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CORINNE H.: EL ÁRBOL DE NAVIDAD
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: moriajoan  (Mensaje original) Enviado: 22/12/2012 20:39
 

 

 

 
 
EL ÁRBOL DE NAVIDAD

Mientras el Rito de la Navidad pertenece a tiempos inmemoriales, la Fiesta de la
Corriente de Navidad se observó, por primera vez, al comienzo de la civilización
Aria. El prototipo del Árbol de Navidad fue el "Árbol celestial del Sol" de los
primeros arios.
Fue en la pura y rarificada atmósfera de Ariana donde el sol salió, por primera
vez, tan claro, que el hombre pudo percibir el tremendo caudal de luz que los seres
trascendentes difundían sobre la Tierra. El hombre comparó ese abanico de luz con
un árbol con las ramas extendidas. Según una tradición india, "el Árbol del Sol está
en el centro de la Tierra, de donde surge con el alba y, a medida que el sol asciende
hacia su cénit, va creciendo, hasta que sus más altas ramas lo alcanzan, al mediodía,
cuando aquél llega a lo alto de los cielos; disminuye luego con el declinar del día y, a
la puesta del sol, se sumerge de nuevo en la Tierra". En una u otra forma, existen en
casi todos los países leyendas relativas al Árbol del Mundo, cuyos orígenes se
remontan a aquel místico árbol de luz.
Los místicos son ciertamente conscientes de que, entre el reino de los árboles y
el reino humano existe una peculiar simpatía. Los más primitivos altares consistían
en una piedra y un árbol frutal que crecía a su lado. Estos altares estaban casi
siempre asociados con la Diosa Madre, a la cual se consagraban. Los arqueólogos
que excavaron en la zona del Templo de Diana, de Éfeso, descubrieron los cimientos
de varios templos superpuestos y, en el estrato inferior, encontraron solamente un
altar de piedra y claros indicios de un árbol sagrado a él asociado.
En la brillantez de la Era del Arco Iris, los árboles oscuros, vitales, poderosos
y siempre verdes de Lemuria y Atlántida cedieron su puesto a los aéreos, portadores
de alimentos y adornados de flores, de la Época Aria.
Mientras tal cambio tenía lugar, el hombre conservaba vestigios de su antigua
clarividencia negativa, y podía aún comunicarse con los espíritus de la naturaleza, si
bien había ya entonces perdido contacto con las grandes jerarquías angélica y
arcangélica, que ocupaban áreas de conciencia espiritual que ya le resultaban
inaccesibles.
Mucho después, en plena Época Aria, incluso ya en la actual época de Piscis,
muchas razas han conocido aún las hadas de los campos y de las aguas, las
inspiradoras sílfides de los riscos y montañas y los gentiles espíritus de la amigable
brisa. Pero, entre todos ellos, han sentido más profundamente su parentesco con las
dríadas o espíritus de los árboles. Las arboledas estaban impregnadas de una
presencia persistente, que les hacía temerlas, unas veces, y reverenciarlas, otras.
La conciencia de los árboles, sin embargo, es algo real y definido, y sus
cambios de humor pueden ser captados fácilmente por el místico. Los ángeles, como
los hombres, sienten tanto la alegría como el dolor. Unas veces es el tronco de un
gran árbol el que temblará, agitando sus hojas llorosas, como con un destello de
lágrimas. Otras, la total estructura del árbol se hace como luminoso, en pleno éxtasis.
Este gozo extático del reino de los árboles alcanza su clímax en la mañana del
Domingo de Resurrección.
Los sensitivos han oído frecuentemente gritos enternecedores brotando de sus
troncos, en vísperas de su destrucción. En un caso los gritos eran tan persistentes que
se investigó y se comprobó que el árbol iba a ser destruido al día siguiente. Se
hicieron esfuerzos por salvarlo, pero no dieron fruto. El espíritu del árbol sabiéndolo,
lamentaba su prematura destrucción.
Cada árbol está presidido por un deva o ángel. Este ángel es, literalmente, el
guardián del árbol y se le denomina frecuentemente el "espíritu" del árbol. Él
supervisa todos los procesos vitales que tienen lugar en su esfera, incluyendo el
trabajo de los Espíritus de la Naturaleza, en cualquier parte de su organismo.
Cuando el gran Rayo de Cristo desciende hacia la Tierra en otoño, el reino
vegetal absorbe de buena gana Su radiación. Los bosques aparecen coronados de un
halo dorado cuando este Rayo luminoso alcanza la Tierra y su luz se derrama entre
las hojas de los árboles. Cuando se acerca la hora mística de la Noche Sagrada, la
corriente dorada ha penetrado ya hasta el mismo corazón de sus troncos, donde brilla
como la llama de un altar. En tiempo de Navidad, pues, cada árbol es un heraldo que
proclama el retorno anual del Señor Cósmico del Amor y de la Luz.
Existe una antigua y maravillosa leyenda que relata que, en el silencio de
aquella hora sagrada, cuando los ángeles cantaban villancicos al Cristo-Niño, las
bestias doblaron sus rodillas e inclinaron sus cabezas. Pues en ese momento es
cuando los pequeños de la naturaleza interrumpen sus actividades y, en alegre
procesión, rinden homenaje ante la luz del altar que flamea en el interior del árbol
que les acoge. Así, pues, tanto la naturaleza como todo lo viviente, reverencia la
llegada del Rey recién nacido.
Algunos piensan que el símbolo más hermoso y más profundo, entre los
relacionados con la Navidad, es el árbol. La estrella dorada que, generalmente,
adorna su cima, representa la Estrella del Este, que llama a todos los hombres a
reverenciar a Aquél al cual el místico da la bienvenida, a la media noche, como al
Sol recién nacido. Las luces y colores sobre el árbol festivo, representan las
emanaciones del aura de ese Sol recién nacido, que impregnan e iluminan toda la
Tierra, por dentro y por fuera.
El árbol, adornado de tal modo, año tras año, en honor Suyo, llega
gradualmente a emanar una bendición y bienaventuranza, no sólo en tiempo de
Navidad, sino a lo largo de todo el año. Esto es fácilmente discernible para el
sensitivo que se aproxima a él. En ello estriba la importancia de utilizar árboles de
Navidad vivientes, en lugar de imitaciones.
Todo hombre es un Cristo en formación. Por eso, todos los símbolos
navideños representan distintos grados de desarrollo espiritual. En el cuerpo
humano, templo del espíritu del hombre, existe buen número de centros en espera de
ser despertados y vitalizados. Cuando esto ocurre, ese cuerpo se convierte en un
verdadero Árbol de Navidad, radiante, iluminado, "caminando en la luz como Él está
en la luz". Un sensitivo, al percibir esta verdad, escribió: "El cuerpo está cubierto de
luces que esperan ser encendidas por la llameante antorcha del amor".

 

 

 

 



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