LAS TÉCNICAS EVOLUCIONARIAS DE LA VIDA
Resulta imposible determinar con exactitud, simultáneamente, la ubicación precisa y la velocidad de un objeto en movimiento; todo intento de medir cualquiera de las dos inevitablemente supone una alteración en la otra. Se enfrenta el hombre mortal con la misma suerte de paradoja al emprender el análisis químico del protoplasma. El químico puede dilucidar la composición química del protoplasma muerto, y sin embargo, no puede discernir la organización física ni el comportamiento dinámico del protoplasma vivo. Siempre se acercará cada vez más el científico a los secretos de la vida, pero jamás dará con ellos, lo cual no se debe sino a que debe matar el protoplasma a fin de analizarlo. El protoplasma muerto pesa lo mismo que el protoplasma vivo y, sin embargo, no es lo mismo.
En las cosas y seres vivientes existe la dotación original de la adaptación. En toda célula viviente vegetal o animal, en todo organismo viviente, material o espiritual, existe un anhelo insaciable por la consecución de un grado constantemente creciente de perfección en el ajuste medio ambiental, la adaptación del organismo, y una realización cada vez mayor de la vida. Estos interminables esfuerzos de todo lo viviente evidencian que éste entraña un afán innato de perfección.
El paso más importante de la evolución vegetal fue el desarrollo de la capacidad de fabricar la clorofila, y el segundo avance en importancia fue la evolución de la espora hasta la semilla compleja. La espora es sumamente eficaz en cuanto agente reproductor; no obstante, carece de los potenciales de variedad y versatilidad que le son inherentes a la semilla.
Un episodio de la evolución de los tipos superiores de animales, que resultó sumamente beneficioso y complejo, consistió en el desarrollo de la capacidad del hierro contenido en los glóbulos rojos circulantes de desempeñar el papel dual de portador de oxígeno y de eliminador de bióxido de carbono. Y esta labor de los glóbulos rojos ilustra cómo los organismos en evolución pueden adaptar sus funciones a un medio ambiente variante o cambiante. Los animales superiores, el hombre inclusive, oxigenan sus tejidos mediante la acción del hierro contenido en los glóbulos rojos de la sangre, la cual lleva oxígeno a las células vivientes y, de forma tan eficaz, a éstas les quita el bióxido de carbono. Otros metales, sin embargo, se pueden adaptar para servir el mismo propósito. La sepia emplea el cobre para esta función, y la ascidia se vale del vanadio.
Se esclarece la continuación de tales ajustes biológicos por la evolución de los dientes en los mamíferos superiores urantianos; éstos ascendieron a treinta y seis en los antepasados remotos del hombre; y después iniciaron un reajuste de adaptación hacia los treinta y dos en el hombre de los albores y sus parientes cercanos. Hoy por hoy la especie humana tiende hacia los veintiocho. El proceso de la evolución sigue progresando activamente por adaptaciones en este planeta.
Pero muchos ajustes de los organismos vivientes, aparentemente misteriosos, son de carácter puramente químico, del todo físico. En cualquier momento, existe en la corriente sanguínea de cualquier ser humano la posibilidad de exceder 15.000.000 de reacciones químicas con las hormonas producidas por una docena de glándulas endocrinas.
Las formas inferiores de la vida vegetal son totalmente sensibles al medio ambiente físico, químico y eléctrico. Pero, a medida que asciende la escala de vida, una por una las ministraciones para la mente por los siete espíritus ayudantes entran en funcionamiento, y la mente se torna cada vez más propensa a los ajustes, la creatividad, la coordinación y el dominio. La capacidad de los animales para adaptarse al aire, al agua y a la tierra no es una dotación supernatural, sino un ajuste superfísico.
La física y la química solas no pueden explicar cómo el ser humano evolucionó a partir del protoplasma primitivo de los primeros mares. La capacidad de aprender —la memoria y la respuesta diferenciada al medio ambiente— es la provisión de la mente. Las leyes de la física no responden a la capacitación; son inmutables e invariables. Las reacciones de la química no son modificadas por la enseñanza; son uniformes y seguras. Aparte de la presencia del Absoluto No Cualificado, las reacciones eléctricas y químicas son previsibles. Pero la mente puede aprovecharse de la experiencia, puede aprender de los hábitos reactivos del comportamiento en respuesta a la repetición de los estímulos.
Los organismos antecedentes a la inteligencia reaccionan a los estímulos del medio, pero aquellos organismos que reaccionan al ministerio de la mente pueden ajustar y manipular el medio ambiente mismo.
El cerebro físico con su sistema nervioso correspondiente dispone de una capacidad innata para responder al ministerio de la mente tal como la mente en vías de desarrollo de una personalidad dispone de cierta capacidad innata de receptividad espiritual y, por tanto, entraña los potenciales del progreso y logro espirituales. Las evoluciones intelectual, social, moral y espiritual dependen del ministerio mental de los siete espíritus ayudantes y sus asociados superfísicos.