LA ESENCIA DIVINA SIEMPRE ILUMINA LA OSCURIDAD
por
Alexandra B. Porter, Ph. D.
Conferencia en tres partes sobre la Muerte y la Agonía
TERCERA PARTE CÓMO VIVIR AQUÍ, AHORA Y LUEGO CON
CRISTO...Y(III)
Confío en que todos sigamos la luz de la guía espiritual y hagamos lo que
hayamos de hacer en el Sendero. Cuando podamos ver y conocer las condiciones
del Espíritu en las esferas elevadas, comprenderemos cuán importante es que se
nos ilustre sobre este tema mientras se estemos aún sobre la tierra.
Espero que todos alcanzaremos el momento en que el átomo simiente de
nuestro corazón no vierta en la sangre sino excelencia. Un momento en que las
imágenes grabadas en la sangre y enviadas a influenciar las glándulas, sea una
corriente pura y constante de partículas de vida, amor y energía divina.
Y ahora, para dar fin a esta conferencia sobre la Muerte y la Agonía,
permitidme referirme a un hecho y relataros un suceso en una tribu africana. En
mi búsqueda de información real para esta conferencia, encontré que, en un
informe médico reciente del neurólogo Oliver Sacks, Dr. en medicina, sugería
que el sonido estimulaba la liberación de varias endorfinas y es una gran
herramienta muy poderosa en muchas enfermedades neurológicas como el
Parkinson y el Alzheimer, debido a su capacidad única para reorganizar funciones
cerebrales dañadas. Eso me remite a un sucedido, el sucedido de una tribu
africana.
“En determinada tribu africana, cuando una mujer se sabe embarazada, se
va al desierto con algunas amigas y oran y meditan juntas hasta que oyen el canto
del niño. Ellas reconocen que cada Espíritu tiene su propia vibración, que expresa
sus características y propósitos únicos. Cuando todas las mujeres se sintonizan
con el canto del niño, lo cantan todas en voz alta. Entonces regresan a la tribu y se
lo enseñan a todos los demás.
Cuando el niño nace, la comunidad se reúne y canta el canto del niño. Más
tarde, cuando el niño empieza su educación, el pueblo se reúne y canta el canto
del niño. Cuando el niño pasa la iniciación de la edad adulta, de nuevo el pueblo
se reúne y canta. En el momento del matrimonio, los contrayentes oyen sus
cantos. Finalmente, cuando el espíritu está a punto de salir de este mundo, los
familiares y amigos se reúnen alrededor de la cama del moribundo, como lo
hicieron cuando nació, y lo acompañan, cantando, a la próxima vida.
En esta tribu africana sólo hay otra ocasión en que el pueblo canta al niño:
Si, en cualquier momento de su vida, esa persona comete un crimen o un acto
socialmente aberrante, se le cita en el centro del pueblo y sus habitantes, en
comunidad, forman un círculo a su alrededor y le cantan su canto.
La tribu reconoce que la corrección por conducta antisocial no es un
castigo; es amor y recordatorio de la propia identidad. Cuando nosotros
conocemos nuestro propio canto, no deseamos ni necesitamos que nadie haga
nada que lastime a otro.
Un amigo es alguien que conoce nuestro canto y nos lo canta cuando lo
olvidamos. Los que nos quieren no se confunden con nuestros errores ni con el
mal concepto que podamos tener de nosotros mismos. Cuando nos sentimos feos,
ellos nos recuerdan nuestra belleza; nuestra integridad, cuando nos sentimos
rotos; nuestra inocencia, cuando nos sentimos culpables; y nuestros propósitos,
cuando nos sentimos confundidos.
Nosotros podemos no haber nacido en una tribu africana que entone nuestro
canto en los momentos cruciales de nuestra vida, pero lo hace la vida, que nos
recuerda siempre, si estamos en armonía con nosotros mismos o no. Si nos
sentimos bien, lo que estamos haciendo se empareja con nuestro canto y, cuando
nos sentimos feos, no. En fin, que hemos de reconocer nuestro canto y entonarlo
bien anónimamente.
Espero que sepamos aprender las cualidades y hábitos de la realidad y que
nuestras vidas se expandan en otras vidas. Y las conoceremos sólo si somos lo
suficientemente humildes como para agradecerlas y suficientemente generosos
como para pagar repetidamente su precio. Y eso se consigue mediante una vida
práctica y concreta. No hemos de esperar pasivamente que sucedan las cosas por
la Gracia de Dios. Hemos de buscar la Gracia de Dios viviendo, pensando,
exponiendo y orando de una manera práctica y concreta. Entonces, la luz que
reside en cada hombre desde que llega a este mundo, gradualmente se convierte
en una llama que guía su vida. Cuando morimos, nuestras vidas en los otros
planos no son un aura vaga de amabilidad amorosa, sino el foco de todas nuestras
energías, capacidades, pensamientos, imaginaciones y deseos.
“