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EL VISLUMBRAR DE LA ERA DE ACUARIO
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VARIOS AUTORES: La opción que se plantea a quien busca la verdad..Paul Brunton.
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 02/11/2009 17:27

 

 

La opción que se plantea a quien busca la verdad

Paul Brunton

 

No obstante, sólo quien está en los extremos y carece de equilibrio puede

desear prescindir de la instrucción sabia que es correcta, si puede disponer de ella,

pues sin ella los hombres deberán sufrir duras pruebas y cometer muchos errores, y,

en consecuencia, sufrir mucho también. Efectivamente, grande es la necesidad de

un maestro en el que se pueda confiar. Pero deberá ser no sólo hombre que

conozca, sino también hombre fuerte y piadoso: fuerte, porque quienes acudan en

su busca son débiles, y piadoso porque no tiene otro modo de inducirlos que darles

su ayuda. De modo que, si son incapaces de resolver por sí solos sus difíciles

problemas, deben buscar y aceptar la guía de otro. El hecho de obtener la guía

amistosa de alguien que conozca hasta dónde se prolonga el camino es un

procedimiento razonable, como es irracional convertirse en un débil mental esclavo

de alguien que revele infalibilidad pontifical y desapruebe la racionalidad científica.

La función primordial de un maestro competente es mostrar a sus discípulos un

camino seguro y, de este modo, reducir el esfuerzo necesario, como su función

secundaria es la de dar fuerza propulsora hacia la meta.

Los aspirantes, en su mayoría, descubren que el Yo Superior no es algo a lo

que puedan aspirar o sobre lo que puedan meditar mientras para su mente corriente

no sea posible concebirlo, imaginarlo y captarlo. Para ellos, es un vacío sin

forma, caracteres ni rasgos, ni punto de referencia. Es demasiado intangible, vago e

indefinido para que su consciencia se sienta elevada o para que su atención se

concentre en él. Este concepto los deja, por así decirlo, suspendidos en el aire. Por

tanto, lo que necesitan es algo o alguien que les proporcione un foco visible de

aspiración a la realidad, un centro imaginable para meditar en él. Es decir, necesitan

un atractivo símbolo de lo Real.

A ese símbolo lo podrán encontrar en un personaje histórico escritural que

conozcan por la tradición; en un maestro vivo que conozcan por relación personal;

en un libro, antiguo o moderno, cuyas frases impliquen estar inspiradas por el

conocimiento de la realidad; en las producciones musicales, pictóricas, esculturales

y demás, de orden artístico, pertenecientes al genio humano; o en la belleza, la

grandiosidad, la inmensidad y la serenidad de la Naturaleza misma. Unas pocas

flores en un simple vaso pueden también transmitir, a algunas mentalidades

refinadas, un símbolo adecuado de la Gracia divina. Pero sea lo que fuere, es

indispensable que, si ha de ser eficaz, sea atractivo para sus predilecciones

personales. Con los mismos fines, pueden incluso utilizarse los adminículos,

instrumentos, ceremonias, ritos y sacrametos de la religión, siempre que se cumpla

esta condición y siempre que no se los considere a la luz de

extravagantes pretenciones formuladas habitualmente por su intermedio, sino como

muestras de lo Intangible y como recordatorios de la Búsqueda. De esta manera, la

estatuilla de un Buddha sumido en la contemplación puede estar colmada de

significado en los ojos de un místico budista cada vez que la contempla, como un

esperanzado mensaje dirigido desde el silencio del Nirvana hacia el hombre que

está atado por los deseos y como un estímulo para seguir practicando los ejercicios

de meditación. El pequeño crucifijo que lleva bajo su camisa puede tener vivo

significado para le mente del mistico cristiano cada vez que lo toca, como una señal

de la presencia del espíritu oculto "crucificado" en un universo manifiesto y como

una recordación de la necesidad de morir para el ego inferior.

Los aspirantes que encontraron un guía contemporáneo que sea digno de

confianza, un maestro ideal que se unió con su alma y quiere ayudar a los demás

que buscan alcanzar el mismo estado, pueden considerarle, convenientemente,

como su Símbolo finito del Yo Superior. El hecho de que le acepten como un guía

espiritual no será entonces un disparate. Por lo contrario, será un acto de sabiduría,

pues les ayudará mucho para que avancen. A la mente le dará algo claro con lo cual

ocupar su campo de atención, algo de lo que sólo podrán apoderarse

el pensamiento y el sentimiento durante la hora de aspiración, pero también lo

podrán retener los que estén fuera de ella. De allí que, para quienes no alcanzaron

la etapa de una mística plenamente operativa (etapa que no se alcanza con facilidad

pues es avanzada), sería una necedad desvalorizar semejantes ayudas externas,

sería una imprudencia no apreciar la utilidad de tal símbolo.

Hay algunas otras ventajas, entre las más impersonales, en la utilización del

nombre y de la persona de un maestro como foco de esta clase de meditación. Para

muchas personas, es más fácil trabajar imaginativamente con los sentidos físicos

con los que están familiarizadas, que creativamente con las facultades de la

reflexión abstracta, con las que están mucho menos habituadas, pues el aspirante

puede crear rápidamente la imagen mental; puede recordar rápidamente el sentido

de elevación que el impacto de su influjo le prodiga; puede establecer una actividad

en la que, telepáticamente, de su presencia viva extraiga mayor fuerza para

concentrarse y una más pertinente pericia para volverse hacia adentro; y, de esta

manera, podrá encontrar un objeto visible para los sentimientos que él mismo

albergue, objeto éste a cuya semejanza él podrá tratar de adecuar sus

propios esfuerzos. Durante tal meditación, el aspirante sentirá la satisfacción de que

dejó de ser compulsivamente restringido por sus limitados recursos.

"Cuando un discípulo está preparado, el maestro aparece". Pero esto no

significa necesariamente su aparición física; significa realmente su aparición mental.

Cuando el discípulo se purifica y autodisciplina, hasta cierto punto, mediante su

propio esfuerzo, cuando se vuelve más sensible por la meditación y más intruido por

el estudio, entonces el Yo Superior puede dirigir su pensamiento hacia algún

hombre desarrollado como un foco para sus otras meditaciones, plegarias y

aspiraciones. Decimos aquí "puede" porque esto no ocurre siempre. Depende de la

historia, las circunstancias, la inclinación, la capacidad y el carácter del individuo.

Los lazos espirituales creados en anteriores nacimientos pueden ser tan fuertes que

necesiten nuevamente, por un tiempo, una relación entre maestro y discípulo. La

necesidad de una salida devocional de carácter personal y tangible puede ser tan

abrumadora que tome imperativo encontrar una salida digna a fin de facilitar el

avance ulterior. La debilidad natural de la mayoría de los seres humanos puede

fomentar estados depresivos que paralicen el esfuerzo, por lo que son necesarios

los incentivos y estímulos de seres humanos más fuertes.

Por otro lado, un hombre puede haber cultivado en tal medida la confianza en

sí mismo, la independencia y el equilibrio que todas estas consideraciones no lo

perturben. En ese caso, no necesitará ni se le aparecerá maestro alguno. Su propio

Yo Superior le proporcionará guía directa desde su interior, en vez de desde fuera,

como en los caso antes citados.

Cuando por su deseo o por los designios del destino es puesto en contacto con

un maestro, ni siquiera entonces es necesario que esté permanentemente con este

hombre. Basta que esté con él unos pocos minutos. Pero aunque no hubiera

encontrado al maestro, el hecho de establecer contacto en lo

interno, correspondiéndose mutuamente, es suficiente. Y aunque jamás hubiera

existido tal correspondencia, el hecho de absorber el pensamiento de un libro que el

maestro hubiera escrito conducirá a algún resultado de esta índole.

En realidad, el método más corto y rápido del logro místico es imaginar que de

verdad él es el santo que es su ideal, imaginar que él mismo se transformó en el

Gurú a quien sigue. Pero esto le es dado a un discípulo sólo hacia el final de sus

aventuras en la meditación, pues ha de estar bastante purificado en su carácter,

debe ser experto en concentración y contemplación, metafísico al separar, lo que

carece de forma, de su apariencia externa, y capaz de desapegarse del ego

personal para poder, en primer lugar, usar un método tan eficaz, y, en segundo

lugar, para usarlo con seguridad, sin causar daño.

En este ejercicio, él deberá representar al maestro, obrar como si fuera el

maestro, y disponer de toda su su capacidad nistriónica para imitar todo lo que el

maestro acostumbraría. Cuando piense de este modo en el maestro, inicialmente se

sumirá, de modo acelerado, en la contemplación, pero la consumación final de ésta

sobrevendrá cuando él se una con la esencia que le pertenece, con la mente sola

que le pertenece.

Cuando imagine al maestro, debe pensar, principalmente, en el Espíritu que

está usando el cuerpo del maestro. Es más eficaz, y, por ende, la parte más

avanzada de este ejercicio, pensar en el maestro como un instrumento de la energía

superior, como un vehículo de la presencia divina, que pensar en aquél meramente

como una persona que se basta a sí misma. No ha de pensar tanto en el guía de

carne y hueso como en la mente que lo inspira. No ha de imaginar a la personalidad

en su estado corriente sino en su estado extraordinario de absorción. Lo que

el discípulo procura cuando está sumido en la misma meditación profunda es su

consciencia interior, que él ha de contemplar y con la cual ha de identificarse. No ha

de adorar al hombre, sino más bien el Espíritu que tomó posesión de aquél. No ha

de concentrar tanto el pensamiento en la figura de carne como en la presencia que

existe dentro de ésta. No es el nombre del profeta muerto o del guía vivo el que

recibirá su homenaje y su devoción, su reverencia y su rezo, sino más bien el ser

Sin Nombre que lo domina. Así, el aspirante pasa de la apariencia a la realidad, y de

esta manera se prepara para convertirse en un vehículo de la misma vida divina.

Cuando a un guía, que todavía frágil y falible porque todavía es humano, se lo

considera una divinidad, cuando se lo viste crédulamente con títulos deíficos y sus

discípulos lo entronizan reverentemente mucho más allá del alcance profano de la

razón común, quienes tienen mentalidad filosófica no pueden hacer nada más que

sonreir amablemente y retirarse en silencio. Para éstos, ser adorado por otros no es

un privilegio sino un fastidio. Es pura blasfemia llamar a cualquier gurú con el

nombre de la Deidad y atribuirle poder deífico. La verdad acerca de esto la expresó

San Pablo lisa y llanamente: "Yo planté, Apolo regó, pero el crecimiento lo ha dado

Dios" (I Corintios, III, versículo 6to).

No debemos adorar a hombre alguno. Debemos venerar su encarnación del

ideal, del corazón y de la mente en un estado su persona. La filosofía aboga

ardientemente por la necesidad de la veneración, pero no aboga por una veneración

ciega y crédula, carente de sabiduría. No debemos venerar al maestro por que

queramos convertir a un hombre en Dios, como lo hacen a menudo los

supersticiosos, sino porque queremos convertir a nuestro yo en un maestro, como

los seres filosóficos tratan de hacerlo.

Hay muchas anécdotas que parecen demostrar que aunque no hayan dado

una realización duradera, los gurús han dado a sus discípulos, por lo menos,

experiencias ocultas transformadoras. ¿Cuál es la verdad oculta acerca de este

asunto? Donde estas experiencias ocurren en presencia del maestro y conducen a

un estado de concentración interior mediana o plena, aquéllas son de carácter

hipnótico. Si el maestro es realmente de clase superior y realmente profundizó en su

propia alma más que la gente del común, será capaz de comunicar al discípulo algo

de esta profundidad, si éste cae en semejante estado de auto-absorción. En su

lugar, esto es útilísimo para representarle a qué se parece la próxima etapa de la

meditación mística. Desde el punto de vista filosófico, su valor es limitado debido a

su naturaleza efímera, porque las revelaciones psíquicas que a menudo acompañan

esto, pueden ser sólo sugestiones hipnóticas de índole dudosa, porque esto no

puede dar resultados permanentes, y porque en esta etapa, el discípulo tendrá que

elaborar su propia evolución. En la India, el carácter y el valor de esta

experiencia fueron a menudo exagerados burdamente, ignorando el hecho histórico

de que los anales del hipnotismo occidental registran muchos casos de experiencias

parecidas en las que el hipnotizador no era necesariamente un hombre espiritual.

Sin embargo, donde un discípulo experimenta la presencia psíquica de su

maestro aunque estén en ciudades diferentes o en países muy alejados, cuando

bajo tales condiciones percibe la visión del rostro y la forma de su maestro frente a

él, y cuando mantiene diarias conversaciones mentales con esta presencia y esta

forma vivas, es natural que deba llegar a la conclusión de que el maestro está

realmente con él en algún cuerpo "astral" y que los encuentros los quiso

deliberadamente el maestro, y los produjo mediante su poder yóguico. Pero estas

conclusiones pueden ser equivocadas. Los hechos en los cuales se basan pueden

existir solamente en la imaginación del discipulo. Es muy probable que el maestro

olvide totalmente lo que le ocurrió a su discípulo y desconozca por completo estas

apariciones diarias y estas conversaciones telepáticas. Entonces, ¿qué ocurrió

realmente? La respuesta es que la forma que estas experiencias tomaron y las

ideas que aquella forma le diera fueron enteramente autosugeridas. La

concentración del discípulo en la idea del maestro, su fe tremenda en el poder del

maestro, su gran devoción hacia él, liberaron capacidades latentes de su propia

mente y las convirtieron temporariamente en fuerzas cinéticas. De esta manera, en

vez de refutar la existencia de los poderes yóguicos, esta interpretación de sus

experiencias la comprueba realmente. Sólo que los que están realmente en cuestión

no son los poderes del maestro sino los del discípulo.

Esto explica la mayoría de los casos, pero no todos. Donde el maestro es un

hombre de genuina consciencia del Yo Superior, se pone en juego otra fuerza. Hay

una reacción espontánea hacia el pensamiento del discípulo acerca del maestro,

pero esto proviene del Yo Superior y se dirige hacia el discípulo y, por así decirlo,

sobre la cabeza del maestro mismo. Además, no es necesario que el adepto piense

en cada uno de sus discípulos separada e individualmente. Basta que diariamente

se retire del contacto con el mundo durante media hora o una hora y vuelva su

atención hacia la Divinidad solamente y se abra como una puerta a través de la cual

aquélla pasará para iluminar a los demás. Durante ese mismo lapso, todos los que

mentalmente estén consagrados a él recibirán entonces, de modo automático, el

impulso transmitido sin siquiera estar, a la sazón, conscientemente en la mente del

adepto. Pero semejante guía es extraordinario, y esos casos son, en consecuencia,

excepcionales.




 


 

 

 

 

 

 



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