PUREZA DE MEZQUINDAD
Vosotros, futuros Dioses, vosotros que con sólo conoceros sabríais que sois Dios... ¿qué sois
sino fetiches de plomo sobre pedestales caseros?
Abrid pedestal y estatua. Por dentro, nada más que
aire sofocante con que infláis vuestro yo.
Sería divertido esto…si no fuera tan ridículamente mezquino; si no fuese la
mezquindad la tónica de vuestra vida. Fijaos, no Me refiero a vuestros vecinos,
sino directamente a la pequeñez en vosotros.
Repasad vuestros días.
Examinad con cuidado el móvil de cada uno de vuestros actos. Pensad en una balanza todo
vuestro egoísmo, todo lo que habéis hecho para agradar y exaltar a vuestra personalidad. Y
pesad con toda precisión vuestro amor, todo lo que hicisteis por otros con absoluto desinterés.
(Espero que encontréis una balanza bastante sensible. )
Comparad ambos resultados.
Y decid luego si todavía podéis censurarme por afirmar que toda vuestra vida parece despreciable.
¿Cómo os levantáis por las mañanas? ¿Perezosamente, obligados por la tienda, la oficina,
el trabajo rutinario, que reclaman vuestra atención? O ¿con júbilo, porque veis en perspectiva
algo agradable: una excursión, un partido, un obsequio, una ganancia especial
o la visita de una persona que os agrada?
¿Habéis saludado el alba alguna vez, dichosos, pensando en las ocasiones que durante el día
vais a tener para dedicarlas a los demás? ¿Disminuir penas, compartir alegrías, ayudar
con todos los medios de que disponéis? No sólo con lo que tenéis, sino con todo lo que sois.
Así es como se levantarán todos Mis Hijos, llenos de la más pura alegría que da el olvido de
sí mismo. Si vuestros móviles son otros, son mezquinos.
¿Por qué trabajáis?
¿Sólo por el pan diario de vuestra familia? ¿Por mantener o mejorar vuestro estado social?
¿Por adquirir un nombre o acaso fama?
¿O por mejorar las condiciones de vida de vuestros prójimos, aunque de ello no resulte provecho
ni bombos en los periódicos ni agradecimiento de ninguna clase para vosotros?
El incentivo, ¿es un despreciable egoísmo o un altruismo sin reservas?
¿Por qué tenéis familia? ¿Por qué os casasteis? ¿Sólo por el deseo de felicidad? ¿Por los placeres
y comodidades que pensabais obtener por el matrimonio? Aun en el llamado amor ¿no pensabais
principalmente en las ventajas que os pudiera aportar? No pretendáis que vuestro móvil fue el amor
si en realidad fue el egoísmo, el amparo de vuestro ensimismado yo inferior.
Mis Hijos no se guiarán por pensamientos tan ruines. Sólo razones de altruismo guiarán todos sus
pasos. Y el resultado será: una felicidad de que aun con la mayor
tensión de vuestro cerebro no podríais tener idea.
¿Por qué coméis tres, cuatro, cinco veces al día?
¿Coméis para vivir y poder trabajar mejor? O ¿trabajáis y al parecer vivís únicamente para
comer mejor, de un modo más epicúreo?
Los banquetes y delicadezas con que obsequiáis a los amigos ¿son todavía gratas atenciones
que reclaman su pago en la misma moneda?
¿Giran todavía la mayor parte de vuestras conversaciones y pensamientos sobre las recetas ,de
nuevos platos, sopas, tortadas y postres?
¿Es todavía la cocina vuestro oratorio y el fogón vuestro altar donde colocáis las ofrendas -también
de sangre- que dedicáis a lo más supremo en que podéis adorar?
¿Es todavía vuestro estómago el sol de vuestra existencia, en cuyo derredor un sistema de
numerosos plan-y com-ingestas (planetas-viandas y cometas- viandas),
giran sin cesar en dispéptico desconcierto?
Entonces la mezquindad ¡lo siento! es lo que domina en vosotros.
¿Por qué os vestís, sea en pleno o sea a media ropa?
¿Para proteger el cuerpo -cosa que puede conseguirse con
elegante sencillez- de las inclemencias del tiempo?
O ¿por ostentación, por hacer ver que sois alguien, para molestar orgullosamente con la
belleza de que otros carecen? ¿Para causar admiración, excitar envidia, llamar la, atención?
Si es así, seguid, esclavos de la veleidad y de la moda. No quiero molestaros; continuad con
vuestras mezquindades; contentaos con vuestros sombreros, pasamanería y costosos perifollos.
No puedo contar con vosotros para establecer la Nueva Raza, gloriosa y libre de esas pequeñeces.
¿Por qué tenéis religión o filosofía? ¿Por qué vais a la iglesia o a las reuniones religiosas?
¿Porque van vuestros padres? ¿Porque es una costumbre? ¿Porque proporciona una gran
oportunidad para hacer conocimientos? ¿Por asegurar un asiento reservado en el cielo?
¿Porque una ceremonia o un discurso bien pronunciado os permite sentiros (por emoción)
extraordinariamente mejorados? ¿Porque vuestra mente concreta se deleite en
definiciones y consideraciones sobre cosas vagas y lejanas?
Ninguno de estos pretextos puedo Yo aceptar. Sólo como expresión de vuestra divinidad interna,
como anhelo irresistible de realizar vuestra innata unión con Dios, son la religión y la
filosofía verdaderos valores y no bastardas imposturas.
Con frecuencia vuestras grandes virtudes no son más que pequeños vicios disfrazados. Algunos
de vosotros están tan henchidos de virtudes que se hacen insoportables, y su vana satisfacción
molesta a los demás. La verdadera virtud nunca ofende.
Sois muy bondadosos, a veces, cuando las circunstancias os son favorables, cuando os encontráis
de buen humor, cuando ello puede favorecer determinados planes. Si fueseis verdaderamente
buenos, lo seríais siempre e indistintamente.
Sois caritativos en las listas oficiales de suscripciones.
Dais con liberalidad cuando de ello esperáis alguna utilidad: amor, amistad,
reconocimiento satisfacción, agradecimiento.
Sois muy alegres cuando todo os sale bien.
Sois chistosos aunque con vuestros chistes hiráis los sentimientos ajenos, sólo porque la gente os
llame graciosos. Vuestro humor no complace más que a vuestra vana personalidad.
Os gusta ejecutar vuestro trabajo con perfección, para distinguiros,
para ser más considerados que los demás.
Adoráis lo bello en la música, en todo arte, con una sola mira: vuestra satisfacción y alabanza.
Y no hay que decir que lo que tiene o ha hecho vuestro rival no puede ser bello.
Procuráis el desarrollo espiritual, no para poder ayudar a los demás, sino para que os ayuden a
superar a los vecinos; no para servir al mundo, sino para mandar y alcanzar autoridad.
Conozco vuestros motivos mejor que vosotros mismos. Ni a uno de vosotros estimo en menos
de lo que vale. Pero debéis conoceros: primero, a vuestro pequeño yo
con todas sus pequeñeces y después a vuestro Yo. .
¿Por qué hablar… y hablar?
Del tiempo, de la salud, de la comida, de vuestros negocios y aun de los ajenos, de las personas
conocidas, pero generalmente sin conocerlas, y de toda clase de naderías despreciables.
¿Es una costumbre que no podéis desechar? ¿No podéis colocaros por encima de las chácharas
infantiles? Y peor aún. La charla de los niños es inocente ¿lo es la vuestra siempre? ¿Y los chismes?
¿Cuando repetís malévolas hablillas contra amigos y extraños? ¿Conocéis sus motivos de obrar,
sus dificultades, las lecciones que tienen que aprender, las luchas que tienen que sostener?
Si fuera así, no hablaríais de ellos como lo hacéis.
¿No hay mejor empleo para el tiempo que charlar, charlar y CHARLAR? Malgastáis el tiempo,
las energías, las oportunidades de oír la sabia y amorosa Voz de vuestro verdadero Yo.
¿No habéis tenido nunca noticia de que existe esta Voz? Porque habláis demasiado. Porque siempre
estáis ocupados en los intereses materiales de vuestro pequeño yo inferior.
Mis hijos de la Raza Venidera, conocerán y comprenderán la Voz del Yo, y estarán prontos a escucharla.
Y luego… no olvidéis que el sonido crea. La palabra es una fuerza creadora. El universo manifestado
fue en verdad creado por la palabra del LOGOS. Así crean también vuestras palabras.
Cada palabra que proferís, cada ruido que hacéis produce una vibración en el éter físico.
¿Dónde y cuándo cesará? En ninguna parte y nunca. Se propagará por toda una infinidad de
espacio y tiempo. Vuestra charla y cotorreo perturban la armonía de todo el universo. Y
por toda la eternidad se podrá rastrear la perturbación hasta hallar su origen en vosotros.
Es mejor callar que abusar de esta poderosa fuerza con esa continua
picotería necia, insensata, inútil, sin objeto.
¿Por qué vivís. . . y morís?
¿Creéis que no hay razón para hechos como el nacimiento y la muerte? ¿Creéis que son
meros sucesos? O ¿es que nunca se os ocurre pensar en ellos?
¿Vivís meramente porque no podéis evitarlo y morís sin saber por qué? ¿Teméis a la muerte
por miedo a perder la vida, a perder todos los bienes, a perder la conciencia del yo?
Tiempo vendré en que comprenderéis que vuestra vida es eterna. Entonces os parecerá el yo,
ese yo ególatra y mezquino, con toda su separatividad, como una pesada carga
que estuve impidiendo vuestro crecimiento.
Mejor es sacudirla mientras estáis, como decís, vivos, porque la muerte no os librará de ella.
Desechad el egoísmo. Entonces viviréis por siempre en conciencia no interrumpida.
¿Creéis por ventura que aunque haya una razón para la vida y para la muerte no llegaréis a conocerla?
Hombres creados a imagen dé Dios, Todopoderoso, ¿ creéis que podríais ser como Él sin la
Omnisciencia? Sois Él en latencia, en poderes sin desarrollar. Pero
por vuestra pequeñez limitáis Su expresión.
Investigad, pensad, conoced, desarrollad vuestros poderes latentes. Haceos omnipotentes
y omniscientes. No hay expresión de la vida demasiado insignificante: nada hay demasiado
grande para vuestra comprensión. No hay secreto en el universo que no hayáis de conocer.
Sobreponeos a vuestra pequeñez.
Arrojad las cadenas que limitan la expresión de vuestro Yo, vuestras costumbres frívolas y deberes
imaginarios, la insensata persistencia en vuestra rutina, el temor de diferir de
vuestros circunstantes, el miedo a todo.
Todo lo que pertenece al yo debe irse. Entonces y sólo entonces se manifestará el Yo. Poneos
a trabajar y no os impacientéis. Aun el mayor idiota se convertirá en un instrumento en las
manos del gran Arquitecto, que, al fin, manifestará la gloria de Su Ser a través de todas sus
criaturas. Acelerad el proceso de vuestra evolución. Así apresuraréis el
advenimiento de Mi excelsa, intrépida, Raza.
(Dos Laborantes)