OBSTÁCULOS EN LA MARCHA
Con bastante frecuencia se hace la observación por gentes que no
aman o simpatizan con nuestras aspiraciones de vivir la vida
superior, de que ésta convierte a los hombres en inútiles para el
trabajo del mundo. Desgraciadamente no se puede negar que haya
aparentemente una justificación para que se expresen de este modo,
aunque en realidad el primer requisito para vivir esta vida envuelve
una obligación ineludible de comportarse irreprochablemente en los
asuntos materiales, porque a menos de que seamos fieles en las
cosas pequeñas, ¿cómo podemos esperar a que se nos confíen
grandes responsabilidades? Por esta razón hemos juzgado
conveniente el dedicar una lección a la discusión de algunas de las
cosas que actúan como obstáculos de la marcha en la vida de los
aspirantes.
En el relato de la Biblia en el que el Rey envía a sus sirvientes con
invitaciones a la fiesta que ha preparado, se nos dice que su
invitación fue rehusada de varios modos. Cada uno de ellos tenía
cuidados materiales de comprar, vender, casarse y por lo tanto no
podía atender a las cosas espirituales y tal gente puede decirse que
representan a la gran mayoría de la humanidad del día, aquellos que
están tan embargados en los cuidados del mundo que no pueden
dedicar ni aún un pensamiento de aspiración hacia el camino
elevado.
Pero hay otros que se vuelven tan entusiasmados al primer sabor de
las enseñanzas superiores que están dispuestos a abandonar todo el
trabajo del mundo, repudiar cualquiera obligación y dedicar todas
las horas de su vida a lo que ellos llaman placenteramente "auxilio a
la humanidad". Todos ellos aceptarán sin esfuerzo que es necesario
pasar algún tiempo para hacerse un relojero, zapatero, ingeniero o
músico, y no se les ocurrirá siquiera soñar en abandonar sus
ocupaciones profesionales para establecerse como relojero, zapatero,
etc, justamente porque se sientan entusiásticamente inclinados hacia
esas ocupaciones. Todos sabrían que su falta de preparación
adecuada y propio entrenamiento les conduciría al fracaso, y sin
embargo, piensan exactamente así sobre la vida superior;
sencillamente creen que su entusiasmo de tales doctrinas les
adaptará inmediatamente para abandonar su puesto del trabajo del
mundo y dedicar su vida al servicio de su semejante, aunque sea en
el grado más ínfimo del que realizó Cristo en Su Ministerio.
Uno nos escribe al Centro General: "Yo he dejado de comer carne y
anhelo vivir la vida de asceta, lejos del ruido del mundo que pesa
sobre mí. Yo deseo dar mi vida por la humanidad". Otro dice: "Yo
deseo vivir la vida superior, pero tengo mi esposa que necesita de
mis cuidados y sostén. ¿Cree usted que estaría justificado el dejarla
para servir al prójimo?" Aún otro más que escribe: "Yo me ocupo en
mi negocio que no es espiritual, todos los días debo hacer cosas pero
están en pugna con mi elevada naturaleza, pero tengo una hija que
depende de mí para su educación. ¿Qué debo hacer: continuar o
abandonarla?"
Como es consiguiente hay otros muchos problemas que se nos
presentan, pero éstos sirven como ejemplos preciosos porque
representan un grupo que está dispuesto a abandonar su trabajo del
mundo a la menor palabra de ánimo y correr a las montañas en la
esperanza de que han de nacerles alas inmediatamente, rompiendo
las ataduras que les ligan y las obligaciones terrenales que se han
creado, sin ningún escrúpulo ni un momento de meditación.
Otro grupo aún nota alguna obligación, pero serían persuadidos
fácilmente para repudiarlas con objeto de que pudieran vivir lo que
ellos llaman "la vida espiritual". No se puede negar que cuando las
gentes pasan a este estado mental, cuando pierden su ambición de
trabajar en el mundo, cuando se hacen perezosos y negligentes en el
cumplimiento de sus deberes, merecen decididamente las censuras
de la sociedad.
Pero como ya hemos dicho antes, semejante conducta está basada
sobre una equívoca interpretación de las enseñanzas superiores y no
está sancionada ni por la Biblia, ni por los Hermanos Mayores.
Es un paso en la recta dirección cuando una persona cesa de
alimentarse de carne, porque siente compasión por el dolor de los
animales. Hay muchas gentes que se abstienen de la alimentación
carnívora en gracia a la salud, pero constituyendo esto un motivo
egoísta, el sacrificio este no constituye mérito. Cuando el aspirante a
la vida superior está dispuesto a abstenerse de la alimentación
cárnea porque comprende que la influencia refinadora de una dieta
exenta de carnes sobre su cuerpo, le ayudará en su deseo de hacer a
éste más sensitivo a las influencias espirituales, tampoco hay en ello
un mérito real.
Ciertamente, la persona que se abstiene de alimentos cárneos por la
salud obtendrá un gran beneficio, y la persona que no la toma por la
razón de hacer más sensitivo su cuerpo, también alcanzará su
recompensa en este sentido, pero desde el punto de vista espiritual
ninguno de los dos producirán grandes resultados.
Por otra parte, aquel que se abstiene de comer carne porque
comprende que la vida de Dios es inmanente en todo animal
igualmente como en él, que al final de cuentas Dios siente los
sufrimientos sufridos por el animal, que es una ley divina la de "no
matarás", y por último, que debe abstenerse por la compasión que
deben inspirarle los animales, sus hermanos menores en la
evolución, tal persona no se beneficia solamente en salud y en hacer
su cuerpo más sensitivo a los impactos espirituales, sino que debido
a la razón que le anima, se prepara una recompensa en crecimiento
de alma mucho más preciosa e inconmensurable que cualquier otra
recompensa. Así, pues, nosotros debemos abstenernos de comer
carne por todas las razones, pero esforcémonos que sea por un recto
motivo espiritual, o de lo contrario no afectará nuestros intereses
una sílaba.
Cuando uno de esos entusiastas dice que desea retirarse del mundo y
del ruido que le perjudica y sacude, para llevar una vida ascética, es
ciertamente una extraña idea de servicio. La razón por la que
estamos en este mundo es para que podamos obtener experiencias,
que se transforman en crecimientos del alma.
Si un diamante en bruto fuese colocado en un pozo por años y años
no sería distinto que antes de echarlo, pero cuando se pusiera en
contacto con la piedra de esmeril, el áspero proceso de
pulimentación separaría hasta el último átomo de la capa de cieno y
moho y daría lugar a la manifestación brillante de una bellísima y
luminosa gema. Todos nosotros somos diamantes en bruto, y Dios
es el Gran Lapidario, que utiliza el mundo a modo de piedra de
esmeril que lava y quita nuestra costra dura y fea, permitiendo que el
ego espiritual brille y se haga luminoso. Cristo fue un ejemplo
viviente de esto. Él no se retiró de los centros de civilización, sino
que se agitó constantemente entre el pobre y el abatido, enseñando,
curando y ayudando hasta que por el glorioso servicio realizado, Su
cuerpo se hizo luminoso en el Monte de la Transfiguración, y Él,
que había trazado el Camino, dijo a sus oyentes que "estuvieran en
el mundo pero que no fueran de él". esta es la mejor lección que
todo aspirante debe procurar aprender.
Una cosa es el irse a las montañas donde no hay nadie que nos
contradiga o hiera nuestras susceptibilidades y mantener allí nuestro
equilibrio, y otra cosa es el mantener nuestro equilibrio y
ecuanimidad entre los hombres, donde todo nos excita, constriñe e
irrita, así como mantener incólumes nuestras aspiraciones
espirituales, pero cuando estamos en este terreno ganamos con ello
un dominio propio que no es posible alcanzar de ninguna otra
manera.
Sin embargo, aunque preparemos con exquisito cuidado nuestra
alimentación y nos abstengamos de comer carne o cualquier otra
sustancia contaminada externamente, aunque querramos ir a las
montañas para escapar a las sórdidas condiciones de la vida y
aunque deseemos separarnos de todas las cosas externas que puedan
servir de obstáculos en el camino de nuestro progreso, todavía queda
el punto más importante, es decir, las cosas que vienen de nosotros
mismos, desde "adentro", ¿qué diremos de los pensamientos que
tenemos en nuestras mentes y de nuestro alimento mental?
No nos servirá de nada el que alimentemos a nuestros cuerpos con
néctar y ambrosía, el alimento etéreo de los dioses, cuando la mente
es un osario, poblada de bajos pensamientos, pues entonces sólo
seremos sepulcros blancos, bellísimos para ser contemplados desde
afuera, pero llenos en su interior de hedores nauseabundos, y esta
condición mental puede mantenerse tan fácilmente y aún mejor en la
soledad de las montañas, o en los llamados retiros solitarios, que en
una ciudad donde estamos ocupados y distraídos con nuestro trabajo
y vocación. Es indudablemente una verdad el dicho de que "un
cerebro desocupado es el taller del demonio", y el camino más
seguro de alcanzar una pureza interna y limpieza de corazón es el
mantener nuestra mente ocupada todo el día, guiando nuestros
deseos, sentimientos y emociones hacia los problemas prácticos de
la vida y trabajando cada uno en su inmediato alrededor ambiente
para encontrar al pobre y al necesitado sobre los que podemos hacer
llegar nuestro auxilio cuando el caso lo requiera. Aquella clase o
grupo que no tiene ataduras u obligaciones propias, puede crearlas
mediante el amor o la amistad con aquellos que sean amorosos y
amigos.
Pero en cuanto al cuidado de un familiar, esposa, hija, esposo o
cualquier otro que requiere nuestro sustento, recordemos las
palabras de Cristo cuando dijo: "¿Quién es mi padre o mi
hermano?", y contestó a su pregunta diciendo: "Aquellos que hacen
la voluntad de mi padre." Estas palabras han sido mal interpretadas
por algunos que han supuesto que Cristo desdeñaba sus relaciones
físicas por las espirituales, pero solamente es necesario recordar que
en los últimos momentos de Su vida sobre la tierra llamó hacia Él a
su discípulo bien amado y llevándole hacia Su Madre se lo dio como
a su hijo y a San Juan le encargó el cuidado de ella como Su Madre.
El amor es la fuerza unificadora de la vida y de acuerdo a las
enseñanzas superiores estamos obligados a amar a nuestra especie,
pero también a extender a todo lo demás de la naturaleza nuestro
sentimiento amoroso. Es muy bueno que amemos a nuestros padres,
pero debemos aprender también a amar a los padres de los demás
como si fueran hermanas y hermanos, pues la fraternidad universal
nunca será un hecho mientras nuestro amor individual quede
confinado a nuestra familia. Nuestro amor debe incluir a todo.
Hubo uno entre los discípulos de Cristo a quien Él amaba
especialmente y siguiendo su ejemplo, también nosotros podemos
hacer objeto de nuestras afecciones más tiernas a algunos, aunque
bueno será que amemos a todos y les hagamos el bien aun a aquellos
que nos traten despiadadamente. Estos son ideales elevados y
difíciles de ejecutar en nuestro presente estado de desarrollo, pero al
igual que el marinero conduce su buque con auxilio de la estrella
Polar y alcanza su puerto de salvación pero no la estrella en sí, así
también nosotros, colocando muy altos nuestros ideales, viviremos
vidas más nobles y mejores que si no tenemos aspiración alguna y
con el tiempo y después de muchos nacimientos llegaremos
indudablemente, porque la inherente divinidad que reside en
nosotros lo requiere imperativamente.
Finalmente, entonces, para resumir, no importa realmente donde
estamos colocados en la vida, si en una situación elevada o de otro
modo. El ambiente actual con sus oportunidades y limitaciones es
precisamente el que requieren nuestras necesidades individuales y
elegido por nuestro propio destino con anteriores existencias. Por lo
tanto, contienen precisamente la lección que debemos aprender para
progresar ordenadamente. Si tenemos esposa, hijas, u otras
relaciones familiares que nos atan a tales ambientes, deben ser
consideradas como una parte de lo que nos ha tocado en suerte, o
mejor dicho, algo que es necesario tener en cuenta y, si cumplimos
con ellas nuestro deber, aprendemos la lección necesaria.
Si, aun más, son antagónicas a nuestras creencias y opiniones, si no
tienen simpatía hacia nuestras aspiraciones, si nos vemos precisados
a trabajar en una profesión, por razón de ellas, o hacer cosas que no
nos gustan, esto es porque debemos aprender algo de tales antipatías
y el camino adecuado para el aspirante sincero es el mirar a tales
condiciones valientemente, cara a cara, con la idea de averiguar qué
es lo que hace que sean como son. Esto seguramente no será una
cosa fácil. Puede que ello requiera semanas, meses o años para
resolver este problema, pero si el aspirante toma pacientemente este
trabajo, puede estar seguro que la luz se hará algún día, y entonces
verá lo que es necesario hacer y el porque se le impusieron
condiciones semejantes. Cuando haya aprendido esta lección o visto
el propósito de ella, él podrá si tiene el espíritu preparado para ello,
por medio de la oración sobrellevar su cruz, pues entonces verá que
se halla en el sendero seguro y que es una seguridad absoluta de que
tan pronto como la lección haya sido aprendida, se le abrirá un
nuevo camino que le indicará el próximo paso en el sendero del
progreso. De este modo los "obstáculos de la marcha" se convertirán
en "escalones" lo que nunca hubiera ocurrido si los hubiéramos
evitado. Relacionado con este asunto copiamos el bellísimo poema
siguiente:
"No perdamos el tiempo en sueños
de brillantes, pero cosas imposibles.
No nos sentemos aguardando
a que nos nazcan las alas de ángel.
No nos burlemos de las lamparitas,
pues no todos podemos ser estrellas,
sino que cumplamos con nuestra obligación
brillando precisamente donde estemos.
Es tan necesaria la lámpara más pequeña
como el luminoso y brillante Sol;
y la más humilde hazaña se ennoblece
cuando se ha hecho con amor.
Quizás nunca se nos llame para iluminar
las tinieblas de aquellas lejanas regiones.
Así, pues, llenemos nuestro cometido
brillando precisamente donde estemos".
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