LOS CULTOS DE MISTERIO
La mayoría de la masa del mundo grecorromano, habiendo perdido sus primitivas religiones familiares y estatales y siendo incapaces o no queriendo captar el significado de la filosofía griega, dirigieron su atención a los cultos espectaculares y emocionales de misterio provenientes de Egipto y del Levante. La gente común ansiaba promesas de salvación —el consuelo religioso para hoy y el seguro de la esperanza de la inmortalidad después de la muerte.
Los tres cultos de misterio más populares fueron:
1. El culto frigio de Cibeles y su hijo Atis.
2. El culto egipcio de Osiris y su madre Isis.
3. El culto iranio de la adoración de Mitras como salvador y liberador de la humanidad pecadora.
Los misterios frigio y egipcio enseñaban que el hijo divino (respectivamente Atis y Osiris) había sufrido la muerte y había resucitado por poder divino, y además que todos los que eran debidamente iniciados en el misterio, y que celebraban con reverencia el aniversario de la resurrección del dios, participarían de esta manera de su naturaleza divina y de su inmortalidad.
Las ceremonias frigias eran espectaculares pero degradantes; sus festivales sangrientos indican cuán retrógrados y primitivos estos misterios levantinos se habían vuelto. El día más sagrado era el viernes negro, el «día de la sangre» que conmemoraba la muerte autoinfligida de Atis. Después de tres días de celebración del sacrificio y muerte de Atis, el festival viraba hacia el regocijo en honor de su resurreción.
Los ritos del culto de Isis y Osiris eran más refinados e impresionantes que aquellos del culto frigio. Este rito egipcio estaba construido sobre la leyenda del dios Nilo de la antigüedad, un dios que había muerto y resucitado, cuyo concepto se había derivado de la observación de la interrupción de crecimiento de las plantas que recurría todos los años, seguido por la restauración de todas las plantas vivas en la primavera. La locura de la observancia de estos cultos de misterio y las orgías de sus ceremonias, que supuestamente llevaban al «entusiasmo» de la realización de la divinidad, eran a veces sumamente repugnantes