¡Si no creemos en nosotros mismos
nos estamos destruyendo!...(I)
Conferencia dictada por el Sr. Roberto Ruggiero.
Un médico americano, Raymond Moody, escribe en su libro “Vida después de la vida” que todos los
pacientes durante una intervención quirúrgica declarados clínicamente
muertos, y que, merced a los adelantados
métodos científicos actuales, consiguen reanimarse, coinciden en relatar de la misma forma
el estado consciente en el que ellos asistían al esfuerzo de los médicos por revivirlos. Cita
decenas de caso y, al seguir produciéndose nuevas evidencias, escribe un segundo libro
al respecto: “sobre Vida después de la vida”. Sin embargo, todas estas evidencias no han logrado modificar un criterio materialista,
tremendamente cristalizado, de una ciencia que sorprende por sus extraordinarios progresos,
pero que sólo reconoce evidencias a través de aparatos físicos que sólo alcanzan a
investigar un ámbito físico, a su igual. Los testimonios serios de limitados científicos modernos como el citado, no conmueven una situación
material, que es lo que aspiramos a modificar con la enseñanza espiritual. Debemos agregar que la Filosofía Rosacruz advierte que la Tierra es un organismo vivo, que lo que
aparentemente es inerte – su costra externa – mantiene dentro de cierta medida una actividad interna
que podemos investigar desde la superficie, sin necesidad de dirigirnos al interior del planeta, como
por ejemplo cuando esa costra se abre con un sismo o con
una erupción volcánica, y produce la muerte
y la destrucción. Este es un indicio y una evidencia para todos. Sin embargo, los científicos
modernos realizan experiencias explosivas nucleares en el interior del planeta. Pueden crear el caos. Cuando hablamos de la necesidad de un cambio de mentalidad, lo hacemos porque es imperioso
comprender otras realidades, y no vivir dentro de un desconocimiento lamentable. Lamentable,
porque a pesar de que a través de los tiempos se ha procurado educar a la Humanidad,
ésta no tiene oídos ni ojos, no siente y, sobre todo, parecería que no quiere. En este momento es tan importante entender, como lo fue en todas las épocas. Cuando en un principio se le explicó a la humanidad, nueva en la Tierra, que siguiera cierto
desenvolvimiento, no quiso escuchar. Se negó a escuchar. Se le explicó con palabras claras, con
razonamiento, con amor. La humanidad siguió el destino que quiso forjarse, y enfrentó
lo que se llama Consecuencia, Ley que hemos procurado explicar repetidas veces. Queremos hacer vibrar dentro de cada uno valores que existen pero que, por las condiciones
externas tan negativas y equivocadas – costumbres y hábitos -, son relegados y nadie
los trabaja. Entonces, de acuerdo a la realidad, se es activo apenas para lo transitorio
y no para lo trascendente y eterno. A la actividad material, sorprendente y maravillosa pero que acabará con la partida, todos atienden;
pero a lo que es trascendental, lo que se llevará, lo que el ser será después, eso a nadie le
preocupa. Es el tema que nos preocupa a nosotros. La Consecuencia es la Ley que regula todos los hechos humanos. No es una Ley
estática, sino una Ley que se renueva en todos los movimientos humanos. Va creando nuevas causas
que a su vez van a tener nuevos efectos. Hoy mismo, estamos disfrutando de ciertas condiciones que son premio por esfuerzos realizados. Pero posiblemente nos falte algo: señal evidente de que falta completarse en ese sentido. Todo se procesa a través del dar a cada uno aquello que necesita para dar un paso adelante, y
se propicia por Ley de Consecuencia que cada uno sienta lo que conquistó y lo que le falta conquistar. Las situaciones de todos los seres humanos individualmente son tan diversas porque también
los temperamentos humanos son diversos. En este momento podemos sentir la falta de algo, que
tenemos que hacer los méritos para alcanzar. Hoy podemos estar disfrutando de bienestar, como
consecuencia de algo que ganamos. Nuestro temperamento, nuestras condiciones actuales,
son también consecuencia de lo que hicimos o de lo que dejamos de hacer. A veces, en esta existencia, sufrimos ciertas limitaciones y nos
sorprendemos porque nuestra conducta
nos parece correcta y sin embargo no vemos los resultados que esperamos de ella. Tal vez hayamos
conseguido mejorar nuestro carácter o nuestra conducta, pero a veces ha quedado algo
pendiente, y que se llama Karma o Destino, que es preciso conseguir salvar, porque va a
completar al individuo, lo va a hacer más dinámico o más noble. Por eso, puede falta algo. Procuremos conquistar, pero con un esfuerzo más cuidadoso. Ordenemos nuestro
pensamiento. No demos lugar nunca a condiciones negativas, que caen sobre nosotros mismos. Si las circunstancias no nos ayudan, solemos caer en el disgusto, en la violencia, en el error.
Pero mientras no comprendamos que todo dependerá de que nuestra conducta sea
más amena, más dulce, más bondadosa, vamos a recoger lo que estamos sembrando.
Si emitimos aún pensamientos que no están de acuerdo con un ser que es algo
eterno e inmortal, las consecuencias vendrán, como advertencia. ¿Cómo vamos a dar lugar a la pesadumbre, a la tristeza, si estamos
viviendo dentro de un Plan Divino en
que Dios se manifiesta a través de todas las circunstancias? ¿Vamos a dudar de Dios? En general,
lo estamos recibiendo todo: si hay alguna pequeña contrariedad, hagamos méritos;
pero cuidemos principalmente de los medio que tenemos, sobre todo de nuestro pensamiento.
Eduquémoslo en forma positiva y segura. El pensamiento es un medio. Nunca es un fin. Nosotros lo manejamos. Podrá suceder que alguna
vez nos llegue un mal pensamiento: saquémoslo y pongamos otro en su lugar; al igual que
en la física, dos cosas no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo. El pensamiento es el medio de que disponemos, y todos somos
los únicos dueños de nuestra mente. Es posible que no hayamos tenido el suficiente cuidado, y entonces la mente se habituó a estar
un poco dispersa. Pero ahora ya tenemos el conocimiento preciso: dependemos de
nuestra mente, por lo tanto, dirijámosla; hagamos que funcione estrictamente como nosotros
le mandamos. La mente es como una mano o un pie, que lo movemos o no. No es
independiente de nosotros. Nosotros somos los directores. Demos, pues, nacimiento a un pensamiento positivo, seguro, y sustituyamos el que podamos
tener. Si nos encontramos en un coche de transporte colectivo o en medio de un tumulto de gente,
podemos tener pensamientos que no son de nosotros mismos. Si no corresponde, dejémoslo
de lado. Sustituyámoslos por otro: tengamos un pensamiento positivo. Con esta educación, comienza un nuevo proceso en cada uno. Hay un poder que se está desestimando, que no se está usando. Es un poder interno, poder de la Divinidad que está al florecer en cada uno. Hágase que ella se
manifieste: manifestemos ese poder por medio de una conducta, por un esfuerzo.
¡Manifestemos lo que existe en realidad y es desconocido para todos! Nos consideramos seres de la Tierra: estamos equivocados; no lo somos porque dentro
de un lapso la abandonaremos. Y ¿qué son un puñado de años ante el infinito del tiempo? Al
abandonar la Tierra, abandonamos un medio que no nos corresponde más; estamos en tránsito,
en experiencia. Entonces, manejémonos en consecuencia, como criaturas seguras en Dios, que
lo que pretenden es desenvolver una conducta más cuidadosa y criteriosa. Venzámonos a nosotros mismos. Tengamos cuidado con
la violencia, con el egoísmo, con la sexualidad.
Cuidado con todas estas cosas que son exceso. Vivamos felices de tener vida y poder de realizar todo
lo que dispongamos. Pero para que esa realización sea posible y que ese poder interno se
desenvuelva decididamente, tenemos que contar con nosotros mismos. Pero ¿qué poder podremos realizar si comenzamos por dudar de nosotros mismos? Dios y la Humanidad es un conjunto armonizado en un mismo tono. Dios, en su actuación,
como no duda de sí mismo, realiza el Plan Divino. Y los que estamos dentro de ese Plan,
o pensamos y actuamos como Él o no desenvolveremos lo que somos. Continuaremos como
seres de la Tierra, porque iremos y volveremos, y viviremos y volveremos a ir, y
adelantaremos muy lentamente. ¿Por qué esa lentitud? Ese poder interno que permitirá que alcancemos todo está en nosotros.
Comencemos por creer en él. Si no creemos, nosotros mismos nos estamos derrotando. Todo
es evidencia para mostrar que lo que el ser humano decide, lo alcanza. En el pasado se imaginaron
hechos calificados entonces como fantasía o utopía. Y esas fantasías y utopías se
han ido realizando una tras la otra. No hay barreras al pensamiento humano, a la imaginación. Tenemos pues por delante un
horizonte amplísimo, sin límites, en el que la realización humana se irá transformando, si así lo
quiere la humanidad, en ideales cada vez más completos, verdaderos y eternos. Todo ello, a
causa de que por fin comenzamos a confiar en nosotros mismos y actuamos con la seguridad
que nunca debe de abandonarnos: seguridad en Dios, pensamiento en Dios. Hay algo que debemos recordar: en nuestra vida diaria, todos nuestros actos son depósitos
que hacemos en una cuenta corriente que se lleva en forma rigurosa. Esto no se sospecha.
En el equilibrio cósmico hay un control absoluto de todas las acciones; no nos quepa duda
de ello. Hay un Banco Universal que recoge todos los depósitos que hacemos. Cuando se realiza una obra de bien, cuando se hace un esfuerzo constructivo, cuando, en
fin, son ustedes mismos que actúa y no son las condiciones externas ni las circunstancias
las que los mueven, sino una conciencia interna desenvuelta que les dice de actuar en
determinado sentido de bien, de desprendimiento, sin egoísmos, están ustedes haciendo
hermosísimos depósitos bancarios en una cuenta en que la suma de esos valores irá
aumentando, y a la que algún día encontrarán con un enorme haber. Esa es la vida; ése,
el esfuerzo de todos los días: un depósito constante. Claro que si hacemos un uso indebido del haber, si lo malgastamos, llegará un momento
en que la cuenta estará en déficit, lo que significa dificultades, contrariedades. Tendremos
entonces que apresurarnos a hacer nuevos depósitos. Sabemos que la forma de depositar es
recordando lo que somos y actuando como tal: como seres que formamos parte de una
humanidad que sigue adelante en busca de un crecimiento, y en la que todos
nos debemos los unos a los otros. El Libro de los libros, la Sagrada Biblia, nos dice que tenemos que dar para recibir.
Recordemos: lo más hermoso es esa invitación a dar, porque el que da, recibirá.
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