En el imaginario popular, ciertas circunstancias, objetos, palabras y pensamientos están infundidos
de poderes e intencionalidades (a veces benignos, y otras maléficos), que recaerán indefectiblemente
sobre nosotros. Se podría pensar que este tipo de ideas son típicas de las personas con baja formación
cultural. Sin embargo, el que esté libre de ellas, ¡que tire la primera piedra!
La ocurrencia de rituales y supersticiones es casi universal. Los rituales son aquellas cosas que hacemos
habitualmente y que, a diferencia de la rutina, nos reconfortan y nos dan seguridad (por ejemplo, hay quien
se ducha antes de acostarse y quien lo hace cuando se levanta).
En cuanto a las supersticiones, la mayoría se originaron en tiempos inmemoriales y tenían una función
social. Por ejemplo, el hábito de apoyar el salero en la mesa y no pasarla de mano en mano tiene su origen
en que la sal era utilizada como moneda de cambio y entonces derramarla era un sacrilegio.
Del mismo modo, los condenados a la horca pasaban antes por debajo de una escalera. Presagio de muy
mala suerte en su momento. Pero ¿por qué perduran estas ideas en la sociedad actual?" Las supersticiones
son estados anímicos en los que se generan creencias a las que, aún siendo contrarias a la razón,
se les otorga crédito", señala el terapeuta Enrique Novelli, de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
Más que en explicaciones lógicas, este crédito está fundado en vivencias afectivas. Y así objetos, animales,
personas, palabras y actos se consideran promotores de suerte y bienestar, o de calamidades.
El psicoanálisis, mediante el estudio de las obsesiones, ha descubierto que "la esencia de las supersticiones
es el efecto de la represión que al recaer sobre un impulso generador de un afecto
cualquiera, genera angustia", señala el especialista.
Una vez que la angustia irrumpe en la conciencia, las razones que la provocaron se diluyen. Y cuando se intenta
darle una explicación, generalmente la asocia a situaciones, actos y palabras. De este modo, esas
circunstancias o cosas pasan a considerarse peligrosas, es decir, promueven estados de angustia.
"Es como si funcionáramos con dos pensamientos -grafica Novelli-. Por una parte está el pensamiento
racional, y por otra, los restos de ese pensamiento arcaico, de carácter mágico. El primero se ajusta a la
lógica formal, en tanto el segundo queda adherido a las vivencias y las sensaciones que ellas
promueven y que son las que le otorgan credibilidad. "
La medicina conoce desde sus inicios el poder del efecto placebo (que en algunos medicamentos, como
las drogas para combatir la disfunción sexual, pueden explicar hasta el 50% del éxito de un tratamiento) .
Y hoy, desde la psico-neuroinmunología, muchos malestares se podrían explicar por las conexiones
nerviosas que generan los pensamientos negativos y terminan provocando una baja en las defensas,
lo que a su vez facilita la aparición de la enfermedad.
Pero así como hay pensamientos que enferman, la palabra, en un contexto de contención, es terapéutica.
Algunas investigaciones en neurociencias descubrieron, por ejemplo, que quienes se analizan y trabajan con
el poder de la palabra logran cambios químicos en las sinapsis (conexiones en las neuronas).
Sigmund Freud tenía razón: hay palabras que curan y pensamientos que matan.
María Naranjo