que su significado abarca tres niveles.
Primero, es una invitación para que se advierta que, tal como un niño deja de confiar
en sí mismo para confiar en su madre, a la que considera un ser superior, de igual
modo el discípulo, que está ante Dios, deberá renunciar a su egoísmo y adoptar la
actitud sumisa que es la humildad verdadera. Segundo, es un llamado para que
busque la verdad con una mente lozana, una disposición anímica carente de
egoísmos, y una libertad respecto de preconceptos convencionales. Tercero, es una
advertencia en el sentido de que, antes de alcanzar la consciencia mística, el
discípulo deberá lograr la bondad natural y la pureza que hacen que los niños sean
tan diferentes de los adultos. Hay abundantes pruebas para corroborar esta
interpretación de lo que Jesús dijo.