LA VENIDA DE CRISTO Y LA EVOLUCIÓN.(I)
por Francisco-Manuel Nácher
- ¿A qué se debió la venida de Cristo?
- Vino a salvar a la Humanidad.
- Pero, ¿a salvarla de qué?
- De su cristalización y desaparición.
- ¿Así, como suena?
- Sí. En el momento de la venida de Cristo, la evolución de la
Humanidad estaba seriamente comprometida.
- Pero, ¿por qué?
- Verás: El cuerpo físico nos nace a los nueve meses de gestación,
como todos sabemos. Pero el cuerpo vital o etérico necesita más, ya que es
más reciente y, por tanto, menos evolucionado. Nace a los siete años,
dando lugar al comienzo de la edad del crecimiento. El cuerpo astral o de
deseos, a su vez, nace a los catorce años, produciendo, lógicamente, el
comienzo de la pubertad. Y la mente, último vehículo adquirido por el
hombre en su evolución, nace a los veintiún años, dando lugar al desarrollo
integral del hombre.
- ¿O sea, que hasta los veintiún años no somos realmente adultos?
- En buena ley, no.
- ¿Cómo es posible, pues, que pensemos y discurramos y hasta
estudiemos sin tener mente?
- Porque utilizamos la mente de nuestros progenitores, es decir,
especializamos dentro de nuestra propia aura una porción de la mente de
nuestros padres. Pero nuestra propia mente, la totalmente nuestra,
individual, fruto de todas nuestras vidas anteriores y, por tanto, la que da a
nuestra vida el carácter verdadero relativo a nuestra exacta evolución, esa,
si bien nos envuelve y está formándose desde el día de la concepción, no
nace hasta los veintiún años y no acaba de completar su desarrollo hasta
los veintiocho.
- ¡Qué cosas! ¡Quién lo diría! Pero, si se reflexiona un poco, parece
lógico. Es curioso recordar que, tradicionalmente, la mayoría de edad se
fijaba en los veintiún años, hasta que, recientemente, se rebajó a los
dieciocho.
- Son cosas que el hombre hace por ignorancia de las leyes naturales.
Pero, pon atención a lo que sigue.
- ¿Qué?
- Que, lo mismo que nuestro cuerpo físico, llega un momento en que
deja de funcionar, es decir, se muere junto con el cuerpo vital o etérico (y
nosotros extraemos sus átomos-simiente, que conservan la historia
completa de nuestra evolución), también el cuerpo de deseos o astral, en el
que seguimos viviendo tras la muerte física, primero en el llamado
Purgatorio y luego en el Primer Cielo, llega un momento en que se muere.
- ¿También? ¿El cuerpo de deseos también muere?
- ¡Claro! Y nosotros, nuestro espíritu, recibe su átomo-simiente, junto
con los dos anteriores, y pasa al segundo cielo, que se encuentra en la
Región del Pensamiento Concreto del Mundo del Pensamiento, donde
sigue viviendo.
- ¿Y en qué cuerpo se vive?
- En el cuerpo mental.
- ¿Y ese no se muere?
- También. Llega un momento, igualmente, en que el Espíritu se
desprende de él y pasa, sin vehículos ya, a la Región del Pensamiento
Abstracto del Mundo del Pensamiento o Tercer Cielo.
- ¿Y qué hace allí?
- Ahí está la cuestión. Tanto en el Purgatorio como en el Primero,
Segundo y Tercer Cielos, el Espíritu reflexiona de distinta manera, a través
de múltiples experiencias, sobre todas y cada una de las vivencias y
acontecimientos de su última vida, y extrae las enseñanzas oportunas, que
quedan grabadas en el átomo-simiente de cada vehículo para, cuando
vuelva a renacer, es decir, cuando recorra el camino inverso, desde el
espíritu hasta la materia, cada átomo-simiente pueda atraer de cada mundo
la sustancia apropiada para la construcción del vehículo de ese mundo
capaz de manifestar todas las facultades, sabiduría y progreso alcanzados
hasta entonces, así como los vicios y defectos aún no corregidos, a lo largo
de su evolución.
- ¿Así funcionamos?
- Así funcionamos. Pero ten en cuenta que el paso, tras la muerte, de
un plano a otro más elevado, es consecuencia directa de la eliminación
paulatina de las vibraciones más lentas, es decir, del material más pesado,
más próximo a la Tierra, como un tronco sumergido en el fondo de un
depósito de agua que fuese perdiendo lastre iría ascendiendo hacia la
superficie.
- Comprendo.
- Sin embargo, cuando se está muy pegado a la Tierra, al mundo
físico, cuando no se tiene ninguna elevación espiritual o altruista, no es
posible el ascenso a planos superiores.
- ¿Por qué?
- Porque, tras la muerte, se pasa al Purgatorio. En el Purgatorio,
como sabes, se revive la última vida, experimentando todo el dolor que se
ha producido a los demás, con la finalidad de que el Espíritu aprenda esas
lecciones. En el Purgatorio, como te he dicho, vivimos en el Mundo del
Deseo o Astral.
- Sí.
- Lo normal es que, una vez terminada la estancia en el Purgatorio, es
decir, una vez eliminadas, a base de sufrimientos, las vibraciones más
lentas en la zona más densa del Astral, se eleve uno al Primer Cielo y allí,
viviendo aún en el cuerpo de deseos, revivir de nuevo la última
encarnación y experimentar todo el bien y la felicidad que durante ella
hemos producido a los demás.
- De acuerdo.
- Pero con la Humanidad de entonces ocurría algo especial.
- ¿Qué?
- Pues que, pegados a la Tierra, sin más aspiraciones que poseer
muchos bienes, sin sentimientos altruístas, es decir, manteniéndose desde
millones de años como los pueblos primitivos, no pasaban, tras la muerte,
del Purgatorio y, sólo los más avanzados, del Primer Cielo, es decir, no
llegaban al mundo del Pensamiento. A decir verdad, llegaban pero, como
no eran sensibles a sus vibraciones, era como si no llegaran.
- ¿Y eso qué efecto producía?
- El de que, como no se elevaban más siendo conscientes, porque sus
vibraciones no se lo permitían, renacían rápidamente sin haber asimilado
lección alguna en el primero, segundo ni tercer cielos y, como sus cuerpos
de deseos y mental no se habían aún disuelto, los atraían magnéticamente
al descender hacia el renacimiento, y los utilizaban de nuevo, con lo que
no había posibilidad de progreso alguno.
- ¡Qué barbaridad!
- Añade a ello que, como lo único que conseguían renovar en cada
encarnación eran los cuerpos físico y etérico, no mejoraban tampoco
mucho en ese aspecto. Es decir, que su evolución se había, prácticamente,
detenido y sin posibilidades de mejorar y, por tanto, estaban, estábamos,
porque ello afectaba a toda la humanidad, abocados al retroceso y a la
desaparición como individuos, en el caos.
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