DISCIPULO Y MAESTRO
JIDDU KRISHNAMURTI
“USTED SABE, se me ha dicho que soy un discípulo de un cierto Maestro”, empezó a decir. “¿Cree Ud. que lo soy?
Quisiera realmente saber lo que Ud. piensa de esto. Pertenezco a una sociedad que Ud. conoce, y los dirigentes
exteriores que representan a los guías interiores o Maestros, me han dicho que por mi trabajo para la sociedad me
habían admitido como discípulo. Me dijeron que tengo una oportunidad de llegar a ser un iniciado de primer grado
en esta vida”. Él tomó todo esto muy en serio, y lo conversamos un buen rato.
La recompensa es sumamente agradable en cualquier forma; y especialmente lo es la recompensa llamada
espiritual cuando uno es algo indiferente a los honores del mundo. O, cuando uno no tiene mucho éxito en este
mundo, es muy satisfactorio pertenecer a un grupo especialmente elegido por alguien de quien se supone que es un
ser espiritual altamente avanzado, porque entonces uno es parte de un equipo que trabaja por una gran idea, y
naturalmente debe ser recompensado por su obediencia y por los sacrificios que ha hecho por la causa. Y si no es
una recompensa en ese sentido, es un reconocimiento del propio progreso espiritual; o, como ocurre en una
organización bien llevada, es el reconocimiento de la propia eficiencia como estímulo para que uno haga las cosas
aún mejor.
En un mundo en que se rinde culto al éxito, esta clase de adelanto es entendido y estimulado. Pero que otro os
diga que sois un discípulo de un Maestro, o pensar que lo sois, conduce evidentemente a muchas y feas formas de
explotación. Desgraciadamente, tanto el explotador como el explotado se sienten exaltados en sus mutuas
relaciones. Esta expansiva satisfacción propia se considera progreso espiritual, y se torna especialmente fea y
brutal cuando existen intermediarios entre el discípulo y el Maestro, cuando el Maestro está en otro país o es de
algún modo inaccesible y no estáis en directo contacto físico con él. Esta inaccesibilidad y la falta de contacto
directo abren la puerta al autoengaño y a grandes pero infantiles ilusiones; y estas ilusiones son explotadas por los
astutos, pero los que van tras la gloria y el poder.
La recompensa y el castigo existen únicamente cuando no hay humildad. La humildad no es un resultado final
de prácticas y negaciones espirituales. La humildad no es una realización, no es una virtud que pueda ser cultivada.
Una virtud que se cultiva deja de ser una virtud, porque entonces es simplemente otra forma de realización, un
“récord” a establecer. Una virtud cultivada no es la negación del “yo”, sino una afirmación negativa del “yo”.
La humildad no conoce la división del superior y el inferior, del Maestro y el discípulo. Mientras haya una
división entre el Maestro y el discípulo, entre la realidad y vosotros, no será posible la comprensión. En la
comprensión de la verdad, no existe el Maestro o el discípulo, ni el adelantado o el atrasado. La verdad es la
comprensión de lo que es de instante en instante sin la carga o el residuo del momento pasado.
La recompensa y el castigo sólo fortalecen el “yo”, que niega la humildad. La humildad está en el presente, no
en el futuro. No podéis devenir humildes. El mismo devenir es la continuación de la propia importancia, que se
oculta en la práctica de una virtud. ¡Qué fuerte es nuestro deseo de triunfar, de devenir! ¿Cómo pueden coexistir el
éxito y la humildad? Sin embargo, eso es lo que persiguen el explotado y el explotador “espiritual”, y en eso hay
conflicto y sufrimiento.
“¿Pretende Ud. decir que el Maestro no existe, y que el hecho de ser yo un discípulo es una ilusión, un
engaño?”, preguntó él.
Que el Maestro exista o no es cosa trivial. Es importante para el explotador, para las escuelas y las sociedades
secretas; pero para el hombre que busca la verdad —que es lo que trae la suprema felicidad— seguramente esta
cuestión es muy vana. El hombre rico y el sirviente son tan importantes como el Maestro y el discípulo. Que los
Maestros existan o no, que haya o no la distinción de Iniciados, discípulos, etc., no es importante, pero sí es
importante comprenderse a sí mismo. Sin conocimiento propio, vuestro pensamiento, vuestro raciocinio, carecen
de base. Sin antes conoceros a vosotros mismos, ¿cómo podéis saber qué es verdadero? Sin conocimiento propio la
ilusión es inevitable. Es infantil que os digan y que aceptéis que sois esto o aquello. Desconfiad del hombre que os
ofrece una recompensa en este mundo o en el otro.
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Krishnamurti - La naturaleza de la mente
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