En qué consiste la verdadera felicidad
Queridos amigos:
Como el año va avanzando, ha sido nuestra preocupación en los
últimos temas despertar las conciencias individuales hacia una
realidad mayor; hacer sentir que cada
uno no es un ser aislado en una planeta, sin una parte integrante
de un universo extraordinariamente
grande, inteligente, dinámico, vivo. Comprendemos que ese
concepto, por no ser común, general,
cuesta aceptarlo y conseguir que la humanidad se sienta integrada en el
magno plano del Universo. Como la modalidad material de la Tierra es
otra, cada uno vive de acuerdo a ciertos hábitos arraigados,
separatistas, que es lo que pretendemos modificar.
La enseñanza intenta desenvolver ciertas cualidades espirituales,
que en la comprensión mundana común no se consiguen desenvolver.
Hay perspectivas de facultades superiores para el futuro, pero que
no se alcanzarán, si no se modifica la modalidad interna. No pretendemos
que descuiden las obligaciones permanentes externas; cada uno tiene
que seguir cumpliendo rigurosamente con sus deberes, de forma cada
vez más correcta y seria. Pero, independiente de esa labor externa y
general, está la labor interna: concepto que cada uno se haga de sí
mismo y de lo que pretende alcanzar. Si solamente desea hechos externos,
de la Tierra, no precisa del conocimiento espiritual. Aplica su criterio y
su inteligencia y las conquistas materiales no le serán negadas.
Naturalmente, no podrá llevar para los mundos invisibles, cuando regrese,
un patrimonio espiritual que no cultivó.
Esta es la razón de la enseñanza.
Al tratar de unirles a una realidad mayor, que vaya más allá de la Tierra,
estamos haciendo un esfuerzo para desligarles de las cosas que, como
cadenas, tienen prisioneras a la humanidad. Somos partidarios de que se
debe luchar por las cosas materiales, porque todos tienen el derecho de
ocupar su posición en la sociedad. Son derechos que todos tienen, porque
la Tierra es de todos. Pero como la Tierra en sí misma no es una finalidad,
sino apenas un medio – una oportunidad – para cultivar más cualidades de
las que se tiene, en ese sentido estamos empeñados en dar información
que sea útil. Y al conectarles con el Universo, aunque parezca un poco
atrevido, no lo es; es solamente una feliz realidad: cada uno, internamente,
es un espíritu inmortal, eterno, que forma parte del conjunto, no apenas de
la Tierra, sino de todo el Universo. De ahí que estamos tratando de que
comiencen a imaginar – con la mente – y a sentir – con el corazón – una
realidad mayor. No se sientan limitados; siéntanse en un Plan Divino
excepcionalmente grandioso, para que en esa grandiosidad también
Vds. sean grandes. No se empequeñezcan; agigántense, sintiéndose
integrados en una realidad universal. Con esto estamos queriendo
disminuir ciertas tendencias materiales, inútiles, que no dejan adelantar
en lo espiritual. Y no hay contradicción en decirles que en la Tierra se
deben hacer también conquistas materiales, porque todos tienen derecho
a un bienestar mínimo y elemental; pero no como fin, sino como medio
del momento, pero que deben de vivir también en busca de algo más, no
apenas lo material. Por eso nuestra indicación de procurar llevar la mente
y el corazón de cada uno a una dimensión mayor, eterna y verdadera, en
la que jamás fracasarán; en la que les espera el triunfo que
vinieron a buscar, al regresar al mundo.
Entonces vamos a comenzar lo que tenemos para transmitirles hoy, recordando
a un gigante que, con audacia y con inteligencia, abrió los ojos al infinito,
modificando las creencias de la época: el canónico Nicolás Copérnico.
Paralelamente a las escuelas de Misterios, que trabajaron para ir
sembrando la semilla del conocimiento espiritual en el mundo, en
forma reservada y silenciosa para no despertar antagonismos y
hostilidad, paralelamente a ese esfuerzo, decimos, al finalizar el
siglo XV y comenzando el siguiente, un Nicolás Copérnico conmovió
las creencias del momento, al respecto de la realidad cósmica. Se
arrastraba por entonces, una creencia antigua dejada por el que se
llamó gran Aristóteles, cumbre de la inteligencia del momento y
maestro de Alejandro Magno – pero no iniciado – que establecía el
principio de que la Tierra, inmóvil en el espacio, estaba circundada
por el Sol y planetas que giraban a su alrededor. Además Claudio
Ptolomeo, matemático y astrónomo del siglo II, griego pero que
trabajó en Alejandría, robusteció la teoría asegurando que la
Tierra era inmóvil, porque si no – como decía la gente – si
la Tierra se moviera, los seres
humanos nos caeríamos de ella...
Amigos, eran creencias aceptadas a través de siglos. Apenas hacen
cuatro siglos y medio que un canónigo estudioso, que dedicó su
vida para la humanidad, estudiando e investigando, afirmó lo contrario.
Copérnico se doctoró en derecho canónigo en 1503 y además estudió
en la época Astronomía, Filosofía y Astrología; todavía estudió después
Medicina, llegando a recibir el título de Medico y completando su saber
hablando cinco idiomas. Es realmente el caso de un estudioso, que se
olvidó de sí mismo, no llegó a casarse. Vivió los últimos treinta años
de su vida recluído en su sala de estudios, en una torre, en Frauenburg,
una de las ciudades del norte de Polonia. Era en la catedral del lugar
donde tenía su recinto de estudios, y en los últimos treinta años de
su vida él no salió sino circunstancialmente. Fue un hombre de ciencia
por las noches y un trabajador durante el día, porque además de
sus estudios canónigos, profesionales, era Recaudador de
impuestos, Juez y Alcalde de la ciudad. Con tal motivo se veía
esporádicamente obligado a salir; pero si no, vivía en su torre,
enclaustrado, podemos decir, en sus estudios. Sin instrumentos
apropiados – Galileo inventó el telescopio 65 años después – y sin
aparatos ópticos, consiguió descubrir una realidad astronómica, que
hoy se comprueba con aparatos sumamente perfectos, pero que él no
tenía. Parece que sólo disponía de un nivel y un cuadrante, muy
modestos, con los que hacía sus cálculos. Pero terminó escribiendo
el libro famoso, que reveló a la ciencia el movimiento de los astros
o cuerpos celestes alrededor del Sol. A los pocos años fue excomulgado
y el libro fue prohibido hasta 1822; por lo tanto varios siglos después, y
es una muestra más de cómo se suceden ciertos hechos en la Tierra.
Un sabio, que lo único que hizo fue trabajar para el bien de la
humanidad, le fue negado el conocimiento que procuraba dar, con el
objeto de corregir errores existentes. Es un medio incompleto en que
se mueve aún la humanidad. Los mejores inspirados todavía son
negados; pero pasa el tiempo, se comprueban sus
enseñanzas y finalmente son aceptadas y respetadas.
No insistimos, porque caeríamos en ciertas críticas, que siempre
evitamos. Esta es una escuela de respeto a todos y que damos
libertad absoluta a todos por igual. Pero tenemos que determinar
ciertas realidades, para comprender por qué nos movemos aún
en la Tierra dentro de una etapa que todavía no es tan adelantada como debería ser.
Lo que queremos desenvolver hoy con este punto de partida, es la
felicidad que un ser, como él, disfrutó en toda su existencia. Vivió
desde 1473 hasta 1543; era de Acuario; una vida larga de 70 años.
¿En qué consistió la felicidad? En haber empleado toda su vida
para un bien general: en eso radica la felicidad. Y vamos a hablar
de este tema; interesa a todos. ¿Por qué no vivir desde este momento
en adelante con pleno gozo de felicidad, si nuestro principio es tan
cierto y nuestras posibilidades tan grandes? Nos sirve de ejemplo
un gigante, que se sacrificó toda la existencia, que no tuvo ningún
apoyo; nada más que decepciones tremendas. Y sin embargo fue
feliz, porque la felicidad no está en las cosas externas, sino en las
que podemos experimentar dentro de nosotros mismos, cuando
sabemos que estamos desenvolviéndonos bien.
Es algo interno y que tenemos que cultivar.
Hay muchos “por qué”. Uno de los tantos “por qué” son las tristezas
equivocadas, todos los desajustes internos; la ciencia médica
de hoy asegura que son el producto de más de doscientas
enfermedades. Más de doscientas enfermedades, hoy existentes,
tienen su origen en inquietudes psíquicas, nerviosas, malhumores,
tristezas, errores, de las que cada uno puede sentirse libre, si
sabe cultivar su interior de forma positiva y cierta. Todavía al decir
doscientas enfermedades sabemos que científicamente se asegura
que de ellas hay más de cuatrocientas derivadas, y que todo el conjunto
de enfermedades casi podían ser eliminadas si hay
dentro de cada uno el equilibrio correspondiente.
Más de una vez, a través de los años, hemos citado lo siguiente:
estamos convencidos que el mérito del futuro, el profesional del
futuro, cobrará honorarios no por curar, sino por evitar que haya
enfermedades. La medicina del futuro es la medicina preventiva,
la que principalmente educa, para que no haya enfermedad;
es la solución del futuro. El profesional cumpliría su función,
indispensable, instruyendo de forma de vivir, para ponerse
por encima de la enfermedad. Hoy existe, hay que curarla.
Pero lo que estamos procurando estudiar es el medio de evitar
la degeneración del organismo, que termina en
toda la serie de enfermedades que conocemos.
Y al pasar a hablar de la felicidad tenemos que dar el fundamento,
tenemos que decirles en qué consiste. El hombre sabio asegura que
el momento de ser feliz es ahora: no hablar de la felicidad de los
tiempos viejos; hablar de la felicidad inmediata, ahora. Todavía
asegura que no es necesario ir a los Cielos: el lugar para ser feliz
es aquí. Lugar y momento. Pero el hombre sabio agrega algo más.
Dice que la verdadera felicidad consiste en la felicidad que hacemos
a los demás; esa es la cuestión. ¡Cuidado! Estamos poniendo la
condición: aquel que hace la felicidad de los demás olvidándose
de sí mismo, alcanza una felicidad que nadie le puede negar: es el bien obrar.