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CORINNE H.: EL MISTERIO DE LOS ÁNGELES EN TIEMPO DE NAVIDAD
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De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 05/12/2011 20:35

 

La canción del tamborilero

 

 

 

El mundo moderno está volviendo, cada año con mayor reverencia y

comprensión, a vivificar las fiestas y ceremonias de los primeros cristianos. La fiesta

de Adviento, desde su fundación en el siglo I, no había sido tan destacada como

durante los últimos años.

El Adviento tiene lugar, de acuerdo con una ley cósmica, cuando la Jerarquía

de Sagitario dirige sus radiaciones hacia la Tierra, ya que ello favorece el idealismo

elevado y fortalece las aspiraciones espirituales. Las luces multicolores que se ven

por doquier y la alegre música que se escucha por todas partes se combinan, en el

plano externo, para reflejar la sublime belleza, la intensa actividad y la música y

color verdaderamente gloriosos que inundan los mundos internos. Es entonces

también cuando los ángeles se aproximan a la Tierra más que en cualquier otra época

del año.

Durante este intervalo, el aspirante serio dedica tanto tiempo como le es

posible a purificarse y a prepararse, por medio del ayuno y la oración, para llegar a

una mayor sincronización con el Festival de la Navidad. Este trabajo preparatorio,

actualmente, comienza en el equinoccio de otoño, cuando la regencia de la Tierra es

asumida por el arcángel Miguel, que preside los procesos de purificación y

regeneración de toda la progenie terrenal. Desde el equinoccio de otoño hasta el

solsticio de invierno, Miguel y sus huestes se encargan de limpiar los cuerpos de

deseos y mental de la Tierra. Si no fuese por esas actividades de verdadera limpieza

que llevan a cabo los grandes Seres celestiales, la lóbrega atmósfera psíquica,

generada por los malos pensamientos, emociones y actos del hombre, se haría tan

densa, que la Humanidad quedaría sumergida en ella sin ninguna esperanza,

totalmente roto su enlace con las vivificantes fuerzas del espíritu. Esto no ocurre

porque la suprema labor redentora de Cristo consiste en luchar contra esas fuerzas

del mal y la oscuridad, lucha simbólicamente representada por Miguel dando muerte

el dragón, ya que Miguel es quien sigue a Cristo en la Jerarquía de la Luz. La

victoria de la luz frente a las tinieblas tiene lugar cada año mientras el sol pasa por

Libra, Escorpio y Sagitario. El cristiano místico lo comprende así y sabe cómo

sincronizarse con las influencias de Miguel y sus huestes. De este modo recibe una

tremenda ayuda, por parte de la luz interior, que nunca le falla, y que está en su

propio ser, para su victoria personal sobre las tinieblas.

Cuando llega el solsticio de invierno, habiendo dado Miguel cumplimiento a

su labor anual, devuelve la regencia de la Tierra a Gabriel, el arcángel de la ternura y

el amor. Gabriel es el glorioso ser que tipifica el espíritu de la maternidad, ya que es

el guardián de las madres y sus hijos. Toda la vastísima tropa de ángeles de la

naturaleza trabaja bajo su guía durante esta estación.

Empezando el equinoccio de otoño, la dorada radiación de Cristo, que va

siendo derramada sobre la Tierra, gradualmente penetra sus capas atmosféricas y,

luego, el globo terráqueo entero hasta que, en el solsticio de invierno, alcanza su

mismo corazón. Entonces tiene lugar el mayor milagro de la naturaleza: Se produce

una magia blanca, un silencio total, y una tierna reverencia impregna la atmósfera de

la Noche Santa, mientras los ángeles de la naturaleza, junto con otros más elevados

seres celestes, combinan sus fuerzas e invierten las corrientes cósmicas. Durante los

seis meses anteriores, se estuvieron moviendo a lo largo del arco descendente;

durante los seis meses siguientes, que culminarán en el solsticio de verano, se

elevarán a lo largo del arco ascendente. La poderosa oleada de esta mágica fuerza

revigoriza la vida toda; y esa misma marea ascendente de fuerza espiritual, eleva el

fuego espinal del espíritu en el cuerpo humano. Así pues, en aquéllos que hicieron la

suficiente preparación, este fuego puede ser elevado hasta la cabeza y producir un

estado de verdadera iluminación.

Este proceso cósmico tiene lugar mediante el poder de la armonía musical y el

ritmo. Es una acción de la Palabra Creadora, del Verbo, del cual San Juan afirma que

ha existido desde el principio y que por Él fue hecho todo lo creado.

La nota clave musical de este Planeta es armonizada con el canto de los

ángeles: "Gloria a Dios en las alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia los

hombres". Es la armoniosa y rítmica enunciación de esta palabra planetaria,

resonando, una y otra vez, por toda la Tierra, lo que produce el milagro de la Noche

Santa.

Las inmensas fuerzas celestiales que actúan entre el cielo y la Tierra en esta

bendita época, resuenan con una belleza insuperable. Un suave eco de esta celestial

armonía, captada por Franz Schubert, fue transcrita para los oídos humanos en los

exquisitos compases de su Ave María. Esta composición, en cierto sentido, puede

considerarse como la nota-clave musical de la estación navideña. Su música acarrea

un tremendo poder espiritual, particularmente durante esta época del año en que

parece como si devolviese el eco de los ritmos celestiales de los espacios cósmicos.

Durante este tiempo encantado, se produce un triple nacimiento: Primero, el

nacimiento cósmico del Espíritu de Cristo, del modo ya explicado, y que impregna

toda la naturaleza con una nueva vida; segundo, el nacimiento histórico del Gran

Maestro del Mundo, que escogió esta época para encarnar cuando lo hizo el Maestro

Jesús, que se convirtió en portador de la Luz de Cristo, Maestro de ángeles y

hombres; y tercero, el nacimiento metafísico de Cristo en el interior del discípulo, en

un estado de iluminación.

Ahora comprende el discípulo por qué entonces no hubo habitación en el

hostal y por qué Cristo ha de nacer en un pesebre donde comen las bestias. Ahora

comprueba que el trabajo supremo de su vida ha consistido en abrir las puertas del

hostal, en preparar habitación para Cristo y en transformar el pesebre en una cuna de

luz. Sabe que esa cuna es el Tercer Ventrículo, en la cabeza, donde está rodeado por

las fuerzas que irradian de las glándulas pituitaria y pineal sensibilizadas,

simbólicamente representadas, respectivamente, por María y José. Al convertirse en

un Iluminado, se convierte en un Cristo, y la gloria de este nuevo nacimiento es

saludada por las multitudes angélicas desde lo alto.

Los tres nacimientos van acompañados por los jubilosos coros de seres

celestiales, que proclaman estos, varias veces, transformadores acontecimientos,

transcritos en la nota clave musical de la dispensación cristiana: "Gloria a Dios en las

alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia los hombres".

El 21 de diciembre, la nota-clave planetaria cambia de Sagitario a Capricornio.

La clave de Sagitario es éxtasis divino, expresado en la fraternidad gozosa, en la

riada de clarísimos colores y en la armonía de la estación de Adviento. La nota-clave

de Capricornio es consumación divina. La Tierra está sumergida en la blanca luz de

la consagración, cuando las corrientes de vida planetarias se invierten, y la fuerza del

Cristo Cósmico comienza a reascender hacia el Sol. Estas fuerzas van creciendo

desde el 21 de diciembre hasta la medianoche del 24, en que adquieren su máxima

potencia, pero no declinan luego. Las poderosos radiaciones solsticiales de fuerza

espiritual envuelven la Tierra hasta la duodécima noche siguiente, un intervalo

considerado sagrado por los primeros cristianos y destinado a ser revivido hoy.

El cántico de los ángeles, mientras el sol se dirige hacia el sur, está expresado

en tonos menores. A la medianoche del 24 de diciembre, la Noche Santa, sus coros

se transportan a tonalidades mayores, cuando entonan, llenos de gozo, la nota-clave

de la Tierra: "Gloria a Dios en las alturas y, en la Tierra, paz y buena voluntad hacia

los hombres".

 

 

 
 



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