Si fuéramos a creer la profecías y las pruebas que sirven a los augures de desgracias y a los
pesimistas para llegar a conclusiones concernientes al futuro destino de la mujer moderna, estaríamos
para creer que la Humanidad va por una ladera deslizándose precipitadamente hacia el infierno.
La era de la libertad y de la emancipación de la mujer a que hemos arribado, ha sido causa de
inevitables controversias, que es lo que siempre ha sucedido cuando se ha efectuado algún
cambio en el mundo. La gente, por regla general, es pesimista, dispuesta siempre a comparar
negativamente el período en que viven, en relación con el en que vivieron sus antepasados;
así, a menudo, se dice que la Humanidad era más pura y virtuosa en tiempos pasados. Pero,
basta leer la Biblia y la historia antigua, con todas sus guerras y matanzas, para convencernos
de que nuestros antepasados eran más pecadores y rebeldes de lo que lo somos nosotros
en la actualidad. Mirando hacia atrás en la historia, encontramos que cada edad ha
tenido sus vicios y sus virtudes.
En toda época, en la historia de cada país, podemos trazar la influencia de la mujer
modelando el destino de los pueblos, y ver cómo su refinamiento ha logrado sostener al
hombre para que no cayera en la brutalidad. La pura y dulce naturaleza de la mujer, al par
que su inspiradora influencia, han infundido valor y perseverancia al sexo fuerte. Entre
los dolores y las labores del alumbramiento, ha dado al país sus grandes hombres.
Sobre la madre ha recaído la responsabilidad de proporcionar una forma a la vida de sus
hijos. Su cuerpo ha sido la cuna donde se ha abrigado el diminuto cuerpecillo que ha de
ser habitado por el ego que viene. A ella le ha encomendado Dios las vidas y, en gran
parte, la modelación de los caracteres de los hombres, que han servido de instrumentos
para la construcción de las grandes ciudades de nuestros países. Y, por todo ello, miramos
a la mujer como el más poderoso factor en la obra del mundo. Si fuera posible hacerla
comprender y que despertara al sentimiento de la magnitud de su poder, si pudiera darse
cuenta cabal de su potencia y de la influencia
que tiene para el bien o para el mal, haría mejor uso de su tiempo y de sus oportunidades.
Se nos dice en la página 42 del Concepto Rosacruz del Cosmos que la mujer, en la antigua
Lemuria, fue la originadora de la cultura. Se la enseñó a desarrollar la imaginación, y las
primeras ideas sobre el bien y el mal fueron expresadas por ella. Desarrolló la idea del
"bien vivir" y, a este respecto, ha ido a la vanguardia siempre.
Es hacia la mujer hacia la que la Humanidad debe volver los ojos para redimirse del pecado
y del sufrimiento. La madre ha sido el símbolo de la fe y del amor para sus hijos. Y no importa
cuán a menudo pequen o cuántas veces se aparten de la senda del honor y de la rectitud,
llevan en sus corazones implantados los ideales de pureza y de amor. La maternidad es
el mismo cimiento sobre el que todo el mundo reposa. Abraham Lincoln rindió el siguiente
tributo a su madre. "Todo cuanto soy o cuanto espero ser, se lo debo a mi madre."
Allí donde las mujeres son fuertes y virtuosas, los países prosperan, pero lo contrario sucede
allá donde la moral de la mujer se relaja. Los augures de calamidades se pasan la vida diciendo
que la mujer de hoy en día se está dando al diablo y arrastrando al hombre con ella. Pero,
si comparamos la situación del presente con la que nos muestra la historia de las edades
pasadas, llegamos a la conclusión de que los tiempos y la evolución del hombre han dado
origen a cualidades en la naturaleza de la mujer que son indispensables, dadas las
condiciones de la existencia en la actualidad. Cada paso hacia delante trae
consigo sus problemas y sus cambios.
Siempre tropezamos con un elemento de la sociedad que es apto para usar de su influencia
en la accesión y diseminación del mal; por lo general, se halla entre los ricos ociosos y las
gentes pusilánimes por naturaleza. Así lo dice el viejo proverbio: "En la cabeza de los
ociosos el diablo monta su taller". La mujer ociosa fácilmente se enreda con compañías que
la arrastran hacia abajo; es como la mariposa, que se lanza sobre la llama, que le chamusca las alas.
Vemos que, con frecuencia, la mujer que se mantiene muy protegida contra las asperezas
de la vida se desarrolla con carácter débil y que, cuando llega el tiempo de la adversidad,
cuando las circunstancias la arrojan al inmisericorde y cruel mundo, es incapaz de gobernarse
y hacerse dueña de la situación. Cuando la protección continúa todo el tiempo, se
torna egoísta, centra todas las cosas en sí
misma, haciéndose egocéntrica. Tal mujer es, por regla general, inepta para abrirse camino en
el mundo y se pierde con mayor facilidad que su otra hermana más libre, la mujer que se ha
pelado los codos contra las rigurosidades del mundo; ésta, con la mayor facilidad, sale
incólume en las grandes pruebas de la vida.