Hay momentos en los que es mejor no hacer nada en absoluto, aun cuando eso pueda resultar un poco incómodo. Pero la incomodidad que puedes experimentar al pensar en tomarte un respiro y esperar a que se despeje la niebla no es nada comparada con la incomodidad que podrías crear si te lanzas directamente a un matorral de zarzas.
Puede resultar laborioso conducir por caminos rurales sin asfaltar. Ese charco de allá arriba podría ser simplemente eso... un charco. O podría ser un puente desplomado que te va a lanzar a aguas profundas. Escucha los susurros de tu propia intuición, y si hay alguien que conoce el lugar y puede aconsejarte, no dudes en preguntarle. Cuando hemos estado conduciendo confiadamente en cierta dirección y de pronto nos damos cuenta de que nos hemos perdido, tenemos dos opciones. Podemos parar a preguntarle a alguien, o podemos seguir adelante agresivamente y acabar necesitando una grúa para sacarnos del barro. La elección es nuestra.
La impaciencia es una cualidad del ego que quiere dar pruebas de su valía, superar edificios altos de un salto, como Superman, y dejar a los mortales corrientes en el suelo boquiabiertos de admiración. Pero los grandes robles no crecen en un día, ni tampoco un ser humano integrado se hace adulto realizando proezas o hazañas deslumbrantes. Son las pequeñas cosas hechas con belleza las que hacen que la vida sea verdaderamente rica, y estas pequeñas cosas son importantes especialmente al principio.
Una cualidad de los comienzos difíciles bien llevados es que dan paso a tiempos menos difíciles. Cuando las dificultades continúan, o empeoran, normalmente es un signo de que nos hemos desviado tanto de nuestro rumbo que vamos en la dirección contraria a la que nos proponíamos originalmente. Es doloroso darse cuenta de ello, pero es mejor vivir el hecho y empezar otra vez, porque desde aquí no podemos llegar a donde nos proponemos.
Y piensa: ¡la próxima vez tendrás una valiosa experiencia que nos ayudará!
Desde mi corazón un abrazo
María Inés