Pronto descubrirá que es físicamente imposible permanecer deprimido o
agobiado mientras se manifiestan los síntomas de una felicidad radiante.
Si uno cambia los pensamientos sobre las cosas y sobre los
demás, las preocupaciones empiezan a desaparecer.
Así de sencillo. Porque nuestra vida es la obra de nuestros pensamientos.
Si tenemos pensamientos felices seremos felices. Si tenemos
pensamientos desdichados, seremos desdichados. Si tenemos
pensamientos temerosos, tendremos miedo. Si pensamos en el fracaso,
seguramente fracasaremos. Si nos dedicamos a compadecernos,
todo el mundo huirá de nosotros.
¿Y de qué manera se puede determinar qué cosas merecen
nuestra preocupación y cuáles no?
Hay que aprender a distinguir entre tener y ser. Las personas
que viven constantemente preocupadas están llenas de tener. Me sentiré
contento cuando tenga casa propia. O, si tuviera un jefe que no
fuese tan dictador... si tuviera un título, o más tiempo para mí.
Siempre que pensemos que el problema está allí afuera, el problema
residirá en ese mismo pensamiento. De esta manera otorgamos
a lo que esta ahí afuera el poder de controlarnos. El paradigma
del cambio es entonces de afuera hacia adentro.
Esta idea constituye para muchas personas un cambio dramático
de esquema. Pero la verdad es que todos podemos controlar nuestras
vidas y tratar de influir poderosamente en nuestras circunstancias,
si trabajamos sobre el ser, sobre lo que somos.
Por ejemplo, si alguien tiene un problema en su matrimonio ¿qué
gana mencionando continuamente los pecados del otro? Al decir que
no es responsable, aparece como una víctima impotente, se inmoviliza
en una situación negativa.