Esta temática es de difícil aprehensión, por decirlo de alguna manera. Es importante
tener una especial receptividad para intentar captarla en la medida de nuestras posibilidades.
Hoy sólo vamos a ver un planteamiento global inicial y, quizá entremos un
poco en lo que serían los inicios del método para conseguir esta transformación
del pensamiento; lo que sería la metodología de tipo esotérico para obtener ese cambio.
Pero lo más determinante, de entrada, es conseguir situar el problema en sus
verdaderas dimensiones. Realmente comprender en qué consiste; y - si eso se
entiende -tenemos ya un punto de partida ideal para, encima de esa plataforma,
empezar a construir lo que puede ser un proceso de solución.
Primero tendríamos que situarnos históricamente, para poder ubicar la naturaleza
de esta problemática y ver de dónde parte. Sabemos que estamos en la Quinta Época
Post-Atlante y que ésta parte, aproximadamente, en términos amplios, del S. VI d. J.C.,
y que todavía estamos totalmente inmersos dentro de ella. Esta época, aunque se
halla preparada entre los S. VI y IX, se revitaliza o entra en efervescencia, en un
período que corresponde, aproximadamente, del S. XIII al XV.
Lo que tiene de particular esta época con respecto a las anteriores es que,
siguiendo un proceso evolutivo, aparece lo que es el germen de una nueva
facultad dentro del ser humano, que es lo que se denomina el alma consciente.
Es decir, aquella parte de nuestro psiquismo, que ejercida sobre los datos de la
percepción sensorial del mundo físico, nos confiere una conciencia de vigilia
absolutamente precisa, una conciencia de alerta sobre la realidad física, lo
cual suministra las condiciones idóneas para el despertar de la individualidad.
Como todos sabemos, la individualidad es un término un tanto confuso, porque puede
ser entendido de distintas maneras. Existe otro término que tiene dos significaciones
totalmente contradictorias y contrapuestas entre sí, que es el de "ego". Con esta
designación se pueden entender dos cosas totalmente contrarias: el Yo real del
individuo, que es su auténtica identidad; y lo que no es el Yo real del individuo, es
decir, la falsificación del Yo real, un yo espúreo y sucedáneo que no tiene nada de
individual, puesto que es compartido por todos los seres humanos, y que está subyacente
en el concepto de egoísmo. Eso es lo menos individual que existe y es en donde todos
nos parecemos extraordinariamente. Esa es la falsificación del yo, que fue suministrado
al ser humano, en unos tiempos muy remotos, como son los de la antigua Época Lemúrica,
por las Entidades Luciféricas. Eso tiene muy poco que ver con la individualidad, con
la auténtica individualidad, con la identidad profunda del individuo, que es única e
irrepetible; mientras que los egoísmos son todos exactamente iguales entre sí y cumplen
un papel de distorsión de lo que serían los efectos de la auténtica individualidad. La
individualidad, según Steiner, se corresponde, a nivel humano, con la especie en el
mundo animal. Es decir, cada una es única y diferente de las demás, y, por tanto, una no
puede ser explicada en función de lo que se encuentre en otra. Así como la especie se
manifiesta a través de los distintos animales singulares que la integran, la individualidad
lo hace por las distintas encarnaciones. En este sentido, la actual psicología no podría
llegar a entender la verdadera individualidad, pues como todas las ciencias del presente,
estudia lo que los individuos tienen en común, es decir, lo que es "no-individual", lo que se
mantiene a nivel de cuerpo astral, pero no alcanza el Yo Espiritual.
Sabemos también, a través de seminarios anteriores, que si el representante de la falsa
individualidad es Lucifer, el representante de la auténtica individualidad es el Cristo.
Ahí vemos que la contraposición de notas características y de cualidades es total y
absoluta, puesto que lo que en un área es egoísmo absoluto, en la otra
es absoluto desprendimiento y entrega.
La significación de la época actual
Estamos en el momento del alma consciente, en el momento en que, precisamente por
esa facultad operante en la psique de la persona, ésta tiene la opción de encontrarse frente
a su propia individualidad y escoger entre su núcleo de identidad más propio, que le va
a distinguir de todos los seres humanos y le va a hacer receptivo a todos esos seres y
a todo cuanto existe, o quedarse a nivel de la falsa individualidad, que significa quedarse
afincado en la separatividad y en el egoísmo. Este es el desafío de nuestro momento,
que tiene de propio y de único que, hasta ahora, dado que esa facultad era totalmente
inexistente, no había posibilidades de autodeterminación por parte de la persona, que
siempre estaba dependiendo, de alguna manera, de su entorno y de otra serie de
instancias, como podían ser agrupaciones de distintas índoles, en función de las
entidades sociales o bien de los lazos hereditario-sanguíneos, etc...
Como siempre que se entra en un área histórica, en la cual se desarrolla una
facultad que previamente no había existido, evidentemente, la humanidad atraviesa unos
momentos de desconcierto. Tiene los elementos propios de las épocas anteriores, pero
esos elementos no son apropiados para hacer frente a las circunstancias presentes y
futuras. La facultad propia de la época inmediatamente precedente, que es la Cuarta Época
Post-Atlante, la Greco-Romana, es la del alma racional. En esa época tenemos el surgir
del pensamiento como un instrumento de análisis de la realidad, y ese instrumento comienza
a manifestarse, haciéndolo con un cierto grado de rendimiento y funcionalidad, en una
determinada medida. Ahí es donde tenemos que empezar a ejercer nuestro juicio y
nuestra crítica. Tenemos un pensamiento racional, con el cual los primeros autores
griegos, filósofos y científicos al mismo tiempo, se plantean algo que hasta ese
momento tampoco hubiera sido posible, que es el papel que el hombre tiene en el mundo.
Hasta ese momento esto no era posible por un hecho, porque previamente las condiciones también
eran diferentes. La etapa anterior, la Tercera Época Post-Atlante, era la
etapa del alma sensible. Fundamentalmente
a través del sentimiento, de la sensación, y de una percepción[1] no mediatizada por el pensamiento, una
percepción pura, el ser humano estaba conectado directamente con la realidad que lo circundaba. Él era
una parte de la realidad, y cuando uno forma parte de algo, no se cuestiona ese algo como ajeno,
puesto que no es ajeno sino que es propio. Uno no se cuestiona sus manos y sus pies, puesto que son
partes el mismo organismo. Sin embargo, cuando uno tiene problemas en esas partes, empieza a
cuestionárselas, porque empiezan de alguna manera a ser ajenas. Uno se cuestiona aquello que no es
inmediatamente propio. Sobre lo que es absolutamente propio, normalmente, no existe conciencia.
Luego, posteriormente, con el desarrollo y la evolución, uno puede empezar a llevar a cabo
este tipo de cuestionamiento; pero inicialmente hay un proceso de identificación global.
La escisión del hombre y realidad
Cuando el ser humano estaba totalmente integrado en la realidad, cuando formaba parte de ella, cuando
vivía, percibía y sentía con ella, al unísono, no tenía los elementos y los estímulos apropiados para
cuestionarse su papel dentro de la realidad, puesto que sabía perfectamente cuál era ese papel.
Pero lo sabía, no como consecuencia de un razonamiento teórico, sino porque era la experiencia suya
continua, su experiencia. Esto, de alguna manera, está incluso presente en los comienzos de la antigua
Grecia. Sin embargo, cuando las facultades del alma sensible comienzan a decaer y se plantean las
propias del alma racional, entonces el ser humano se desvincula de su entorno, se siente aislado.
Ha cortado sus distintos cordones umbilicales con la naturaleza y la siente como algo ajeno, extraño,
desconocido y, en buena medida, hostil. Es entonces cuando se plantea esa gran incógnita, que está
presente en todas las obras de la literatura clásica griega y latina, pero sobre todo en la griega,
que es la inspiradora. Se plantea la pregunta del destino del hombre: ¿qué razón existe para
que el hombre viva, para que viva en unas condiciones que, en gran proporción involucran
sufrimiento? ¿qué objetivo tiene todo eso?. Esta es la pregunta[2] propia del alma racional. El alma
sensible se plantea sobre todo la belleza, la percepción placentera de la belleza y tiene una
vivencia que, desde ese punto de vista, se puede considerar artística. El alma racional se plantea
el sentido profundo de las cosas. Su pregunta es acerca de la verdad, de la realidad de
las cosas, y ése es el terreno en el cual la humanidad se ha estado desenvolviendo,
aproximadamente, desde los Siglos IV-VI a.C., hasta aproximadamente
los Siglos XII-XIII, y, ya en último término, en el S. XV.