¡Qué pronto se hace el traslado
del tiempo a la eternidad!
Presto, de buen o mal grado,
el hombre se ve sacado
de esta inmensa vanidad.
Tal vez creyó permanente
su vida en vana ilusión;
pero vino, de repente,
el cambio que no consiente
ni demora ni evasión.
En pleno goce de vida
o de juventud jovial,
vino la triste caída,
y el alma fue conducida
al divino Tribunal.
Ante la crisis iguales
son vejez y juventud,
gocen bienes, sufran males...
Los mundanos ideales
mueren en un ataúd.
¿Y no conoce su engaño
el hombre que, en terco afán,
labora para su daño,
persiguiendo, año tras año,
bienes que perecerán?
Su error con el tiempo crece
y aumenta su decepción
el ver que se desvanece
lo que sólido parece
ante la vana ilusión.
Es necio quien no asegura
su dichoso porvenir,
buscando en Dios lo que dura,
esa inmutable ventura
que puede en Dios conseguir.
Por nuestro bien se interesa
Quien para sí nos creó,
y en infalible promesa
Su gran amor nos expresa
por Aquel que nos salvó.
Sumo fin de la existencia,
que El nos quiso amante, dar,
nos muestra su amor y ciencia,
queriendo que a su presencia
logremos, salvos, llegar.
Y en su bondad infinita
será el grande galardón
del alma, que en fe bendita,
quiere hallar donde El habita,
su eterna delectación.