Mira, Señor, ese dolor inútil que a veces se apodera de mí.
Sufro por el amor que no me dan, por las desilusiones, porque a veces no me comprenden, porque no pude lograr cosas que mi corazón deseaba.
Toca esas necesidades y deseos insatisfechos con tu amor, Dios mío, y enséñame a gozar serenamente de tu divina ternura, del fuego de tu amor que nunca me falta.
Regálame, Señor, la libertad interior, no dejes que me haga esclavo de mis sensaciones y sentimientos que me enferman y me abruman. Y enséñame a reconocer tu amor en las cosas simples de cada día. Porque siempre tengo el pan de tu ternura. Amén.”
P. Víctor Fernández