En el momento del bautismo de Jesús, el Padre habló desde el cielo presentándolo como “su Hijo muy amado”, mientras el Espíritu Santo se posó sobre Él en forma de paloma. Ellos testimoniaron la divinidad de Jesús.
Para todos nosotros que hemos sido bautizados, el Espíritu es la fuerza que nos empuja a dar testimonio de Jesús. Las personas que se dejan guiar por el Espíritu, como Jesús, van aprendiendo a estar en el mundo, dando esperanza, contagiando alegría en lo cotidiano, mostrando interés por los demás, siendo agradecidas, valientes, coherentes, solidarias, no juzgando...
El Espíritu ayuda a adoptar el estilo de Jesús, a vivir en la dirección de lo que fue su existencia: la vida para los demás.
Por el bautismo hemos sido hechos discípulos de Jesús y nuestra misión es “proclamar la buena nueva a los más pobres; devolver la vista a los ciegos; ayudar a andar a los cojos, liberar a los esclavos y anunciar el tiempo de gracia del Señor” y dar testimonio, con la forma de vida, de su proyecto de liberación, no de condenación.
El testimonio brota de la experiencia personal. Todos estamos llamados a ser testigos de Jesús. A vivir, hoy, con las actitudes, criterios y valores de Jesús.
Si digo que soy practicante, ¿qué es lo que de verdad practico? “No basta con ser creyente, hay que ser creíble”