desobedece.
Será un poderoso aliado contra sus enemigos, pero puede ser también un enemigo
poderoso, y por consiguiente le teme también. Y así lo adora y le sacrifica anímales por
miedo y avaricia.
Más tarde llega al estado en el que se le enseña a adorar a un Dios de amor y a sacrificarse
por el mismo diariamente, toda su vida, pues se le recompensará en un estado futuro en el
que debe tener fe, y cuyo estado no se lo describen claramente.
Finalmente, el hombre llega al estado en el que reconoce su propia divinidad y hará el bien
porque es bueno, sin esperar ni recompensa ni castigo.
Los judíos habían alcanzado el segundo de esos estados y estaban bajo la ley. La religión
cristiana se va elevando por el tercer estado, si bien no se ha librado del todo del segundo.
Todos nosotros estamos aún bajo leyes hechas por Dios y por el hombre para subyugar
nuestros cuerpos de deseos por el miedo, pero para desarrollarnos espiritualmente desde
ahora debemos sensibilizar nuestro cuerpo vital, que es sólo dirigible por el amor, no
reconociendo absolutamente la ley que gobierna la naturaleza emocional.
Con objeto de preparar ese estado futuro, los sacerdotes, quienes estaban más desarrollados
que la gente ordinaria, se mantuvieron separados y aparte. Sabemos que en el Oriente sólo
cierta casta, los brahmanes, podían entrar en los templos y realizar los servicios religiosos.
Entre los judíos sólo los levitas podían aproximarse al santuario, y en otras naciones
sucedía lo mismo. Los sacerdotes eran siempre una clase distinta, que no podían casarse
con el resto del pueblo. Estaban separado s y aparte en todo respecto.
Eso era debido a que los guías de la humanidad podían usar solamente la excitación cuando
existía cierta lasitud entre el cuerpo vital y el denso. Así que eligieron a esos sacerdotes y
los agrupaban en los templos, regulando toda su vida, su sexualidad, etc., en toda su
extensión.
Pero cuando Cristo se liberó del cuerpo de Jesús y difundió Su Ser por todo el mundo, el
velo se rompió, simbolizando el hecho de que la necesidad de condiciones especiales había
cesado de existir. Desde ese entonces el éter ha estado cambiando la tierra. Una creciente
intensidad vibratoria permite la expresión de las cualidades altruistas. El comienzo de esa
enorme vibración fue lo que produjo la oscuridad que siguió a la crucifixión. No era
oscuridad en manera alguna, sino una luz intensa que cegó al pueblo hasta que las
vibraciones fueron disminuyendo por la inmersión en el cuerpo denso, físico de la Tierra.
Pocas horas después el radiante Espíritu Cristo había entrado en la Tierra suficientemente
como para restablecer las condiciones normales. Pero gradualmente ese poder interno va
elevándose, y las vibraciones etéricas están acelerándose, aumentando el altruismo y el
crecimiento espiritual. Así que las condiciones actuales son tales que no hay necesidad
alguna de una clase especial privilegiada, pero todos y cada uno deben aspirar a entrar en el
sendero de la iniciación.
Sin embargo, las antiguas condiciones mueren con dificultad; bajo el régimen de Jehová, el
Espíritu de la Luna, la humanidad se separó en naciones, y con objeto de que él pudiera
guiarlas se hizo necesario que algunas veces empleara una nación para castigar a otra, pues
la humanidad no era entonces dirigible por el amor sólo obedecía al látigo del miedo. Antes
de que la Gran Fraternidad Universal de Amor pueda formarse, será necesario deshacer
esas naciones, pues si tenemos varios montones de ladrillos y queremos construir un gran
edificio es necesario primero que separemos esos montones en ladrillos individuales,
aprovechándolos así para formar el gran edificio. Por lo tanto, Cristo dijo: “yo no vengo a
traer la paz, sino una espada”.
Debemos sobrepasar el patriotismo y aprender a decir con esa gran alma, Tomás Paine: “El
mundo es mi patria y hacer el bien mi religión”. Hasta ese entonces habrá guerras, y
cuantas más mejor, porque entonces veremos más pronto su horror, lo que nos obligará a
hacer la paz.
En la Santa Noche, cuando nació Cristo, los ángeles cantaron una canción: “Paz en la
Tierra y buena voluntad a los hombres”. Más tarde el niño creció y dijo: “Yo no vengo a
traer paz, sino una espada”, y la religión cristiana ha sido la más sangrienta de todas las
religiones humanas.
Ha llevado la desolación y el dolor a todas partes donde ha ido; pero, aparte de todo eso,
llegará un tiempo en el que la canción de los Ángeles se convertirá en una realidad y
entonces se vivirán las palabras de Cristo sobre el amor al prójimo. Cuando la espada haya
hecho su obra se transformará en un arado, y entonces ya no habrá más guerras, porque
tampoco habrá más naciones.