Pero sucede que durante el transcurso de nuestra vida hay rasgos de carácter o
expresiones de nuestra personalidad que con mayor frecuencia generan consecuencias
desagradables, por ejemplo: la cólera, el orgullo, el temor, el odio, la venganza, la sensualidad,
el egoísmo, la envidia y la intolerancia. Por eso debemos analizar constantemente nuestros
pensamientos y emociones para ver si en ellos se manifiestan algunos de los rasgos citados,
aunque sea en grado mínimo y cuando nos veamos dominados por ellos, debemos comenzar
enseguida a trabajar para eliminarlos. Los dos principales medios para lograrlo son el
cambio en el modo de pensar y en el modo de actuar con relación a los demás; comenzando
con la modificación en el modo de pensar, por que si así lo hacemos, nuestros actos se
adaptarán a los pensamientos. Si sólo tenemos pensamientos de bendición hacia los
demás nuestras acciones serán siempre buenas.
Modifiquemos nuestros pensamientos y deseos. Y cuando nos veamos perturbados
por uno malo, sustituyámoslo por uno bueno y concentrémonos en él con tanta intensidad
que el primero no encuentre lugar en nuestra mente.
Meditemos sobre nuestras aflicciones, aceptémoslas y no nos lancemos mentalmente
contra ellas como es la costumbre. No nos coloquemos en el camino para no dejarlas
pasar. Resistiendo mentalmente a una situación desagradable, le damos por esa mismo
hecho un poder que se volverá contra nosotros mismos y contra nuestros esfuerzos.
Además, el temor, el odio y el resentimiento son ideas muy cargadas de emoción y cuando
las añadimos a una dificultad estas se vuelven muy difíciles de vencer.
Obedezcamos la ley del Cristo quien dijo: “no os resistáis al mal”. Busquemos la
presencia de Dios y fijemos nuestro pensamiento firmemente en esa presencia que está
en nosotros y en la persona o en el mal que nos aflige, es decir “volvamos la otra mejilla”.
Si así lo hacemos la situación desagradable desaparecerá. Si alguna persona nos hace
un daño en vez de pensar en la falta cometida, fijemos la atención en lo divino de la
persona y veremos como su conducta cambiará.
No nos protegemos de los males resistiéndolos, pues al hacerlo intensificamos su
poder y nos ponemos completamente bajo su dominio. La doctrina de la no resistencia
es el gran secreto metafísico. Cristo nos enseño lo que en realidad constituye una estrategia
espiritual admirable. Cuando consideramos con hostilidad una situación le damos el poder
de gobernarnos; cuando no le ofrecemos resistencia, le privamos de poder. Poco a poco
debemos aprender a distanciarnos de todas las dificultades hasta que nos demos
cuenta que realmente son sombras proyectas por nuestra personalidad.
Podemos concluir diciendo que Dios no creo ni la enfermedad ni el sufrimiento, ellas son
el resultado de haber quebrantado las leyes a las que estamos sujetos, como habíamos
dicho se cumplen aunque no las conozcamos. Aun no las entendemos totalmente, ni las
respetamos y por que estamos desarmonizados con el Orden Divino sufrimos toda clase
de pesares. La mayoría de los hombres cree que lo que les pasa depende principalmente
de las personas y circunstancias que los rodean, creyendo que están expuestos a
accidentes e imprevistos de toda clase que van cambiando sus vidas.
Queremos liberarnos de nuestras aflicciones que vienen a ser los efectos, pero prestamos
muy poca atención a las causas. Lo semejante atrae a lo semejante; el odio, la envidia, los
celos, la venganza tienen sus frutos. Cada mal pensamiento y cada mala acción engendran
otros parecidos. Cada idea que emanamos, nos volverá con sus lógicas consecuencias
y estas pueden acabar deteriorando el organismo. La misma salud física es un bien del
cual no podemos gozar indefinidamente si no guardamos sentimientos de misericordia
y buena voluntad hacia los demás.
Nos aumentamos o disminuimos la salud, nos atraemos a ciertas personas o condiciones
y rechazamos otras, hacemos venir la serenidad o el temor. Así como pensamos, como
actuamos y como hablamos con los demás, así nos harán a nosotros, lo bueno o lo malo
que hacemos se nos devolverá en el mismo grado.
Busquemos el bien en todas las personas y en todas las cosas, envolviendo a quien sea
en pensamientos de amor y benevolencia. Y así como lo malo genera consecuencias
desagradables, cada buen pensamiento, sentimiento o acción, nuestra labor constructiva,
el servicio a los demás, se van acumulando y creando buenos efectos que podrán modificar
las circunstancias y oportunidades futuras. Nosotros creamos nuestro destino, la suerte
y la casualidad son solo aparentes. Pero no olvidemos, que así cómo trabajamos sobre
nuestros pensamientos, acciones y emociones, debemos también actuar sobre nuestro
cuerpo físico para refinarlo y hacerlo más sensitivo. Este vehículo es el más evolucionado
y nos permite adquirir las experiencias, por lo que debe estar libre de impurezas, esto se
logra mediante una dieta naturista - vegetariana y una vida más pura.
Y ante las limitaciones y desengaños que continuamente se nos presentan, no nos
abandonemos a las quejas y lamentaciones y cumplamos nuestros deberes, pues los
deberes cumplidos con amor son el camino de la liberación. Dicen que las obligaciones
diarias bien hechas, aunque sean materiales, constituyen la oración mas
sublime que pueda elevarse desde la tierra.
Aprendamos pronto las lecciones que el dolor nos enseña; porque si no las aprendemos
la Naturaleza nos proporcionará experiencias cada vez mas duras pero el dolor y el
sufrimiento, además de ser consecuencias de nuestros errores, tienen la particularidad
de mover a la persona a tratar de evitarlos y buscar a Dios. Por eso el dolor es bueno,
lleva a la persona a descubrir a Dios y a través de ese contacto con él, puede liberarse
de sus limitaciones. La mayoría no busca lo espiritual a menos que una adversidad los obligue.
Y en esos momentos de pesar recojámonos en nuestro interior y en oración pidiendo
a Dios que todo sea conforme a su voluntad. Estemos con la predisposición de permitir
que su Voluntad se manifieste en nosotros, aunque
no sea del modo que nosotros hayamos preferido.
El aspirante a la vida espiritual debe saber retirarse en el silencio, apartarse del ruido
de la vida, de las tristezas e incertidumbres, y lograr dentro de uno mismo un centro
de equilibrio para percibir a Dios. Estar con Dios y ser uno con Él es estar en paz.
Reconocer que somos espíritu, es vivir en armonía con Dios. Somos chispas divinas
potencialmente omnipotentes como El. Esta es nuestra fuerza,
nuestro Poder interno, El Ego, o Yo Superior.
Y este Poder o Dios interno, que posee en si mismo toda la sabiduría envía
constantemente mensajes a la mente consciente. Estos mensajes aparecen en
forma de intuiciones, aspiraciones e ideas originales, y estas nos dicen lo que nuestro
Yo Superior con su sabiduría desea que hagamos.
La conciencia es uno de los mensajes del poder interno. Esta conciencia es ya el
resultado de todas las experiencias vividas a lo largo de nuestra evolución, de
las cuales hemos aprendido sus enseñanzas. Si siguiéramos sus instrucciones
nuestras vidas se irían reformando gradualmente. Como nos dice Waldo Trine:
“Se leal a tu propia alma pues a través de ella nos habla Dios. Esta es la guía interna.
Esta es la Luz que ilumina a todo hombre venido al Mundo. Esta es la conciencia,
esta es la intuición, la voz del Supremo Ser, la voz del Alma, la voz de Dios “Entonces
tus oídos oirán a tu espalda una voz que diga: este es el camino, anda por él”. Isaías 30- 21.
Y termino con la meditación del inicio: “No se vence al sufrimiento lamentándolo,
combatiéndolo o resistiéndolo, sino asumiéndolo. La perfecta libertad está, no
solo en asumir la cruz con amor, sino en agradecerla, sabiendo que así asumimos
solidariamente el dolor humano y colaboramos con la tarea trascendental
de la redención de la humanidad”.
Queridos Hermanos y Hermanas que las Rosas florezcan en vuestra cruz.