Desarrollar compasión
Algunos de mis amigos me han dicho que aunque al amor y la compasión son
maravillosos y buenos, realmente no son muy relevantes. Nuestro mundo, afirman ellos,
no es un lugar en el que dichas creencias tengan mucha influencia o poder. Sostienen
que la ira y el odio son una parte tan predominante de la naturaleza humana que la
humanidad siempre estará sometida a ellos. No comparto este punto de vista.
Los seres humanos hemos existido en nuestra forma presente por más de cien mil años.
Creo que si durante este tiempo la mente humana hubiera estado dominada principalmente
por la ira y el odio, nuestra población total habría disminuido. No obstante, a pesar de
todas nuestras guerras, encontramos que actualmente nuestra población es mayor que antes.
Esto indica claramente que el amor y la compasión prevalecen en el mundo. Esta es la razón
por la cual los hechos desagradable son «noticia». Las acciones compasivas son una parte
tan importante de nuestra vida diaria que se dan por sentadas y, por lo tanto,
en su mayoría se ignoran.
Hasta ahora he discutido los beneficios mentales de la compasión. Sin embargo, ésta
también contribuye al bienestar físico. De acuerdo con mi propia experiencia, la estabilidad
mental y el bienestar físico se relacionan directamente. Sin lugar a dudas, la ira y la agitación
nos hacen más susceptibles a las enfermedades. Si la mente está tranquila y ocupada en
pensamientos positivos, el cuerpo no se convertirá en presa fácil de las enfermedades.
Sin embargo, es cierto que todos poseemos una capacidad innata de centrarnos en nosotros
mismos que, por supuesto, nos impide amar a otros. En este punto podemos preguntarnos
lo siguiente: si deseamos obtener la felicidad que sólo proporciona una mente calmada y si
dicha paz mental sólo la da una actitud compasiva, ¿cómo desarrollar este tipo de actitud?
Obviamente, no es suficiente con pensar en lo linda que es la compasión. Necesitamos
hacer un esfuerzo concertado para desarrollarla. Debemos utilizar todos los sucesos
de nuestra cotidianidad para transformar nuestros pensamientos y nuestro comportamiento.
Primero que todo, debemos aclarar qué quiere decir compasión. Muchas formas de sentimiento
compasivo se mezclan con el deseo y el apego. Por ejemplo, el amor que los padres sienten
por sus hijos con frecuencia se asocia con sus propias necesidades emocionales y, en esa
medida, no es del todo compasivo. De nuevo, en el matrimonio, el amor entre esposo y
esposa, particularmente al comienzo cuando ninguno conoce al otro completamente,
depende más del apego que del amor genuino. Nuestro deseo puede ser tan fuerte que
la persona a quien amamos nos parece buena cuando, en efecto, él o ella es muy negativo
(a). Además, tendemos a sobredimensionar las cualidades positivas y, por eso, cuando
la actitud de nuestra pareja cambia, nos sentimos desilusionados y nuestra actitud también
se transforma. Esto nos indica que el amor, en muchos casos, proviene de motivaciones
estrictamente personales y no de una preocupación genuina por el otro.
La compasión verdadera no es una respuesta emocional sino un compromiso firme
fundado en la razón. Por lo tanto, una actitud verdaderamente compasiva hacia los otros
no se modifica incluso si éstos se comportan negativamente. Por supuesto, desarrollar
este tipo de compasión no es nada fácil. Para comenzar, consideremos los siguientes hechos:
Sin importar que una persona sea bella y cariñosa o fea y disociadora, en última instancia
es un ser humano como nosotros mismos. Al igual que cualquiera de nosotros, desea
obtener la felicidad y no desea sufrir. Por lo demás, su derecho a ser feliz y a vencer
el sufrimiento es tan legítimo como el nuestro. Ahora bien, cuando reconocemos que
todos los seres son iguales en su deseo de ser felices y en su derecho a serlo,
automáticamente sentimos empatía y cercanía hacia ellos. Al acostumbrar a nuestra
mente a este sentido de altruismo universal, desarrollamos un sentido de responsabilidad
por los otros: el deseo de ayudarlos a que superen sus problemas activamente. Este deseo
no es selectivo, se aplica a todos por igual. En tanto seres humanos que, como
nosotros, experimentan placer y dolor, no hay razón lógica para discriminar entre unos
y otros o para alterar nuestra preocupación por ellos si se comportan en forma negativa.
Quiero enfatizar que si tenemos el tiempo y la paciencia suficientes, podremos
desarrollar este tipo de compasión. Por supuesto, nuestra capacidad de centrarnos en
nosotros mismos, nuestro apego característico al sentimiento de un «yo» autoexistente
e independiente, es lo que, fundamentalmente, inhibe nuestra compasión.
Ciertamente, la verdadera compasión sólo puede experimentarse cuando se elimina
este tipo de aferramiento al yo. Sin embargo, esto no significa que no
podamos comenzar a intentarlo ahora.
Cómo empezar
Debemos comenzar deshaciéndonos de los obstáculos más grandes: la ira y el odio.
Como todos sabemos, la ira y el odio son dos emociones muy poderosas que si no se
controlan pueden tomarse nuestra mente, invadirnos por completo.
No obstante, es posible controlarlas.
Teniendo en cuenta lo anterior, para comenzar sería bueno indagar si la ira tiene o no
valor. Algunas veces, cuando nos sentimos desanimados a causa de una situación difícil,
aparentemente la ira resulta útil en tanto nos proporciona energía, confianza y determinación.
Empero, en este punto debemos examinar cuidadosamente nuestro estado mental.
Aunque es cierto que la ira da más energía, si exploramos la naturaleza de esa
energía, nos damos cuenta de que es ciega: nunca estamos seguros de si sus
efectos van a ser negativos o positivos. Esto sucede porque la ira eclipsa la mejor
parte de nuestro cerebro: su racionalidad. Por eso, la energía de la ira casi nunca es
confiable. Puede causar una gran cantidad de comportamientos destructivos o
desafortunados. Por lo demás, si la ira llega al extremo, nos convertimos en especies
de locos que actúan de formas que no sólo son dañinas para nosotros
mismos sino para los demás.
No obstante, es posible desarrollar una energía igualmente poderosa con la cual
manejar las situaciones difíciles. Esta energía controlada proviene no sólo de una
actitud más compasiva sino de la razón y la paciencia, los dos antídotos más poderosos
contra la rabia. Desafortunadamente, algunas personas confunden estas cualidades
con debilidad. Por mi parte, creo lo contrario, es decir, que estas dos cualidades son
signos reales de fortaleza interior. Por naturaleza, la compasión es suave y pacífica,
pero también muy poderosa. Inseguros e inestables son quienes pierden fácilmente
la paciencia. Desde mi punto de vista, el surgimiento de la ira es un signo directo de debilidad.
Entonces, cuando nos encontremos con un problema, lo primero que tenemos que
hacer es ser humildes, mantener una actitud sincera y esperar que el resultado
sea justo. Por supuesto, otros pueden querer aprovecharse de nosotros y si nuestra
actitud de permanecer desapegados sólo provoca que nos sigan agrediendo injustamente,
debemos adoptar una postura fuerte. Sin embargo, debemos hacerlo con compasión y
si nos resulta necesario expresar nuestros puntos de vista y tomar medidas fuertes,
debemos hacerlo sin rabia y sin mala intención.
Es importante que nos demos cuenta de que aunque nuestros opositores aparentemente
nos están haciendo daño, a la postre, su actitud destructiva sólo los perjudicará a ellos mismos.
Con el fin de controlar nuestros impulsos egoístas de venganza, debemos recordar nuestro deseo
de practicar la compasión y asumir la responsabilidad para ayudar a los otros con el fin
de que no sufran las consecuencias de sus propios actos.
De esta forma, en la medida en que escojamos cuidadosamente las acciones que llevemos
a cabo, éstas serán más efectivas, más adecuadas y más poderosas. La retaliación
con base en la energía ciega de la ira, rara vez da en el blanco.
Amigos y enemigos
Debo enfatizar nuevamente que con sólo pensar en que la compasión, la razón y la
paciencia son buenas no es suficiente para desarrollarlas. Debemos esperar los
momentos difíciles y, entonces, intentar ponerlas en práctica.
¿Y quién crea las oportunidades? Por supuesto no son nuestros amigos sino nuestros
enemigos. Ellos son quienes más problemas nos dan. Por eso, si realmente queremos
aprender, debemos considerar a nuestros enemigos como nuestros mejores maestros.
Para quienes apreciamos la compasión y el amor, es esencial la práctica de la
tolerancia y, para poder practicar la tolerancia, tenemos que contar con nuestros
enemigos. En este sentido, debemos sentir gratitud hacia ellos, ya que son los que más
contribuyen a que obtengamos la paz mental. Con frecuencia, tanto en la vida pública
como en la privada, cuando las circunstancias cambian, los enemigos se convierten en amigos.
La ira y el odio siempre son dañinos y a no ser que entrenemos nuestra mente y
trabajemos duro para reducir su influencia negativa, seguirán molestándonos y
haciendo difícil que obtengamos la paz mental. La ira y el odio son nuestros reales
enemigos. Esas son las fuerzas que necesitamos confrontar y derrotar, no los «enemigos»
temporales que intermitentemente aparecen en nuestra vida.
Por supuesto, es natural y correcto que deseemos tener amigos. A menudo afirmo, en
broma, que si queremos ser egoístas, tenemos que ser muy altruistas. Para lograr tener
muchos amigos, es necesario preocuparnos por los otros, por su bienestar, ayudarlos,
servirles, conseguir más sonrisas. ¿El resultado? ¡Cuando necesitamos ayuda,
encontramos miles de personas que quieren ayudarnos! Si, de otro lado, somos
negligentes en relación con la felicidad de los demás, en el largo plazo resultaremos
derrotados. ¿Es la amistad el resultado de las batallas y las peleas, de la ira, de la
envidia y de la competitividad? No creo. Sólo el afecto nos trae amigos genuinos.
En la sociedad materialista de hoy, si tenemos poder y dinero, aparentemente tenemos
muchos amigos. Sin embargo, no son amigos de nosotros. Son amigos del dinero
y el poder. Cuando perdemos la fortuna y la influencia, nos resulta muy
difícil seguirle la pista a estas personas.
El problema reside en que cuando las cosas del mundo marchan bien para nosotros,
creemos que podemos manejarlo todo y que no necesitamos amigos. Sin embargo,
en la medida en que nuestro estatus y nuestra salud declinan, nos damos cuenta de
lo equivocados que estábamos. Ese es el momento en nos enteramos de quién es
realmente útil y quién es completamente inútil. En ese sentido, con el fin de prepararnos
para ese momento, con el fin de hacer amigos genuinos que nos ayuden cuando
lo necesitemos, debemos cultivar el altruismo.
Aunque algunas veces la gente se ríe cuando se lo digo, yo siempre quiero tener más
amigos. Me encantan las sonrisas. Debido a esto, tengo el problema de saber cómo hacer
más amigos y cómo conseguir, en particular, sonrisas genuinas. Hay muchos tipos de
sonrisas: sarcásticas, artificiales y diplomáticas. Muchas sonrisas no producen un
sentimiento de satisfacción y algunas veces pueden ocasionar sospechas y miedo.
Sin embargo, una sonrisa genuina nos da un sentimiento de frescura ya que es una
característica especial de los seres humanos. Si este es el tipo de sonrisas que
queremos, nosotros mismos debemos crear las condiciones para que se dé.
La Compasión y el Mundo
Como conclusión, me gustaría extender mis pensamientos más allá del tópico de este
escrito breve y señalar algo mucho más amplio: la felicidad individual puede contribuir
en forma profunda y efectiva al mejoramiento general de nuestra comunidad humana.
Puesto que todos compartimos la misma necesidad de amor, es posible sentir que
cualquier persona que conozcamos, sin importar cuáles sean las circunstancias,
es un hermano o una hermana. Hay que ignorar la novedad de su rostro o las
diferencias en la forma de vestirse o de comportarse. No existen divisiones
significativas entre nosotros y los demás. Centrarnos en las diferencias externas
es estúpido, ya que nuestra naturaleza básica es idéntica.
En última instancia, la humanidad es una y este pequeño planeta es nuestro único
hogar. Si queremos proteger nuestro hogar, necesitamos experimentar un vívido
sentimiento de altruismo universal. Sólo este sentimiento puede hacer que desaparezcan
las motivaciones egoístas que hacen que las personas se engañen unas a otras.
Si poseemos un corazón sincero y abierto, naturalmente nos autovaloraremos y
sentiremos confianza en nosotros mismos. Como consecuencia de lo
anterior, ya no sentiremos miedo.
Considero que en todos los niveles de la sociedad, familiares, tribales, nacionales e
internacionales, la clave para un mundo más feliz y exitoso es el desarrollo de la
compasión. No tenemos que volvernos religiosos ni creer en una ideología. Lo
único que necesitamos es desarrollar nuestras cualidades humanas innatas.
Yo intento tratar a todas las personas que conozco como si fueran viejos amigos.
Esto me proporciona un sentimiento de felicidad genuina.
Es la práctica de la compasión.