Jesús me ama como soy. Me busca a mí, oveja incapaz de encontrar por mí misma el aprisco. Acepta utilizarme y soy importante para él. Se ha interesado en mí lo suficiente para que viniese a salvarme.
Desde mi concepción y mi nacimiento, minuto tras minuto, él me ama. Me colma con toda clase de bienes, espera mi amor, me busca, me llama por mi nombre, el cual conoce muy bien. El profeta Isaías atribuye a Dios estas palabras: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz…? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15).
En mis momentos de rebeldía, cuando todo sale mal en el plano humano, y cometo el error de no hablarle de ello, él es paciente, espera.
A pesar de todo él siempre es perfectamente fiel. A veces me olvido de él, actúo en contra de su voluntad y soy incapaz de devolverle su amor; pese a todo, sin dejar pasar un día, él me ama. Hay días en los cuales nuestros mayores defectos, una vez más, ganan la batalla. Pero incluso en esos días Dios no deja de amarnos. ¡Qué gozo cuando en el día más sombrío escuchamos su mensaje: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3). |