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FRANCISCO NÁCHER: LA CIENCIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA VIDA...(I)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 23/10/2011 12:37

 

 

 

 

LA CIENCIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA VIDA...(I)

por Francisco-Manuel Nácher

 

1.- Antes de empezar el desarrollo de esta conferencia es lógico

que aclaremos qué entendemos por “vida”, qué es eso que pretendemos

interpretar.

Para el hombre de la calle, la vida es la sensación que todos

tenemos, de existir, a la vez que otros seres semejantes, en un mundo

que percibimos, al cual pertenecemos, que nos influye y al que

influimos.

Es algo ajeno, que nos viene dado. Algo que fluye hacia nosotros,

nos alcanza, nos afecta y pasa de largo. Algo que no podemos detener ni

manejar. Algo inevitable, compuesto por una sucesión de azares, de

casualidades y de suertes o desgracias, que estamos obligados a disfrutar

o a soportar.

Pero, para el estudiante de ocultismo, la vida es otra cosa muy

distinta: La vida es la manifestación de la existencia, la voluntad y la

omnisciencia de Dios y de nuestro propio espíritu, que es una parte del

mismo Dios. Es, aparentemente, también un fluir inevitable hacia

nosotros, pero que podemos interpretar y manejar y hasta dirigir.

Para el ocultista, que sabe que Dios compenetra todos y cada uno

de los átomos del universo con Su propia vibración, vivificándolos y

manteniéndolos activos; que es consciente de que hay un plan para el

desarrollo de todos los espíritus en evolución; que conoce y comprende

la existencia y funcionamiento de las leyes naturales, como las

corrientes por las que circula la voluntad divina, que van haciendo que el

proyecto previsto se vaya configurando y cumpliendo oportunamente;

que percibe la armonía total entre todos los componentes del universo;

que está convencido de que todo camina en la misma dirección aunque,

a veces, cambie momentáneamente de sentido; que admite la existencia

de grandes espíritus, encargados de que ese plan divino se realice, y que

continuamente enfocan energías sobre los seres en evolución con ese

fin… para quien sabe esto, la vida es la manifestación de la propia

evolución divina.

Porque, si bien se examina, cuantas noticias tenemos del mundo

circundante en el que vivimos, nos llegan a través de los cinco sentidos.

Pero, en buena ley, esas noticias, esos conocimientos del mundo exterior

no son sino interpretaciones que nosotros - nuestro espíritu - hacemos de

las vibraciones captadas por los sentidos y dirigidas al cerebro.

Cierto que, además de esos datos provenientes del exterior,

percibimos e interpretamos otros internos, que tienen su origen en

nuestro espíritu o en nuestro cuerpo mental y que nos llegan,

respectivamente, a través de la intuición y del razonamiento. O que

nacen en nuestro Cuerpo de Deseos y traducimos como emociones,

sentimientos y pasiones.

Podemos, pues, tener una idea sobre nosotros mismos y sobre el

mundo en que vivimos y, aún, sobre los demás seres humanos. Y, por

tanto, podemos actuar sobre ambos.

Y así estamos cambiando la faz de la Tierra; estamos extrayendo

petróleo a un ritmo endiablado; estamos extinguiendo especies animales

y vegetales; estamos exterminándonos los humanos unos a otros;

podemos pensar lo que queramos y desear lo que nos apetezca. Somos,

pues, libres y autosuficientes en cuanto a nuestra actuación en los

diversos planos se refiere.

En ese aspecto, en lo que depende de nuestra actuación personal, la

vida es fácilmente interpretable. El problema surge cuando se trata de la

actuación de los demás que, si bien, similares a nosotros, tiene cada uno

sus particularidades, que hacen imprevisibles sus actuaciones que

puedan afectarnos.

El estudiante de ocultismo tiene, sin embargo, un arma que el

hombre de la calle no tiene: Conoce la existencia y funcionamiento de la

Ley del Karma. Sabe, por tanto, que lo que le sucede de desagradable o

de agradable es consecuencia de sus actuaciones, sentimientos o

pensamientos anteriores, bien en ésta, bien en anteriores vidas. Y sabe

que, si quiere prepararse un futuro feliz, tiene que pensar, sentir y actuar

a tenor de las leyes naturales, porque ellas mismas harán que todo

suceda como ha deseado el propio Dios al establecerlas.

Cuenta, además, el estudiante de ocultismo, con el conocimiento

de que, en la vida, todo son símbolos: no sólo las letras, las palabras, las

frases, los sentimientos, los pensamientos, sino que todo, en el mundo

manifestado, es símbolo de lo oculto. Todo es manifestación de algo

superior.

Y sabe que todo sirve para algo y es necesario para el equilibro y la

armonía universales y que todo, por tanto, nos dice algo que hemos de

saber escuchar, ver, leer u oír. Y, por tanto, interpretar y aprovechar.

Y sabe que cada uno de nosotros hemos nacido en el entorno más

adecuado para nuestra evolución, generalmente escogido por nosotros

mismos. Lo cual quiere decir que ese entorno está, de un modo

misterioso, relacionado con nosotros. Y que un problema es sólo una

prueba a superar. Y sólo lo superamos cuando dejamos de verlo como

un problema y lo vemos como una oportunidad de aprendizaje.

Sabe igualmente que, en la vida, como en el teatro y en las novelas,

no existe ningún personaje superfluo, sino que todos intervienen, en

mayor o menor grado, en la trama y acaban influyendo en el desenlace.

Y ese conocimiento le permite darse cuenta de que una persona

antipática es alguien que viene a cobrarse una deuda de comprensión o

de amor y es, en última instancia y en ese aspecto, su maestro. Por eso

nuestro Servicio Dominical nos insiste en que debemos “servir a la

divina esencia escondida en los demás, haciendo caso omiso del

aspecto, frecuentemente poco agradable, de nuestro prójimo.”

Sabe, por tanto, que no debemos considerarnos como si fuésemos

el centro del universo, porque no lo somos. No creamos que, si se

produce un eclipse o si estalla una guerra, ha sido pensando en nosotros,

porque no es así. Limitémonos a nuestro nivel y a nuestra vida. Porque

ahí sí que somos el centro. En lo demás, somos del montón...tirando

hacia abajo. Nada más. Así que, sin presunciones.

En base a esos conocimientos, el estudiante de ocultismo puede

interpretar el pasado y el presente y puede prever y preparar el porvenir.

Para él ya no existen el azar ni la casualidad ni la suerte, porque sabe

que todo tiene una causa y todo produce un efecto y todo se mueve hacia

un fin.

Esos conocimientos le permiten darse cuenta, además, del fluir de

la vida y dejarse llevar por ella, sabiendo que cada cosa llega en su

momento, sintiendo en su hombro la mano amorosa de Dios, que le

empuja hacia delante, al tiempo que experimenta esa sensación que tan

gráficamente expresa el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me

falta…”

Es lo que se denomina “estar positivo”, vibrar al unísono con el

universo, lo cual, a su vez, hace que nuestro pensamiento incremente su

potencial creador, y nos veamos rodeados de lo hermoso y lo agradable,

y nos predispongamos hacia lo positivo y hagamos funcionar la Ley de

Atracción, que incrementará la felicidad y la abundancia y la

positividad.

2.- Puede ocurrir también que los sueños, fielmente recordados,

nos hagan indicaciones sobre lo procedente, lo correcto o lo por venir, a

fin de que tomemos a tiempo las medidas oportunas.

En ese sentido, es conveniente adoptar la costumbre de anotar los

sueños, apenas producidos, para evitar que se borren de la memoria.

Con el tiempo, sin embargo, puede uno, en pleno sueño, grabar

consciente y profundamente su contenido conscientemente en la

memoria, para poder recuperarlo luego en estado de vigilia y estudiarlo e

interpretarlo.

Ello facilita el que vayamos recordando lo que hacemos por la

noche cuando se es ya probacionista y se empiezan a hacer incursiones

por el Mundo del Deseo acompañado de alguien más ducho, para

nuestra mayor seguridad.

3.- Pero hay momentos, hay acontecimientos o sucesos que

escapan a ese control. Me estoy refiriendo a las cosas que no dependen

de nosotros, que no hacemos nosotros ni se derivan de otras hechas por

nosotros y que nos suceden sin que sepamos por qué. Y, lo que es peor,

sin que sepamos qué finalidad tienen y, consecuentemente, nos veamos

obligados a interpretarlas.

Son lo que se ha dado en llamar sincronicidades, que no son más

que esos “hechos, poco frecuentes, y que se producen al mismo tiempo

que otros o relacionados con otros de un modo especial o incluso

extraordinario.” Si, cuando yo tengo veinticinco años, soy citado el día

veinticinco a una reunión de profesionales, en el número veinticinco de

determinada calle y resulta que, una vez reunidos, me doy cuenta de que

somos veinticinco y de que todos tenemos la misma edad, no dejaré de

asombrarme de tan gran “casualidad”. Pero, ¿eso es, realmente, una

casualidad? Si sabemos por el ocultismo, y por pura lógica, que la

casualidad no existe, no puede existir, en un universo ordenado,

armónico y donde cada causa produce su efecto y todo efecto tiene su

causa, ¿no es lógico pensar que esa “sincronicidad” tiene algún

significado y que a través de ella, se ha pretendido decirnos algo?

4.- Las sincronicidades, que nos ocurren a todos sin excepción, -

estoy seguro de que todos recordaréis alguna o algunas a lo largo de

vuestras vidas - poseen varias características que les son comunes y

resultan muy curiosas:

- No las podemos provocar pero, sin embargo, responden a

nuestras necesidades. Es como si el universo se moviera para

proporcionarnos lo que necesitamos, sea grande o pequeño.

- Son imprevisibles. Aparecen sin esperarlas.

- Sólo tienen sentido para nosotros, no para los demás.

- Relacionan algo externo con algo de nuestro interior.

- Nos producen la sensación de que hemos estado en el lugar

oportuno, en el momento oportuno y junto a la persona oportuna.

- Pasan desapercibidas si no estamos atentos.

- Son avisos, consejos, recordatorios u oportunidades.

5.- La pregunta procedente ahora es: ¿Se pueden o se deben

interpretar las sincronicidades?

Lo lógico es responder que sí. Que, si nada ocurre sin una causa y

todo está ordenado a un fin, se trata de mensajes para orientarnos en

nuestra marcha por la vida.

Pero, ¿mensajes de quién? La respuesta más razonable es la de que

sean de nuestro Yo Superior o de algún ángel, arcángel, Señor de la

Mente, o de algún Auxiliar Invisible. Serían una especie de intuiciones

materializadas. Y, del mismo modo que, si no nos acostumbramos a

hacer caso de las intuiciones, éstas se pierden, si no nos habituamos a

percibir las sincronicidades, resultan inútiles.

En cambio, del mismo modo que si nos acostumbramos a hacer

caso de las intuiciones, - ese primer impulso que casi siempre

rechazamos y luego resulta que era el correcto - desarrollamos la

capacidad de percibirlas y de interpretarlas debidamente, si adquirimos

el hábito de observar las sincronicidades y de analizarlas, podemos

extraer valiosos consejos y avisos y ayudas.

La búsqueda del sentido de las cosas es uno de nuestros impulsos

innatos. Si vemos la vida como algo significativo, las sincronicidades

son felices y productivas.

Para interpretar una sincronicidad es preciso:

1.- Notar la coincidencia de acontecimientos internos y

externos.

2.- Darnos cuenta de su importancia.

3.- Interpretarla, situarla en nuestra vida.

Recordemos siempre que familiarizarse con las sincronicidades es

aprender otro idioma.

6.- Las sincronicidades podrían dividirse en tres grandes grupos:

- Sincronicidades aisladas, que se presentan sin relación con

nada especial y una sola vez.

- Sincronicidades acumuladas, que hacen coincidir varios

elementos en un mismo sentido para influir en un acontecimiento.

- Sincronicidades reiterativas, que repiten el mismo hecho,

con los mismos elementos, una y otra vez.

7.- Como he dicho que las sincronicidades sólo sirven para

nosotros y yo no poseo fichas de las sucedidas a nadie, puesto que no

soy un psicólogo ni un sociólogo, me habré de referir a algunas que me

han sucedido a mí y que me han hecho aguzar la atención cuando se han

producido. Siento, por tanto, que el resto de la conferencia haya de ser

autobiográfico, pero, por definición, no puede ser de otro modo.

Enumeraré las más significativas de las que he percibido, de cada

una de las tres clases, convencido de que otros cientos de ellas me

habrán pasado desapercibidas, desgraciadamente. Casi todas ellas con un

mensaje que, más o menos importante, se refería a mi vida.

 

 

 

 

 
 


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