LA CIENCIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA VIDA...(I)
por Francisco-Manuel Nácher
1.- Antes de empezar el desarrollo de esta conferencia es lógico
que aclaremos qué entendemos por “vida”, qué es eso que pretendemos
interpretar.
Para el hombre de la calle, la vida es la sensación que todos
tenemos, de existir, a la vez que otros seres semejantes, en un mundo
que percibimos, al cual pertenecemos, que nos influye y al que
influimos.
Es algo ajeno, que nos viene dado. Algo que fluye hacia nosotros,
nos alcanza, nos afecta y pasa de largo. Algo que no podemos detener ni
manejar. Algo inevitable, compuesto por una sucesión de azares, de
casualidades y de suertes o desgracias, que estamos obligados a disfrutar
o a soportar.
Pero, para el estudiante de ocultismo, la vida es otra cosa muy
distinta: La vida es la manifestación de la existencia, la voluntad y la
omnisciencia de Dios y de nuestro propio espíritu, que es una parte del
mismo Dios. Es, aparentemente, también un fluir inevitable hacia
nosotros, pero que podemos interpretar y manejar y hasta dirigir.
Para el ocultista, que sabe que Dios compenetra todos y cada uno
de los átomos del universo con Su propia vibración, vivificándolos y
manteniéndolos activos; que es consciente de que hay un plan para el
desarrollo de todos los espíritus en evolución; que conoce y comprende
la existencia y funcionamiento de las leyes naturales, como las
corrientes por las que circula la voluntad divina, que van haciendo que el
proyecto previsto se vaya configurando y cumpliendo oportunamente;
que percibe la armonía total entre todos los componentes del universo;
que está convencido de que todo camina en la misma dirección aunque,
a veces, cambie momentáneamente de sentido; que admite la existencia
de grandes espíritus, encargados de que ese plan divino se realice, y que
continuamente enfocan energías sobre los seres en evolución con ese
fin… para quien sabe esto, la vida es la manifestación de la propia
evolución divina.
Porque, si bien se examina, cuantas noticias tenemos del mundo
circundante en el que vivimos, nos llegan a través de los cinco sentidos.
Pero, en buena ley, esas noticias, esos conocimientos del mundo exterior
no son sino interpretaciones que nosotros - nuestro espíritu - hacemos de
las vibraciones captadas por los sentidos y dirigidas al cerebro.
Cierto que, además de esos datos provenientes del exterior,
percibimos e interpretamos otros internos, que tienen su origen en
nuestro espíritu o en nuestro cuerpo mental y que nos llegan,
respectivamente, a través de la intuición y del razonamiento. O que
nacen en nuestro Cuerpo de Deseos y traducimos como emociones,
sentimientos y pasiones.
Podemos, pues, tener una idea sobre nosotros mismos y sobre el
mundo en que vivimos y, aún, sobre los demás seres humanos. Y, por
tanto, podemos actuar sobre ambos.
Y así estamos cambiando la faz de la Tierra; estamos extrayendo
petróleo a un ritmo endiablado; estamos extinguiendo especies animales
y vegetales; estamos exterminándonos los humanos unos a otros;
podemos pensar lo que queramos y desear lo que nos apetezca. Somos,
pues, libres y autosuficientes en cuanto a nuestra actuación en los
diversos planos se refiere.
En ese aspecto, en lo que depende de nuestra actuación personal, la
vida es fácilmente interpretable. El problema surge cuando se trata de la
actuación de los demás que, si bien, similares a nosotros, tiene cada uno
sus particularidades, que hacen imprevisibles sus actuaciones que
puedan afectarnos.
El estudiante de ocultismo tiene, sin embargo, un arma que el
hombre de la calle no tiene: Conoce la existencia y funcionamiento de la
Ley del Karma. Sabe, por tanto, que lo que le sucede de desagradable o
de agradable es consecuencia de sus actuaciones, sentimientos o
pensamientos anteriores, bien en ésta, bien en anteriores vidas. Y sabe
que, si quiere prepararse un futuro feliz, tiene que pensar, sentir y actuar
a tenor de las leyes naturales, porque ellas mismas harán que todo
suceda como ha deseado el propio Dios al establecerlas.
Cuenta, además, el estudiante de ocultismo, con el conocimiento
de que, en la vida, todo son símbolos: no sólo las letras, las palabras, las
frases, los sentimientos, los pensamientos, sino que todo, en el mundo
manifestado, es símbolo de lo oculto. Todo es manifestación de algo
superior.
Y sabe que todo sirve para algo y es necesario para el equilibro y la
armonía universales y que todo, por tanto, nos dice algo que hemos de
saber escuchar, ver, leer u oír. Y, por tanto, interpretar y aprovechar.
Y sabe que cada uno de nosotros hemos nacido en el entorno más
adecuado para nuestra evolución, generalmente escogido por nosotros
mismos. Lo cual quiere decir que ese entorno está, de un modo
misterioso, relacionado con nosotros. Y que un problema es sólo una
prueba a superar. Y sólo lo superamos cuando dejamos de verlo como
un problema y lo vemos como una oportunidad de aprendizaje.
Sabe igualmente que, en la vida, como en el teatro y en las novelas,
no existe ningún personaje superfluo, sino que todos intervienen, en
mayor o menor grado, en la trama y acaban influyendo en el desenlace.
Y ese conocimiento le permite darse cuenta de que una persona
antipática es alguien que viene a cobrarse una deuda de comprensión o
de amor y es, en última instancia y en ese aspecto, su maestro. Por eso
nuestro Servicio Dominical nos insiste en que debemos “servir a la
divina esencia escondida en los demás, haciendo caso omiso del
aspecto, frecuentemente poco agradable, de nuestro prójimo.”
Sabe, por tanto, que no debemos considerarnos como si fuésemos
el centro del universo, porque no lo somos. No creamos que, si se
produce un eclipse o si estalla una guerra, ha sido pensando en nosotros,
porque no es así. Limitémonos a nuestro nivel y a nuestra vida. Porque
ahí sí que somos el centro. En lo demás, somos del montón...tirando
hacia abajo. Nada más. Así que, sin presunciones.
En base a esos conocimientos, el estudiante de ocultismo puede
interpretar el pasado y el presente y puede prever y preparar el porvenir.
Para él ya no existen el azar ni la casualidad ni la suerte, porque sabe
que todo tiene una causa y todo produce un efecto y todo se mueve hacia
un fin.
Esos conocimientos le permiten darse cuenta, además, del fluir de
la vida y dejarse llevar por ella, sabiendo que cada cosa llega en su
momento, sintiendo en su hombro la mano amorosa de Dios, que le
empuja hacia delante, al tiempo que experimenta esa sensación que tan
gráficamente expresa el Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me
falta…”
Es lo que se denomina “estar positivo”, vibrar al unísono con el
universo, lo cual, a su vez, hace que nuestro pensamiento incremente su
potencial creador, y nos veamos rodeados de lo hermoso y lo agradable,
y nos predispongamos hacia lo positivo y hagamos funcionar la Ley de
Atracción, que incrementará la felicidad y la abundancia y la
positividad.
2.- Puede ocurrir también que los sueños, fielmente recordados,
nos hagan indicaciones sobre lo procedente, lo correcto o lo por venir, a
fin de que tomemos a tiempo las medidas oportunas.
En ese sentido, es conveniente adoptar la costumbre de anotar los
sueños, apenas producidos, para evitar que se borren de la memoria.
Con el tiempo, sin embargo, puede uno, en pleno sueño, grabar
consciente y profundamente su contenido conscientemente en la
memoria, para poder recuperarlo luego en estado de vigilia y estudiarlo e
interpretarlo.
Ello facilita el que vayamos recordando lo que hacemos por la
noche cuando se es ya probacionista y se empiezan a hacer incursiones
por el Mundo del Deseo acompañado de alguien más ducho, para
nuestra mayor seguridad.
3.- Pero hay momentos, hay acontecimientos o sucesos que
escapan a ese control. Me estoy refiriendo a las cosas que no dependen
de nosotros, que no hacemos nosotros ni se derivan de otras hechas por
nosotros y que nos suceden sin que sepamos por qué. Y, lo que es peor,
sin que sepamos qué finalidad tienen y, consecuentemente, nos veamos
obligados a interpretarlas.
Son lo que se ha dado en llamar sincronicidades, que no son más
que esos “hechos, poco frecuentes, y que se producen al mismo tiempo
que otros o relacionados con otros de un modo especial o incluso
extraordinario.” Si, cuando yo tengo veinticinco años, soy citado el día
veinticinco a una reunión de profesionales, en el número veinticinco de
determinada calle y resulta que, una vez reunidos, me doy cuenta de que
somos veinticinco y de que todos tenemos la misma edad, no dejaré de
asombrarme de tan gran “casualidad”. Pero, ¿eso es, realmente, una
casualidad? Si sabemos por el ocultismo, y por pura lógica, que la
casualidad no existe, no puede existir, en un universo ordenado,
armónico y donde cada causa produce su efecto y todo efecto tiene su
causa, ¿no es lógico pensar que esa “sincronicidad” tiene algún
significado y que a través de ella, se ha pretendido decirnos algo?
4.- Las sincronicidades, que nos ocurren a todos sin excepción, -
estoy seguro de que todos recordaréis alguna o algunas a lo largo de
vuestras vidas - poseen varias características que les son comunes y
resultan muy curiosas:
- No las podemos provocar pero, sin embargo, responden a
nuestras necesidades. Es como si el universo se moviera para
proporcionarnos lo que necesitamos, sea grande o pequeño.
- Son imprevisibles. Aparecen sin esperarlas.
- Sólo tienen sentido para nosotros, no para los demás.
- Relacionan algo externo con algo de nuestro interior.
- Nos producen la sensación de que hemos estado en el lugar
oportuno, en el momento oportuno y junto a la persona oportuna.
- Pasan desapercibidas si no estamos atentos.
- Son avisos, consejos, recordatorios u oportunidades.
5.- La pregunta procedente ahora es: ¿Se pueden o se deben
interpretar las sincronicidades?
Lo lógico es responder que sí. Que, si nada ocurre sin una causa y
todo está ordenado a un fin, se trata de mensajes para orientarnos en
nuestra marcha por la vida.
Pero, ¿mensajes de quién? La respuesta más razonable es la de que
sean de nuestro Yo Superior o de algún ángel, arcángel, Señor de la
Mente, o de algún Auxiliar Invisible. Serían una especie de intuiciones
materializadas. Y, del mismo modo que, si no nos acostumbramos a
hacer caso de las intuiciones, éstas se pierden, si no nos habituamos a
percibir las sincronicidades, resultan inútiles.
En cambio, del mismo modo que si nos acostumbramos a hacer
caso de las intuiciones, - ese primer impulso que casi siempre
rechazamos y luego resulta que era el correcto - desarrollamos la
capacidad de percibirlas y de interpretarlas debidamente, si adquirimos
el hábito de observar las sincronicidades y de analizarlas, podemos
extraer valiosos consejos y avisos y ayudas.
La búsqueda del sentido de las cosas es uno de nuestros impulsos
innatos. Si vemos la vida como algo significativo, las sincronicidades
son felices y productivas.
Para interpretar una sincronicidad es preciso:
1.- Notar la coincidencia de acontecimientos internos y
externos.
2.- Darnos cuenta de su importancia.
3.- Interpretarla, situarla en nuestra vida.
Recordemos siempre que familiarizarse con las sincronicidades es
aprender otro idioma.
6.- Las sincronicidades podrían dividirse en tres grandes grupos:
- Sincronicidades aisladas, que se presentan sin relación con
nada especial y una sola vez.
- Sincronicidades acumuladas, que hacen coincidir varios
elementos en un mismo sentido para influir en un acontecimiento.
- Sincronicidades reiterativas, que repiten el mismo hecho,
con los mismos elementos, una y otra vez.
7.- Como he dicho que las sincronicidades sólo sirven para
nosotros y yo no poseo fichas de las sucedidas a nadie, puesto que no
soy un psicólogo ni un sociólogo, me habré de referir a algunas que me
han sucedido a mí y que me han hecho aguzar la atención cuando se han
producido. Siento, por tanto, que el resto de la conferencia haya de ser
autobiográfico, pero, por definición, no puede ser de otro modo.
Enumeraré las más significativas de las que he percibido, de cada
una de las tres clases, convencido de que otros cientos de ellas me
habrán pasado desapercibidas, desgraciadamente. Casi todas ellas con un
mensaje que, más o menos importante, se refería a mi vida.
|