Eres mi respirar
Yo soy el Pastor, Yo soy la Puerta.
El Apóstol Juan, considerado el bienamado, era el más joven de todos los Apóstoles. Y
era el bienamado, porque el Cristo esperaba mucho de él;
de su dulzura, de su amor, de su abnegación.
Y Juan sabía bien quien era el Cristo. Él repite las palabras del Cristo, en momento de máxima
turbación y confusión, cuando más se necesitaban, porque cuando viene un Salvador a la Tierra, lo
hace cuando las sombras son mayores. Cuando la sombra es mayor, se hace evidente la necesidad
de la luz. Por este motivo vino el Cristo, para ser el nuevo Pastor
y a ayudar como tal. Quedaban las viejas
religiones para atrás y Él vino a traer la nueva, a erigirse en el nuevo pastor. Pero Él dice: El pastor
se sacrifica por sus ovejas. Realmente eso es lo que Él hace, desde entonces.
En estos momentos del año, en que pasó la Pascua, es la época que el Cristo se retiró de la
Tierra y está llegando al mismo mundo de Dios. Vean que esto tienen que sentirlo con entendimiento
y con conocimiento. Él cuando deja la Tierra, transita por los mundos invisibles, haciendo lo
mismo que hizo en el interior de la Tierra beneficiándolos. Aún, refiriéndonos a nuestra Tierra, ésta se
empobrece con todas las arbitrariedades y equivocaciones humanas; porque, si hay aquí un conflicto,
allá otro, más allá otro, con muertes, con crímenes, todo esto deforma el aura de la Tierra, que el Cristo
procura corregir, centralizándose, en la época culminante
del año, en el interior de la Tierra, mejorándola.
Pero, cuando termina su labor y se va retirando, hace le mismo
beneficio por los mundos invisibles en que
va transitando, hasta llegar al propio trono de Dios, donde recibe
nuevas fuerzas, para continuar su trabajo.
Ese es el sacrificio de un pastor; de un verdadero pastor. Los otros son ladrones, son malhechores,
son irresponsables. Y en esa irresponsabilidad está comprendido todo aquello que el ser humano
todavía no ha llegado a eliminar de sí mismo.
Ladrón es aquel mal pensamiento que desvía al ser de su adelanto. Ladrón es todo aquello
que va desenvolviendo sentimientos inferiores y va demorando la ascensión y el crecimiento
espiritual. Esos son los ladrones; esos son los malhechores que cada uno tiene que ir
eliminando, hasta entrar por la puerta que Él está abriendo para todos. Porque recuerden cuando
se enseñan los misterios de la Iniciación del Tabernáculo
del Desierto, o sea en la antigua dispensación
de las religiones de raza, se enseña que solamente la clase sacerdotal, la que vivía dentro de
una cierta modalidad, manteniendo ciertos principios, llegaba a la Iniciación. Pero nada más que ellos;
y el Cristo la posibilitó para todos, sin excepción.
Antes de la llegada del Cristo se iniciaban y alcanzaban la plenitud espiritual, sólo ciertas clases.
No como dádiva. No como regalo. No como privilegio sin merecimiento. No. Eran clases que
hacían merecimientos que el pueblo no hacía, y como consecuencia, tenían un adelanto mayor. Pero
al hacerse cargo de incentivar la evolución en el mundo, en nuestra Tierra, Él está propiciando
que esto, que antes era posible para unos pocos, sea para todos por igual. Y cuando decimos
algo por igual queremos decir lo siguiente: Nosotros, aquí, en la Tierra, como nuestra mirada da
nada más que a nuestro medio, entonces hacemos muchas diferencias, hacemos mucha separatividad,
hacemos grupos y hacemos división de todas clases, porque nuestra mirada es corta; pero la mirada
de Él es diferente. Él nos mira de una altura en que todos somos igualitos. A una cierta altura, ya no
hay diferencias; no es uno más que el otro, ni éste tiene privilegios y aquel no tiene. Mirado desde
los cielos todos los seres humanos somos iguales y Él nos mira con su inmenso amor procurando
que todos, sin excepción y sin diferencias, alcanzamos lo que Él está posibilitando.
Por eso Él dice que Él es la puerta, la puerta en ese sentido; de que ahora se puede alcanzar
lo que antes no era posible alcanzar. Y cuando la Santa Biblia dice que en el momento de Él dejar
el cuerpo los velos del templo se rasgaron, está diciendo un simbolismo, per está diciendo
una verdad: los velos que impedían alcanzar la iniciación de la masa mayor, fueron rasgados
de propósito, para que todos puedan pasar por la puerta que Él está abriendo para que todos
pasen por ella. Esto es lo que nos cuenta San Juan en estos versículos “Yo soy el Pastor, Yo
soy la Puerta”. La puerta de entrada que todos tienen que tener la seguridad que el Cristo ha
abierto y que todos pueden alcanzar. Apenas, no dejen que los malhechores se acerquen a Vds.;
no dejen que se acerquen los ladrones; no dejen que se acerquen aquellos que van a disminuirles.
Los pensamientos, los deseos, es lo que limita a la criatura
humana. Crezcan en esperanza, crezcan en
seguridad, véanse como el Cristo los ve: capaces. Es nada más que seguir, ya, el sendero que
definitivamente se abre para todos. Si antes titubeamos, si antes íbamos de un lado para otro,
si antes no teníamos una meta, ahora sí la tenemos. Los cortos días de la vida, que son muy cortos,
empleémoslos en el sentido verdadero, cierto, y definitivamente no nos apartemos de él.
Hay días que nos levantamos con mucho ánimo; y hay días que no; todavía nos pasa eso.
Todavía no podemos evitar las alternativas, que es una característica aún de la humanidad.
La humanidad tiene que sufrir los cambios del día y la noche, el invierno y el verano; los cambios,
como las olas del mar, como las mareas, el ser humano está sujeto a esos cambios, porque obran en
su naturaleza; van todavía cumpliendo un cierto despertar.
Pero los tiempos han sido muy prolongados,
han cumplido su misión. Hoy, váyanse independizando de esos cambios, de esas alternativas.
Si un día amanecen eufóricos, llenos de fortaleza, llenos de ánimo, aprovechen. Si un día, por ventura,
no es así, díganse palabras sabias. Vds. son la misma persona; ¿por qué se cambió? Si Vds. ayer
estaban bien, hoy también tienen que estar bien; mañana, pasado y siempre. Imprímanse lo que Vds.
son: una dignidad en andamiento. Esto no es una fantasía. Están confundidas las realidades. Nos
vemos dentro de un cuerpo y esa limitación nos engaña totalmente. Manifestémonos lo que
somos, manifestemos lo que el Cristo está esperando de nosotros. Desenvolvámonos en l
a vida en la luz que Él nos trajo. Él dice: Yo soy la Luz, Yo soy la vida. Él está trayendo nueva vida.
En cada renacimiento no se consigue traer los recuerdos de vidas anteriores, pero
eso sí cada uno renace con las cualidades que cultivó; pero no los recuerdos, porque es
sabiduría de Dios. Hay mucha tristeza en el pasado humano. Hay mucho sufrimiento. Hay muchas
derrotas. Hay muchos fracasos. Por eso queda para atrás; por eso hay un olvido; por eso no debemos
de saber, por ahora. Tenemos que sí preocuparnos de lo que somos ahora, en este momento, y seguir
adelante, seguros de que lo que tenemos es un futuro que nos pertenece, que nadie nos podrá quitar.
Somos dueños de nuestro futuro, porque si el pasado cumplió un propósito, usemos esto que el
pasado nos dio para seguir definitivamente adelante, seguros y para siempre. El Cristo nos da esa
seguridad. Seamos las ovejas que Él quiere que seamos. El sentido de oveja no es un sentido
inferior. El sentido que Él da es el sentido de humildad, de modestia; aquel que se arrogue, aquel
que de lugar a la arrogancia, aquel que de lugar a la inmodestia, no es una oveja del Señor. Es un ser
que todavía tendrá que aprender, que la Tierra todavía lo va a enseñar.
Cuando se alcanza, en medio de una actividad consciente, responsable, dinámica, activa, se
alcanza la humildad, se alcanza modestia, en ese momento estamos siendo guiados por el Cristo,
que Él procuró ser una expresión de esa modestia y de esa humildad. Y recuerden que San Pablo,
teniendo que volver a la Tierra, porque quería hacer algo más, porque él no estaba satisfecho con él
mismo, renace como San Francisco de Asís, la expresión más profunda de humildad y de modestia,
pero con el mismo vigor que Saulo de Tarso tenía y que tuvo
Zoroastro en su época. Zoroastro, San Pablo,
San Francisco de Asís, un mismo ser en tres cuerpos diferentes, cumpliendo tres tareas, a cual más
importante. Pero la última llega al pináculo de lo que San Pablo quería realizar. Si él al perseguir
los cristianos todavía tenía un resto de arrogancia, él quiso que San Francisco de Asís fuera
la expresión más humilde, más bondadosa, la expresión de mayor perdón, la expresión de la
mayor tolerancia. Eso es lo que nadie nos puede negar si queremos ser. Imitemos todo lo que
es bueno y dejemos lo que no sirve, dejemos los ladrones, dejemos los malhechores, dejemos
todo fuera de nosotros mismos, y se nos dará después todo el alimento que precisamos
para alcanzar todo lo que definitivamente tenemos que alcanzar.
Esto es lo que quiere decirnos San Juan, que al hablarnos con tanta bondad, él, que
estuvo tan cerca del Cristo, nos da con estos versículos, la seguridad de que nada nos falta o nos
faltará si somos capaces de persistir y de seguir por lo que ahora nos corresponde.
Si hablamos del pasado, lo hacemos para asegurar que cumplió su propósito. Pero ahora,
el presente cumple también su parte. Apoyándonos en el presente, por medio de acciones
mejores, proyectémonos para el futuro, que nada nos faltará, porque ahora somos capaces
de hacer lo que corresponde para el futuro, que sea promisor, completo, feliz,
alcanzando plenitudes; porque decididamente hemos comprendido lo que es el
bien y solamente por el bien queremos seguir adelante.
Que vaya nuestro agradecimiento para San Juan por lo que nos dejó
de belleza y de verdad, con sus enseñanzas.
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