La violencia
Odio toda violencia,
la que brota de la carne
como una mala hierba
y la que exhala el espíritu
como una vaharada infernal.
La violencia de la carne
que conoce la tortura
del látigo del poder y del miedo.
La que espera agazapada
el paso tranquilo de la víctima.
La violencia del espíritu
que no conoce el perdón,
que no reconoce padres,
hermanos, esposos
hijos, amigos.
Que no sabe de lazos de sangre.
La violencia de la carne,
la del corazón-motor
del tanque acorazado
aplastando a tu hermano.
La de manos de pistolero
la de ojos de halcón.
Pero aún temo más la violencia del espíritu
la que nunca se mancha de sangre,
la que afila las palabras-cuchillo,
la que se oculta en un silencio cobarde.
La violencia del espíritu,
la que mira desde las celosías,
la que observa en silencio
el trazo candente de las balas.
La violencia del espíritu,
enmascarada en razones,
en deformes sentimientos.
La que se oculta detrás
de una falsa alegría.
Odio toda violencia:
La violencia ciega,
la violencia sin nombre,
la violencia absoluta,
la violencia sin padre,
la violencia religiosa,
la violencia serpiente,
la violencia cuchillo,
la violencia misil,
la violencia silencio,
la violencia razonable,
la violencia interminable.
La violencia se arrastra
sobre charcos de sangre,
deglute la carne,
no sufre, no descansa,
no espera ni desespera,
no se angustia ni padece,
no tiene frío ni calor.
No come, no bebe,
no nace, no muere.
La que está en todas partes,
la que te alcanza sigilosa,
la que te habla en la noche,
la que rompe tu ventana,
la que quema tu coche,
la que mira con odio
al niño que juega,
la que no respeta al anciano,
la que no responde a tu ruego,
la que se carcajea mientras otros lloran.
En el principio era el silencio,
las tinieblas lo cubrían todo.
La violencia se agazapaba
en el útero de la nada,
fiera y acechante, esperando
el anunciado Apocalipsis.
Cuando al fin la muerte se hizo carne
ella se retiró a su cubil infame