CRISTO EN SUS VARIOS ASPECTOS
CÓSMICO, PLANETARIO, HISTÓRICO Y MÍSTICO
EL CRISTO PLANETARIO
El omnipenetrante Amor Cósmico que anteriormente estaba presente por
doquier, fuera y alrededor de la Tierra, con la muerte de Jesús, nació en el interior
de la misma... Cuando Jesús de Nazaret murió en la cruz, en ese momento, nació
para la Tierra algo que antes sólo podía encontrarse en el Cosmos. La muerte de
Jesús de Nazaret fue el nacimiento del amor cósmico dentro de la esfera terrestre.
(Rudolf Steiner)
Quién soy yo lo sabrás cuando parta. Lo que ahora parezco ser no es lo que
soy. Pero lo que soy, lo sabrás cuando vengas.
(Ecos de la Gnosis)
(El himno de Jesús)
El Cristo Planetario es un glorioso arcángel, el supremo entre las huestes
arcangélicas. La Jerarquía de Capricornio es el hogar de los arcángeles; pero, durante
el período de Su misión en este planeta, Cristo y Sus huestes ministrantes
establecieron su hogar en la cubierta espiritual del sol, dado que todo cuerpo celeste
tiene una capa espiritual que se extiende en el espacio mucho más allá que su forma
visible. Del mismo modo, cada ser humano posee una prolongación espiritual, más
allá de su vehículo físico.
Desde los principios de la civilización, las más primitivas religiones han
rendido homenaje a este gran Ser que habita en el sol. Los grandes sacerdotes de los
Templos de Misterios enseñaron a sus más avanzados discípulos la verdad sobre este
glorioso ser solar, y esperaban que llegaría el tiempo en que descendería a la Tierra y
se convertiría en el regente del mundo. Los que eran clarividentes podían ver al
Señor Solar, al que rendían homenaje. Pero llegó un día en que ya no pudieron verlo
y, entonces, supieron que Su encarnación humana era inminente. De país a país, de
profeta a Maestro, de Maestro a discípulo, se transmitió la buena nueva de que el
Señor Bendito, el que había de ser el Salvador del Mundo, estaba ya próximo a la
Tierra.
En los tiempos precristianos, los seguidores de Zoroastro rindieron culto al sol.
Su adoración, sin embargo, no se dirigía al orbe visible en los cielos, sino al Espíritu
Solar, al Logos Solar, al que llamaban Aura Mazdao, la Dorada Aura de Luz, que
sería, más tarde, conocido como Cristo. En palabras de Rudolf Steiner: "Mediante
grandes procesos cósmicos, este exaltado Ser se fue aproximando a la Tierra, y esa
aproximación se pudo seguir, clarividentemente, cada vez mejor. Una clara muestra
de que Cristo estaba llegando se dio cuando Su gran precursor, Moisés, recibió Su
revelación en el fuego que brillaba sobre el Monte Sinaí".
EL BAUTISMO
Por fin, el gran día llegó. Un intenso silencio dominó todas las cosas. El latido
del corazón de la naturaleza parecía haberse detenido a causa de aquella paz que
excedía toda comparación. La elevada exaltación de las huestes celestiales parecía
estar muy cerca. Entonces, los cielos se abrieron y la pura y blanca paloma del
Espíritu Santo descendió y se posó sobre la cabeza del Maestro Jesús, al tiempo que
se oyó la voz de Dios proclamando: "Éste es mi Hijo muy amado en quien me siento
totalmente complacido". Había tenido lugar el más maravilloso de los
acontecimientos, pues el Señor Cristo había tomado posesión del cuerpo que, tan
amorosamente y con tanto sacrificio había sido preparado para recibirlo. El vehículo
del Maestro Jesús, el más maravilloso y perfecto que esta Tierra podía producir, se
convirtió en el hogar del Señor Cristo, durante los tres años de Su ministerio terrenal.
¡Milagro de los milagros!. ¡El más exaltado de los arcángeles se había encarnado
para hablar y caminar con los hombres!. Fueron éstos, tres años mágicos que dejaron,
para siempre, su inefable impronta, tanto en la raza humana, como en el Planeta.
Citamos de nuevo a Rudolf Steiner: "Antes del bautismo en el Jordán, el Ser
Cristo no pertenecía a la esfera terrestre. Vino a la Tierra procedente de mundos del
más allá, de esferas superterrenas. Los acontecimientos que se desarrollaron desde el
bautismo en el Jordán hasta Pentecostés eran necesarios para que Cristo, el ser
celestial, se transformara en Cristo, el ser terrenal... Un elevadísimo ser, no terreno,
desciende a la esfera terrestre hasta que, por Su influencia, la Tierra entera queda
debidamente transformada. Desde los días de Palestina, Cristo es, pues, una fuerza en
la Tierra misma".
Tras el Bautismo y la Crucifixión, el acontecimiento más importante de la
estancia de Cristo en el Tierra, fue la Transfiguración. Recapitulemos, brevemente, el
status del Señor Cristo en relación con la divina Trinidad: El Dios de nuestro sistema
solar, que incluye la Tierra, opera mediante los poderes trinos del Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo, cuyos tres aspectos son: Voluntad, Sabiduría y Actividad.
En el momento de la Transfiguración, Cristo, mediante la Sabiduría - segundo
principio de la Deidad Solar - fue elevado a una sintonización o unificación con el
Verbo o segundo principio del Ser Supremo. Esta divina sintonización hizo que Su
semblante resplandeciera más que el sol, al tiempo que Su túnica parecía más blanca
que la nieve.
Algunos Maestros del mundo han alcanzado la gloria de la transfiguración.
Constituyó el clímax de sus vidas. y, tras él, pasaron a otras esferas. No ocurrió así
en el caso de Cristo Jesús. Aquí la Transfiguración tuvo lugar al principio de Su
ministerio. La fase más importante del mismo no se dio hasta después de este
sublime acontecimiento.
EL GÓLGOTA
Como ya se ha dicho, hay quienes sostienen que la crucifixión de Cristo ha de
ser interpretada como una representación simbólica de una etapa superior en el
proceso iniciático. Esto es así; pero fue también un hecho histórico. Nunca se
insistirá bastante ni con suficiente énfasis sobre el hecho de que la particularidad de
la misión redentora de Cristo la constituyó la manifestación, en un cuerpo humano y
en el plano físico, de algo que, hasta entonces, sólo se había producido en otros
planos, en los rituales iniciáticos celebrados en el Templo de Misterios, y había sido
experimentado, por tanto, en la vida de todo discípulo, a lo largo del Sendero que
conduce a la Iluminación. Si no se acepta el aspecto histórico de la encarnación de
Cristo, ésta pierde todo su significado. El acontecimiento del Gólgota fue el suceso
más impresionante jamás conocido en la Tierra, ya que marcó un cambio de rumbo
en la evolución, tanto del hombre como del Planeta mismo.
Este planeta, lo mismo que el hombre, está compuesto de un cuerpo físico y
varias capas de densidad decreciente: Etérica, astral, mental y espiritual. Estas capas
interpenetran el cuerpo físico y se extienden más allá de su superficie. El hombre ha
de formar sus propios vehículos con la sustancia de esas auras. La palabra Adán
significa tierra. "Eres polvo y al polvo volverás", dice la afirmación bíblica,
refiriéndose al cuerpo físico. Literalmente, el planeta en que vivimos es nuestra
Madre Tierra.
Poco antes de la venida de Cristo, la Humanidad había alcanzado el nádir de
su evolución. La historia corrobora esta afirmación: La maldad, la lujuria, el egoísmo
y la mezquindad general habían polucionado de tal manera la atmósfera psíquica de
la Tierra, que ya no existía material adecuado para construir cuerpos de deseos
limpios. La misión de Cristo consistió en cambiar ese estado de cosas. De otro modo,
la Humanidad hubiera sido incapaz de todo progreso espiritual. Durante el intervalo
entre Su Crucifixión y Su Resurrección, Cristo limpió y purificó la cubierta astral (de
deseos) de la Tierra, y ha continuado, desde entonces, llevando a cabo ese trabajo
cósmico. Cuando Su espíritu abandonó Su cuerpo, penetró en el corazón de la Tierra,
momento en el que Su aura brilló tanto que, como asegura el relato bíblico, "la tierra
se oscureció". Esa luz dorada de Cristo se derramó a lo largo y a lo ancho del orbe
planetario todo, elevando su tasa vibratoria.
El acontecimiento histórico que tuvo lugar en el Gólgota, jamás se ha repetido.
Pero Su sacrificio por la redención de la Humanidad, repetimos, no empezó y
terminó con Su inmolación. El sacrificio continúa, a escala planetaria, y se repite
anualmente, en su recurrente ministerio cíclico. Todos los años, en otoño, el Cristo
Cósmico, el Espíritu Solar, desciende de lo alto - adonde asciende en el solsticio de
verano - y da comienzo a una nueva penetración en la esfera terrestre. Comenzando
por la capa exterior, desciende, gradualmente, hasta alcanzar el corazón del Planeta
en el solsticio de invierno. Entre el equinoccio de otoño y el de primavera, actúa en
el cuerpo de la Tierra, recargándola con Su impulso vital, que ayuda a la Humanidad
en su evolución ascendente. Durante la otra mitad del año, del equinoccio de
primavera al de otoño, nos ayuda desde más allá de los confines de la Tierra,
mientras renueva, en el Trono del Padre, Sus energías gastadas, con el fin de preparar
la próxima liberación de fuerza redentora en la corriente vital del hombre y del
Planeta.
Cada vez que Cristo penetra en la esfera terrestre, incrementa
cuantitativamente los dos éteres espirituales superiores. Uno de ellos es el hermoso
éter dorado del plano celestial. San Pablo afirma que, al regreso de Cristo, el hombre
le saldrá al encuentro en el aire, refiriéndose al plano etérico, el inferior de los
mundos a los que descenderá en Su Segunda Venida. Gracias a la asistencia recibida
por la Humanidad desde el descenso del Señor al plano físico, es ahora posible, para
"todo el que quiera", encontrarse con Él, a mitad de la "escalera". Pero, para hacer
esto, le es necesario el hombre incorporar a su ser los éteres superiores que
componen su cuerpo-alma. El camino más corto, más seguro y más rápido para
desarrollar estos dos éteres superiores, consiste en vivir una vida de amoroso e
inegoísta servicio a los demás. Así logra el hombre formar su cuerpo-alma con estos
dos éteres superiores, azul y dorado. Será, pues, posible, para todo el que prepare un
vehículo tal, salir al encuentro de Cristo a Su Segunda Venida.
Cada año, cuando Cristo infunde a la Tierra Sus energías vitales, luz y amor,
se acelera el ritmo del Planeta entero. Gradualmente, se va sintonizando con Su
propia nota-clave, tal como la entonan los ángeles cada Navidad: "Paz en la tierra y
buena voluntad entre los hombres". Algún día los hombres aprenderán a convertir
sus "espadas en arados" y sus "lanzas en podaderas" (Isaías 2:4); y no habrá más
guerras. El cristiano místico no se desanima por el caos y la disolución que parecen
dominar por todas partes, pues sabe que el momento más oscuro es, siempre, el que
precede a la aurora. A lo largo del horizonte percibe el arco de la promesa. Pues él
sabe que, cada año, al penetrar la Tierra el Espíritu de Cristo, se debilitan las líneas
de separación entre raza y raza, nación y nación. Llegará el día feliz en que el Planeta
cobijará una Humanidad unificada, y en el que las ideas de la paternidad de Dios y
de la fraternidad entre los hombres serán una realidad.
Adán y Eva del relato bíblico representan a la Humanidad primera, que vivía
en el Jardín del Edén, situado en los planos etéricos. Cuando sus miembros cayeron
bajo el hechizo de la vida sensual, a causa de la influencia de los Luciferes, su tasa
vibratoria se redujo, hasta alcanzar la de la materia física. De esa manera la
Humanidad perdió el Paraíso en su infancia. No fue arrojada del jardín etérico por
una deidad vengativa, sino que perdió ese lugar de residencia por su aceptación de
una influencia que la alineó con el Mundo del Deseo. La Caída y sus terribles
secuelas fueron la consecuencia de la actuación de leyes fijas, y no de un arbitrario
decreto del Creador.
La ilimitada indulgencia en las propensiones animales, que siguió a la
introducción de los impulsos de los Luciferes en la naturaleza de deseos del hombre,
produjo el endurecimiento de su cuerpo etérico y la percepción de su contraparte
material, "cubriéndose con pieles", como resalta la Biblia. El descenso a la existencia
física trajo dolor y sufrimiento, enfermedad y muerte. La atención prestada por la
Humanidad a las tentaciones de los Luciferes y su alejamiento del modo de vivir
establecido por Jehová para su estado de desarrollo, está recogida en la afirmación
bíblica de que Adán y Eva "comieron del Árbol del Conocimiento del Bien y del
Mal". Antes de ello, las criaturas de la Tierra sólo conocían el Bien. Tras la Caída, se
vieron obligadas a laborar el camino de regreso hacia aquel bien que, cuando sea
alcanzado, será de un nivel de manifestación más elevado, debido a las lecciones
aprendidas a lo largo de dolorosas experiencias.
El cuerpo etérico está compuesto de cuatro éteres de distinta densidad. Los dos
éteres inferiores se ocupan de las funciones vitales, mientras que los superiores dan
lugar a las cualidades anímicas. Como consecuencia del descenso del hombre a la
materialidad, los dos éteres superiores han permanecido largo tiempo latentes,
evitando así la inmortalidad de un vehículo físico imperfecto. Por esa razón le es más
fácil al hombre vivir una vida mundana que una vida espiritual. La preponderancia
de los éteres inferiores sintoniza al cuerpo etérico con las vibraciones terrenales, por
lo que requiere gran esfuerzo desarrollar cualidades anímicas, tales como el
discernimiento y la fuerza de voluntad.
En Su anual descenso a la Tierra, Cristo trae consigo nueva provisión de los
dos éteres espirituales superiores. Y, durante Su nueva entrada en la Tierra, limpia
toda la capa de deseos; así que la sustancia de deseos de que el hombre puede
disponer, para incorporarla a su cuerpo astral, es, cada vez, de mayor pureza.
Cristo está construyendo en los planos etéricos la Nueva Jerusalén, que será el
hogar de la Humanidad durante la Dispensación Crística. Muchas personas con vista
extendida (visión etérica) pueden contactarlo en ella y contemplar la maravillosa
preparación que se está llevando a cabo. Como ya se dijo, el cuerpo físico no puede
funcionar en el plano etérico, por lo que, aquéllos que hayan de reunirse con Él "en
el aire", han de construir su cuerpo-alma de los dos éteres superiores. Ni la
enfermedad, ni el dolor, ni la vejez, ni la muerte, tienen lugar en el mundo etérico,
ese plano luminoso donde la Humanidad se reunirá con su Señor. Es sabido que se
está apareciendo a quienes son capaces de contactarlo a ese nivel, lo cual indica el
comienzo de Su Segunda Venida.
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