Algunos sostienen que Dios es la naturaleza. Otros dicen que Dios está dentro. Pero casi todos pasan los días de su vida sin una relación íntima con este Ser. La mayoría tienen un profundo deseo de corazón de conocer a Dios, pero se resignan a esperar hasta llegar a un reino celestial igualmente desconocido.
Dios está aquí, yo lo siento, justo aquí, en esta realidad física. Dentro de mí, a mi alrededor, en otras personas, en la naturaleza y en las dimensiones que nos rodean. El Espíritu está en cada respiración que tomo, en cada paso que doy, en cada minuto que pasa a través del día. Pero, ¿dónde está Dios? ¿Por qué Dios no se me ha parecido? ¿Por qué? me pregunto, no puedo ir más allá de mi estado mental de deber entender, conocer, ver y oír a este ser al que quiero mucho recordar. Si amo tanto a Dios ¿por qué, oh porque, es este Ser tan difícil de alcanzar?
Yo sé por qué. Me sorprende que hasta tenga que hacer la pregunta, pero por desgracia, yo finjo no saber. Salí a la calle el día de hoy en una hermosa tarde de invierno en Colorado para fumar un cigarrillo en silencio. Ni siquiera estaba pensando "¿Dónde está Dios". No sé en qué estaba pensando, pero no se trataba de algo importante. Supongo que he preguntado "Dónde está Dios" tantas veces que finalmente esta cuestión tuvo que ser contestada. Y así fue. Una vez más. Quizás esta vez no lo olvide porque lo estoy escribiendo.
Dios siempre está aquí. Pero la luz del Espíritu es de tal pureza, simplicidad e intensidad que me desintegraría si tuviera que contemplarla. Es de tal amor y compasión que quedaría pasmado en su presencia. Es de tal magnitud que podría destruir mi oscuridad - una parte de mí que se ha desarrollado durante eones de tiempo - y me da miedo que no quedara nada de mí.
La esencia de Dios suavemente me susurró: "Ámate a ti mismo como Yo te amo, entonces, me podrás contemplar. Ama a tu ser y me recordarás". La luz del Espíritu es magnífica. Cerramos la puerta por temor a que nos aniquilaría si capturamos el más mínimo atisbo. Trancamos la puerta, incluso cuando llamamos a conocer la presencia del Espíritu. Nos retiramos de nuevo a nuestra rutina diaria preguntando, "¿Dónde es Dios?” En nuestra rutina una vez más olvidamos amarnos a nosotros mismos. Volvemos a estudiar de Dios, preguntando a los demás si saben dónde está Dios, y buscamos a Dios en las cosas externas. Nos acostamos en la noche con la esperanza de que, al día siguiente, por fin conoceremos el amor de Dios.
Por último, cuando nuestro deseo de Dios es superado por el amor a nuestro ser, conocemos lo incognoscible. |