No obstante, sólo quien está en los extremos y carece de equilibrio puede
desear prescindir de la instrucción sabia que es correcta, si puede disponer de ella,
pues sin ella los hombres deberán sufrir duras pruebas y cometer muchos errores, y,
en consecuencia, sufrir mucho también. Efectivamente, grande es la necesidad de
un maestro en el que se pueda confiar. Pero deberá ser no sólo hombre que
conozca, sino también hombre fuerte y piadoso: fuerte, porque quienes acudan en
su busca son débiles, y piadoso porque no tiene otro modo de inducirlos que darles
su ayuda. De modo que, si son incapaces de resolver por sí solos sus difíciles
problemas, deben buscar y aceptar la guía de otro. El hecho de obtener la guía
amistosa de alguien que conozca hasta dónde se prolonga el camino es un
procedimiento razonable, como es irracional convertirse en un débil mental esclavo
de alguien que revele infalibilidad pontifical y desapruebe la racionalidad científica.
La función primordial de un maestro competente es mostrar a sus discípulos un
camino seguro y, de este modo, reducir el esfuerzo necesario, como su función
secundaria es la de dar fuerza propulsora hacia la meta.
Los aspirantes, en su mayoría, descubren que el Yo Superior no es algo a lo
que puedan aspirar o sobre lo que puedan meditar mientras para su mente corriente
no sea posible concebirlo, imaginarlo y captarlo. Para ellos, es un vacío sin
forma, caracteres ni rasgos, ni punto de referencia. Es demasiado intangible, vago e
indefinido para que su consciencia se sienta elevada o para que su atención se
concentre en él. Este concepto los deja, por así decirlo, suspendidos en el aire. Por
tanto, lo que necesitan es algo o alguien que les proporcione un foco visible de
aspiración a la realidad, un centro imaginable para meditar en él. Es decir, necesitan
un atractivo símbolo de lo Real.
A ese símbolo lo podrán encontrar en un personaje histórico escritural que
conozcan por la tradición; en un maestro vivo que conozcan por relación personal;
en un libro, antiguo o moderno, cuyas frases impliquen estar inspiradas por el
conocimiento de la realidad; en las producciones musicales, pictóricas, esculturales
y demás, de orden artístico, pertenecientes al genio humano; o en la belleza, la
grandiosidad, la inmensidad y la serenidad de la Naturaleza misma. Unas pocas
flores en un simple vaso pueden también transmitir, a algunas mentalidades
refinadas, un símbolo adecuado de la Gracia divina. Pero sea lo que fuere, es
indispensable que, si ha de ser eficaz, sea atractivo para sus predilecciones
personales. Con los mismos fines, pueden incluso utilizarse los adminículos,
instrumentos, ceremonias, ritos y sacrametos de la religión, siempre que se cumpla
esta condición y siempre que no se los considere a la luz de
extravagantes pretenciones formuladas habitualmente por su intermedio, sino como
muestras de lo Intangible y como recordatorios de la Búsqueda. De esta manera, la
estatuilla de un Buddha sumido en la contemplación puede estar colmada de
significado en los ojos de un místico budista cada vez que la contempla, como un
esperanzado mensaje dirigido desde el silencio del Nirvana hacia el hombre que
está atado por los deseos y como un estímulo para seguir practicando los ejercicios
de meditación. El pequeño crucifijo que lleva bajo su camisa puede tener vivo
significado para le mente del mistico cristiano cada vez que lo toca, como una señal
de la presencia del espíritu oculto "crucificado" en un universo manifiesto y como
una recordación de la necesidad de morir para el ego inferior.
Los aspirantes que encontraron un guía contemporáneo que sea digno de
confianza, un maestro ideal que se unió con su alma y quiere ayudar a los demás
que buscan alcanzar el mismo estado, pueden considerarle, convenientemente,
como su Símbolo finito del Yo Superior. El hecho de que le acepten como un guía
espiritual no será entonces un disparate. Por lo contrario, será un acto de sabiduría,
pues les ayudará mucho para que avancen. A la mente le dará algo claro con lo cual
ocupar su campo de atención, algo de lo que sólo podrán apoderarse
el pensamiento y el sentimiento durante la hora de aspiración, pero también lo
podrán retener los que estén fuera de ella. De allí que, para quienes no alcanzaron
la etapa de una mística plenamente operativa (etapa que no se alcanza con facilidad
pues es avanzada), sería una necedad desvalorizar semejantes ayudas externas,
sería una imprudencia no apreciar la utilidad de tal símbolo.
Hay algunas otras ventajas, entre las más impersonales, en la utilización del
nombre y de la persona de un maestro como foco de esta clase de meditación. Para
muchas personas, es más fácil trabajar imaginativamente con los sentidos físicos
con los que están familiarizadas, que creativamente con las facultades de la
reflexión abstracta, con las que están mucho menos habituadas, pues el aspirante
puede crear rápidamente la imagen mental; puede recordar rápidamente el sentido
de elevación que el impacto de su influjo le prodiga; puede establecer una actividad
en la que, telepáticamente, de su presencia viva extraiga mayor fuerza para
concentrarse y una más pertinente pericia para volverse hacia adentro; y, de esta
manera, podrá encontrar un objeto visible para los sentimientos que él mismo
albergue, objeto éste a cuya semejanza él podrá tratar de adecuar sus
propios esfuerzos. Durante tal meditación, el aspirante sentirá la satisfacción de que
dejó de ser compulsivamente restringido por sus limitados recursos.
"Cuando un discípulo está preparado, el maestro aparece". Pero esto no
significa necesariamente su aparición física; significa realmente su aparición mental.
Cuando el discípulo se purifica y autodisciplina, hasta cierto punto, mediante su
propio esfuerzo, cuando se vuelve más sensible por la meditación y más intruido por
el estudio, entonces el Yo Superior puede dirigir su pensamiento hacia algún
hombre desarrollado como un foco para sus otras meditaciones, plegarias y
aspiraciones. Decimos aquí "puede" porque esto no ocurre siempre. Depende de la
historia, las circunstancias, la inclinación, la capacidad y el carácter del individuo.
Los lazos espirituales creados en anteriores nacimientos pueden ser tan fuertes que
necesiten nuevamente, por un tiempo, una relación entre maestro y discípulo. La
necesidad de una salida devocional de carácter personal y tangible puede ser tan
abrumadora que tome imperativo encontrar una salida digna a fin de facilitar el
avance ulterior. La debilidad natural de la mayoría de los seres humanos puede
fomentar estados depresivos que paralicen el esfuerzo, por lo que son necesarios
los incentivos y estímulos de seres humanos más fuertes.
Por otro lado, un hombre puede haber cultivado en tal medida la confianza en
sí mismo, la independencia y el equilibrio que todas estas consideraciones no lo
perturben. En ese caso, no necesitará ni se le aparecerá maestro alguno. Su propio
Yo Superior le proporcionará guía directa desde su interior, en vez de desde fuera,
como en los caso antes citados.
Cuando por su deseo o por los designios del destino es puesto en contacto con
un maestro, ni siquiera entonces es necesario que esté permanentemente con este
hombre. Basta que esté con él unos pocos minutos. Pero aunque no hubiera
encontrado al maestro, el hecho de establecer contacto en lo
interno, correspondiéndose mutuamente, es suficiente. Y aunque jamás hubiera
existido tal correspondencia, el hecho de absorber el pensamiento de un libro que el
maestro hubiera escrito conducirá a algún resultado de esta índole.
En realidad, el método más corto y rápido del logro místico es imaginar que de
verdad él es el santo que es su ideal, imaginar que él mismo se transformó en el
Gurú a quien sigue. Pero esto le es dado a un discípulo sólo hacia el final de sus
aventuras en la meditación, pues ha de estar bastante purificado en su carácter,
debe ser experto en concentración y contemplación, metafísico al separar, lo que
carece de forma, de su apariencia externa, y capaz de desapegarse del ego
personal para poder, en primer lugar, usar un método tan eficaz, y, en segundo
lugar, para usarlo con seguridad, sin causar daño.
En este ejercicio, él deberá representar al maestro, obrar como si fuera el
maestro, y disponer de toda su su capacidad nistriónica para imitar todo lo que el
maestro acostumbraría. Cuando piense de este modo en el maestro, inicialmente se
sumirá, de modo acelerado, en la contemplación, pero la consumación final de ésta
sobrevendrá cuando él se una con la esencia que le pertenece, con la mente sola
que le pertenece.
Cuando imagine al maestro, debe pensar, principalmente, en el Espíritu que
está usando el cuerpo del maestro. Es más eficaz, y, por ende, la parte más
avanzada de este ejercicio, pensar en el maestro como un instrumento de la energía
superior, como un vehículo de la presencia divina, que pensar en aquél meramente
como una persona que se basta a sí misma. No ha de pensar tanto en el guía de
carne y hueso como en la mente que lo inspira. No ha de imaginar a la personalidad
en su estado corriente sino en su estado extraordinario de absorción. Lo que
el discípulo procura cuando está sumido en la misma meditación profunda es su
consciencia interior, que él ha de contemplar y con la cual ha de identificarse. No ha
de adorar al hombre, sino más bien el Espíritu que tomó posesión de aquél. No ha
de concentrar tanto el pensamiento en la figura de carne como en la presencia que
existe dentro de ésta. No es el nombre del profeta muerto o del guía vivo el que
recibirá su homenaje y su devoción, su reverencia y su rezo, sino más bien el ser
Sin Nombre que lo domina. Así, el aspirante pasa de la apariencia a la realidad, y de
esta manera se prepara para convertirse en un vehículo de la misma vida divina.
Cuando a un guía, que todavía frágil y falible porque todavía es humano, se lo
considera una divinidad, cuando se lo viste crédulamente con títulos deíficos y sus
discípulos lo entronizan reverentemente mucho más allá del alcance profano de la
razón común, quienes tienen mentalidad filosófica no pueden hacer nada más que
sonreir amablemente y retirarse en silencio. Para éstos, ser adorado por otros no es
un privilegio sino un fastidio. Es pura blasfemia llamar a cualquier gurú con el
nombre de la Deidad y atribuirle poder deífico. La verdad acerca de esto la expresó
San Pablo lisa y llanamente: "Yo planté, Apolo regó, pero el crecimiento lo ha dado
Dios" (I Corintios, III, versículo 6to).
No debemos adorar a hombre alguno. Debemos venerar su encarnación del
ideal, del corazón y de la mente en un estado su persona. La filosofía aboga
ardientemente por la necesidad de la veneración, pero no aboga por una veneración
ciega y crédula, carente de sabiduría. No debemos venerar al maestro por que
queramos convertir a un hombre en Dios, como lo hacen a menudo los
supersticiosos, sino porque queremos convertir a nuestro yo en un maestro, como
los seres filosóficos tratan de hacerlo.
Hay muchas anécdotas que parecen demostrar que aunque no hayan dado
una realización duradera, los gurús han dado a sus discípulos, por lo menos,
experiencias ocultas transformadoras. ¿Cuál es la verdad oculta acerca de este
asunto? Donde estas experiencias ocurren en presencia del maestro y conducen a
un estado de concentración interior mediana o plena, aquéllas son de carácter
hipnótico. Si el maestro es realmente de clase superior y realmente profundizó en su
propia alma más que la gente del común, será capaz de comunicar al discípulo algo
de esta profundidad, si éste cae en semejante estado de auto-absorción. En su
lugar, esto es útilísimo para representarle a qué se parece la próxima etapa de la
meditación mística. Desde el punto de vista filosófico, su valor es limitado debido a
su naturaleza efímera, porque las revelaciones psíquicas que a menudo acompañan
esto, pueden ser sólo sugestiones hipnóticas de índole dudosa, porque esto no
puede dar resultados permanentes, y porque en esta etapa, el discípulo tendrá que
elaborar su propia evolución. En la India, el carácter y el valor de esta
experiencia fueron a menudo exagerados burdamente, ignorando el hecho histórico
de que los anales del hipnotismo occidental registran muchos casos de experiencias
parecidas en las que el hipnotizador no era necesariamente un hombre espiritual.
Sin embargo, donde un discípulo experimenta la presencia psíquica de su
maestro aunque estén en ciudades diferentes o en países muy alejados, cuando
bajo tales condiciones percibe la visión del rostro y la forma de su maestro frente a
él, y cuando mantiene diarias conversaciones mentales con esta presencia y esta
forma vivas, es natural que deba llegar a la conclusión de que el maestro está
realmente con él en algún cuerpo "astral" y que los encuentros los quiso
deliberadamente el maestro, y los produjo mediante su poder yóguico. Pero estas
conclusiones pueden ser equivocadas. Los hechos en los cuales se basan pueden
existir solamente en la imaginación del discipulo. Es muy probable que el maestro
olvide totalmente lo que le ocurrió a su discípulo y desconozca por completo estas
apariciones diarias y estas conversaciones telepáticas. Entonces, ¿qué ocurrió
realmente? La respuesta es que la forma que estas experiencias tomaron y las
ideas que aquella forma le diera fueron enteramente autosugeridas. La
concentración del discípulo en la idea del maestro, su fe tremenda en el poder del
maestro, su gran devoción hacia él, liberaron capacidades latentes de su propia
mente y las convirtieron temporariamente en fuerzas cinéticas. De esta manera, en
vez de refutar la existencia de los poderes yóguicos, esta interpretación de sus
experiencias la comprueba realmente. Sólo que los que están realmente en cuestión
no son los poderes del maestro sino los del discípulo.
Esto explica la mayoría de los casos, pero no todos. Donde el maestro es un
hombre de genuina consciencia del Yo Superior, se pone en juego otra fuerza. Hay
una reacción espontánea hacia el pensamiento del discípulo acerca del maestro,
pero esto proviene del Yo Superior y se dirige hacia el discípulo y, por así decirlo,
sobre la cabeza del maestro mismo. Además, no es necesario que el adepto piense
en cada uno de sus discípulos separada e individualmente. Basta que diariamente
se retire del contacto con el mundo durante media hora o una hora y vuelva su
atención hacia la Divinidad solamente y se abra como una puerta a través de la cual
aquélla pasará para iluminar a los demás. Durante ese mismo lapso, todos los que
mentalmente estén consagrados a él recibirán entonces, de modo automático, el
impulso transmitido sin siquiera estar, a la sazón, conscientemente en la mente del
adepto. Pero semejante guía es extraordinario, y esos casos son, en consecuencia,
excepcionales.