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FRANCISCO NÁCHER: LA CIENCIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA VIDA...(yII)
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 27/10/2011 14:24

 

 

 

LA CIENCIA DE LA INTERPRETACIÓN DE LA VIDA...(yII)

por Francisco-Manuel Nácher


 a) Sincronicidades aisladas:
I.- Yo tenía que asistir a una reunión de trabajo que
esperaba que durase todo el día. Salí de mi despacho en la calle de
Ferraz, tomé un taxi y le dije que me llevase junto al Eurobuilding. Yo,
debido a la frecuencia con que tomaba taxis para ir o volver de Barajas y
a lo largo del trayecto, me acostumbré a tener grandes conversaciones
con los taxistas. Y esta vez hice lo mismo mientras travesábamos
Madrid de parte a parte. Llegué a mi destino y despedí el taxi. Por la
tarde, hacia las ocho, terminada la reunión, bajé a la calle y esperé que
pasara un taxi. Tomé el primero que vino y, apenas subí, me dijo el
taxista: “En mis treinta años de taxista, ésta es la primera vez que me
ocurre”. ¿El qué? - le pregunté intrigado - “Tomar el mismo día al
mismo viajero.” Era el mismo taxi que yo había tomado en Feraz once
horas antes. Después de comentar la casualidad que suponía que, entre
más de veinte o veinticinco mil taxis que había en Madrid, hubiéramos
coincidido dos veces el mismo día, empezó el hombre a contarme sus
problemas. Y resultó que estaba decidido, en cuanto llegase a casa - lo
había estado meditando todo el día, dijo - a decirle a su mujer, que se
había quedado embarazada, que abortase, pues ya tenían cuatro hijos. Vi
claro que toda aquella casualidad no tenía más objeto que evitar aquel
aborto, así que me dediqué a fondo a explicarle el tema por dentro. Y lo
logré. Quedó convencido y, tan agradecido y contento, que me dio su
tarjeta y se fue feliz hacia su casa apenas me dejó en Ferraz.
II.- Tenía compuesto un poema con la idea de un
alcorque, como los que rodean los árboles en las calles y, en el centro,
mi alma luchando con las malas hierbas de mis pasiones. Veía
claramente la imagen en mi mente, muy clara, pero no conocía la
palabra y no encontraba ninguna que cuadrase en aquel verso,
precisamente el primero. Estando yo con ese problema, apareció por
casa una prima hermana mía y, durante la conversación, utilizó la
palabra “alcorque”, que era la que yo necesitaba y andaba buscando,
aunque no la conocía. Así que la puse en su sitio y completé el poema,
que titule “En el alcorque de mi alma...” y que empieza, precisamente,
así:
En el alcorque de mi alma crecen
asilvestradas todas mis pasiones…”
III.- Yo quería editar mi primer libro, “El viaje
interior”, en el cual apareció, precisamente, el poema del “alcorque”,
pero no encontraba editor. Sentía que debía publicarlo, pero no sabía
cómo. En esa tesitura, mi prima, la misma del alcorque, vino a casa a
visitarnos inesperadamente. Y, comentando el problema, me dijo: ”ayer
oí, en la emisora de radio tal, que hay una empresa que facilita la edición
de libros por los propios autores. Telefoneé a la emisora, me dieron la
dirección y pude así publicarlo.
En treinta años que vivo en Pozuelo, esta prima mía sólo ha venido
a mi casa dos veces. Curioso, ¿no?
IV.- El editor de mi última obra publicada, “El cielo en
la tierra,” estaba buscando, sin encontrarla, una ilustración para la
portada, que respondiese al título y al contenido del libro. Pero no era
fácil. En esa situación llegué a la librería Alariel a dar la clase semanal
de Filosofía Rosacruz y, apenas entré, me preguntó si se me ocurría
alguna idea. Yo, confiando siempre en las sincronicidades, miré unas
tarjetas que tenía encima del mostrador y, tomando una, dije. “ésta”. Era
una idea que, luego, interpretada y pintada al óleo por mi mujer, ha
resultado la portada más apropiada que podíamos imaginar. Es una de
las características de las sincronicidades: si, cuando tenemos un
problema nos fijamos en nuestro entorno, casi siempre surge ella para
ayudarnos.
V.- Pocos días después, el mismo editor me preguntó
qué nombre se me ocurría para su recién creada editorial, pues no
encontraba ninguno que le satisficiera. Yo le dije: “debe estar muy
cerca, espera un poco” En ese momento oí, de la conversación de unos
clientes que estaban en un rincón de la tienda, la palabra “creatividad” y,
automáticamente, dije “Ya está: Editorial Creación” Y así se llama.
Nos hacía falta y vino en nuestro auxilio. Y mi obra fue la primera
publicada por Editorial Creación. Es, pues, sólo cuestión de abrir los
ojos… o los oídos.
 
VI.- Íbamos mi mujer y yo hacia Barajas en un taxi,
para tomar el avión que nos había de conducir a todos los directivos de
la empresa, con sus cónyuges, a una convención en Río de Janeiro.
Como aún no existía la M-40, desde Pozuelo había que salir con mucha
anticipación. Lo hicimos con dos horas de adelanto. Pero ese día en la
M-30 se produjo tal atasco que nos quedamos bloqueados en medio de
aquel maremagnum y llegamos a Barajas cuando ya pasaba una hora del
momento del despegue. ¿Y qué encontramos? Que la salida había
experimentado un retraso justo de una hora. Los compañeros habían ya
embarcado, pero habían dejado un “follow me” preparado por si
llegábamos a tiempo. ¡Y llegamos! Teníamos que ir a Río, y fuimos.
VII.- Nunca hubiera creído que yo fuera un
casamentero, pero así resultó ser, por lo menos en dos casos. El primero
ocurrió con un tío mío. Era ya mayor, sobre los cincuenta y cinco años.
Y era soltero aún. Un día, por lo visto, hablamos sobre el matrimonio -
yo era recién casado entonces - y, lógicamente, se lo ponderé de tal
manera que se decidió a casarse y lo hizo. Años después me confesó que
su hijo me debía el haber nacido y me recordó aquella conversación
conmigo en la que estuve verdaderamente convincente
Lo curioso del caso es que, a poco de venir a vivir a Pozuelo, desde
Valencia, me encontré un día en la cola de un surtidor de gasolina a un
compañero de carrera al que no había visto desde hacía unos veinte
años. Nos abrazamos con alegría y, después de repostar los dos, nos
sentamos a charlar un momento. Y, cuando le pregunté si se había
casado, me respondió: “Si, me casé y tengo tres hijos, gracias a ti.”. Ante
mi asombro, me recordó una conversación que habíamos tenido una
tarde en un parque de Valencia, cuando éramos estudiantes, y en la cual
lo convencí de que el matrimonio era el estado perfecto para el hombre.
Y él me había hecho caso.
b).- Sincronicidades acumuladas:
I.- Mi hija nació el 30 de diciembre en una clínica de
Valencia emplazada en la Alameda, que es el real de la Feria de
Navidad. Quiere eso decir que aquella noche, nuestra habitación, del
primer piso, estaba sobre los tiovivos, las tómbolas, etc. que
organizaban, como es costumbre un guirigay que no nos permitía oír
casi nada más. Pasados los primeros momentos en la habitación con la
consiguiente alegría y, después de haberse ido las visitas, acostamos a la
niña en su cunita. Pero, a poco, empezó a ponerse morada. Yo, padre
inexperto, pues era mi primer retoño, me precipité sobre el timbre de
llamada, pero no acudió nadie. Insistí con desesperación y nada. Me fui
en busca de ayuda y la encontré. No habían oído el timbre, debido al
ruído de fuera. Vinieron corriendo, se llevaron a la niña, le extrajeron
unas flemas de las vías respiratorias y nos la devolvieron, no sin antes
explicarme lo que tenía que hacer si se producía de nuevo el incidente y
ellas - las monjas - volvían a no oír el timbre: “tome usted a la niña, se
la coloca en el sobaco cabeza abajo, le mete en la boca el dedo índice
de la otra mano, con una gasa, y trate se extraer la flema.” Dicho así es
muy sencillo, pero hacerlo fue terrible. Y me pasé toda la noche tocando
el timbre sin ningún éxito y extrayendo flemas de aquella niña que no
hacía más que fabricarlas, aparentemente para que me concienciase de
que tenía que poner mucho empeño en salvarle la vida. La niña quedó,
por fin, sin flemas y no pasamos a mayores.
Dos años después, precisamente un día en que yo, no recuerdo por
qué causa, no había ido a mi bufete, mi mujer apareció en mi despacho
de casa con la niña otra vez morada, prácticamente asfixiada. La vecina
de la puerta de enfrente le hacía dado un caramelo y la niña se lo había
tragado y se le había ido por la laringe. No había tiempo de llevarla al
hospital porque se hubiera asfixiado. ¿Qué hacer? Recordé lo de su
primera noche, la levanté, la puse boca abajo en mi sobaco izquierdo y
con mi índice derecho penetré en su garganta. Toqué el caramelo y temí
metérselo más aún y agravar la cosa, pero afortunadamente, pude
rodearlo y extraerlo, sin más consecuencia que un rasguño que le hizo
expulsar un poco de sangre. Fue el segundo aviso. Estuve en el lugar
oportuno, en el momento oportuno. Porque lo lógico era que estuviese
en mi despacho profesional a esa hora. Pero los hechos se enlazaron para
que estuviera allí.
Ocurre algo así con esos futbolistas que, de una manera
incomprensible, atraen los balones a sus pies, se coloquen donde se
coloquen. ¿Qué les sucede? Que están, quizás sin saberlo, dejándose
llevar por la vida de un modo positivo. Y la vida les ayuda.
Dos años después, el último día de curso fui a recogerla al colegio.
Me dijo que tenía dolor de cabeza. En el coche, se acurrucó sobre el
asiento del copiloto en forma extraña. Llegamos a casa y llamamos a
nuestro médico, que era pedíatra. Vino, la reconoció y dijo que
seguramente era sarampión, ya que toda Valencia estaba llena. “Veréis
mañana como amanece con las manchas características.” Y se fue. A la
mañana siguiente, antes de irme al bufete, fui a verla. No tenía rojeces,
Pero me dijo que le dolía la nuca. Yo no había tenido jamás relación
alguna con la meningitis, pero en ese momento, no sé por qué, la palabra
me vino a la mente y, corriendo, me dirigí a mi despacho particular,
donde disponía de una nutrida biblioteca. Entre las obras que tenía,
había una enciclopedia médica, en fascículos, cuya publicación ya había
terminado pero cuya editorial había quebrado cuando estaba editando los
índices. Así que tenía los fascículos sueltos, sin encuadernar - más de
cien - y, además, no tenía índice. Y los fascículos no trataban cada uno
un tema, sino que los salteaban para hacer la lectura más amena. Pues
bien, llegué a mi despacho, tomé un fascículo, el primero que se me
ocurrió, con la intención de seguir con los otros hasta que encontrase
algo sobre la meningitis. Lo abrí y, en la primera página leí:
“Meningitis”. Y, a continuación: “Modo rápido de diagnosticar una  
meningitis. Se tiende al niño boca arriba, se le dice que levante la
cabeza y si, al hacerlo, se le levantan las rodillas, es meningitis. Luego
habrá que hacer la punción lumbar para determinar cuál de las dos
clases de meningitis es.” Le hice la prueba y salió lo que mi intuición
me había dicho. Telefoneé al médico, vino, le hizo la misma prueba con
el mismo resultado – pues no había ni hay aún otra - y avisamos para
que viniesen a hacerle la punción lumbar. En aquella época - estoy
hablando del año sesenta y nueve - no había los adelantos de hoy y una
hora perdida en una meningitis era aumentar el peligro de muerte o de
ceguera o de cualquier secuela grave siempre. Se le hizo la punción,
pero el resultado se tenía a las veinticuatro horas., Por fin lo tuvimos, la
tarde del día siguiente, y se lo llevé al médico, el cual recetó unos
comprimidos de Elkosine - nunca olvidaré el nombre - que valían
veintitrés pesetas. Me fui a la primera farmacia y, al pedirlo, me dijeron:
“Sí”, y entraron a la trastienda a buscarlo. Pero salieron diciéndome que
se les había terminado. Pregunté por la farmacia más próxima y me fui
corriendo. Y me ocurrió lo mismo. Y así fui recorriendo farmacias. En
todas creían que lo tenían, pero todas me decían que se les había
agotado. Llegó la hora del cierre de las farmacias y yo ya estaba
desesperado. Telefoneé a casa explicando lo que pasaba. La familia toda
se movilizó. Buscamos en todas las farmacias de guardia, de Valencia y
pueblos próximos, y en todos los hospitales y clínicas. En ningún sitio
tenían Elkosine, con gran sorpresa, pues todos creían tenerlo. Llegaron
las once de la noche y seguíamos buscando. Y entonces, al marido de mi
prima hermana antes citada, - la del alcorque y la editorial para
primerizos - que hacía un año o dos que no veíamos y que vivía - y sigue
viviendo - en Madrid, se le ocurrió preguntarse cómo nos iría la vida y,
ni corto ni perezoso, telefoneó a casa y mi mujer le explicó el problema
que estábamos viviendo. Él entonces dijo: “dame el nombre de esa
medicina y voy a ver si la encuentro aquí en Madrid y os la puedo
enviar con el último avión” - el golfo, le llamaban, porque salía a la una
de la madrugada hacia Valencia - Salió de su casa y, a los pocos metros,
pasó por la puerta de un laboratorio farmacéutico que, a esas horas, once
y media de la noche estaba siempre cerrado pero, precisamente, ese día,
al pasar él, estaban bajando el cierre metálico. Se dirigió al que salía
para preguntarle dónde podría encontrar la medicina y le dijo que la
fabricaban ellos, que la tenía y que, además, se la regalaba, en vista del
caso. La recibió, pues, fue al aeropuerto, se la entregó al piloto y, a las  
dos teníamos la medicina y pudimos administrársela a mi hija. Hoy esa
hija es médico y hace poco, al ver el resultado del análisis, que yo aún
conservaba, comentó que, realmente, estaba muy grave.
¿Que interpretación tienen estas sincronicidades - que son muchas
- para mí? Yo interpreto que tenía que salvar la vida de mi hija tres
veces, quizás porque se la quité en tres existencias pasadas. Y que el
marido de mi prima nos debía un favor y lo pagó así. La vida nos brindó
a los dos la posibilidad de saldar deudas. Y que mi hija no tenía que
morirse en ninguno de los momentos relatados. Por su parte, mi hija es
hoy médico, como he dicho, y se dedica a salvar vidas. Lo que no se
puede hacer es decir que todo fueron casualidades.
 
 
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