Carta de la Sra. Heindel a los estudiantes, de 1 de agosto de 1930)
Los dioses, en los días de antaño, podían trabajar
libremente con la humanidad por medio de los
Espíritus de Raza, que dominaban al pueblo. Muy especialmente, así fue en el caso de los
israelitas, debido a su costumbre de casarse siempre dentro de la propia raza, pues
consideraban como un pecado muy grave el mezclar su sangre con la de otros pueblos. Esto
creó, como consecuencia natural, una aversión contra los gentiles, que aún hoy día se hace
sentir entre muchos judíos.
Los patriarcas hebreos de aquel entonces eran capaces de entrar en comunicación con los
dioses, porque su espíritu gregario los mantenía en relación con la Región Etérica. Así,
Moisés y su hermano Aarón lograron reinar sobre este raro pueblo que había sobrepasado
la conciencia de las masas. Sus antepasados fueron los Semitas Originales de la
Atlántida porque una minoría de ellos fueron leales a sus caudillos espirituales pegándose
tercamente a su raza y tribu, y así fue cómo se les empleó por los Señores del Destino
como progenitores de la presente raza aria.
Moisés, el hijo adoptivo del rey de Egipto, leal a su propia raza y sangre, mató a un oficial
egipcio que encontró maltratando a una esclava judía y, debido a este acto, tuvo que
huir al desierto. El "huir al desierto" es símbolo de una de las supremas pruebas que
deben pasar los candidatos a la Iniciación, en alguna ocasión, a lo largo del Sendero.
Estas pruebas o exámenes no son siempre de igual naturaleza, pues difieren según
el temperamento y el carácter de la persona probada.
Moisés fue preparado para la Iniciación gracias a su relación con los escogidos de Egipto.
Su madre adoptiva, la hija del faraón, era sacerdotisa de Hator y, como es natural, su hijo
adoptivo, cuya educación fue dirigida por ella durante más de cuarenta años, de conformidad
con la ley egipcia, fue Iniciado de la misma Orden. Moisés, antes de romper su relación
con los egipcios, fue sacerdote en Heliópolis, a fin de convertirse en salvador de
los hebreos. Él fue el fundador de la primera iglesia pues, en verdad, el Tabernáculo
del Desierto fue el primer esfuerzo por unir a la humanidad en una comunidad para
la adoración de Dios. Moisés hizo de esta adoración una ceremonia pública.
Antes de él, los sacerdotes adoraban en secreto y los ricos que podían mantener
el gasto, empleaban los servicios de un sacerdote, que se alquilaba para salvar
las almas de aquella familia únicamente. Los pobres, que no podían pagar estos
privilegios, eran abandonados para que flotaran dondequiera que la marea
llevase su embarcación espiritual.
Naturalmente, la idolatría abundaba entre los egipcios de antaño. Moisés pasó por
grandes dificultades después de guiar a los israelitas a la Tierra de Promisión, al
cuidar de que no se dedicaran a la adoración de ídolos, puesto que siempre estaban
dispuestos a renegar de su Señor y regresar a las prácticas idolátricas.
A fin de apartarlos de estas tendencias, resultó necesario someterlos a
una ley muy rigurosa y, bajo la direción de las Jerarquías Divinas, se estableció un
sistema de ritos y ceremonias que, cual una cerca, les brindaba protección y
nunca dejaría de ser fuente de continuo progreso. El gobierno entero y sus leyes
fueron establecidos para que rigieran de acuerdo con la iglesia. Había una ley
moral y una ley ceremonial. Ésta se guardaba escrupulosamente y tenía por fin
conservar la verdadera religión.
Esa religión se fundó con el propósito de preparar el cambio hacia el Evangelio
de Cristo, el Gran Maestro pues, ¿no nos dijo Pablo que el Tabernáculo era la sombra
de las buenas cosas por venir? Los profetas imprimieron en las mentes del pueblo
el hecho de que tenían que prepararse para la liberación y esperar en el futuro la
gran salvación, y que ese estado feliz les sería proporcionado a los judíos por
un liberador, un Mesías, el Ungido, cuyo advenimiento sería como el de un gran
rey, un gobernador que vestiría regias túnicas y vendría a la cabeza de un
enorme ejército de guerreros que derrotaría completamente al enemigo.
El ideal de un reino temporal y terrenal estimulaba la imaginación de este
pueblo. Se esperaba que el Mesías elevara a la nación judía a la gloria material.
Su advenimiento fue pronosticado en fecha temprana Los acontecimientos
relacionados con Moisés acontecieron, según la crónica, hacia el año 600 antes de Cristo.
Este pueblo no podía creer en un Redentor Espiritual, un Salvador de
almas. Los israelitas solían dividir la historia del mundo en dos grandes
épocas: La primera abarcaba desde el principio del tiempo hasta el
advenimiento del Mesías e incluía el período en el que vivían a la sazón.
La segunda época, que ellos esperaban, sería una edad en que
la rectitud y la paz reinarían triunfantes.