3. EL SIGNIFICADO DE LA TRANSFIGURACIÓN
Lo que Pedro, Santiago y Juan presenciaron en la montaña de la transfiguración fue una vislumbre pasajera del espectáculo celestial que transcendió en ese día memorable en el Monte Hermón. La transfiguración fue ocasión de:
1. La aceptación —en su totalidad— del autootorgamiento de la vida encarnada de Micael en Urantia por el Madre-Hijo Eterno del Paraíso. En cuanto al cumplimiento de los requisitos puestos por el Hijo Eterno, Jesús recibió entonces la certidumbre de la satisfacción de los mismos. Gabriel fue quien trajo a Jesús esa atestación.
2. El testimonio de la satisfacción del Espíritu Infinito en cuanto a la plenitud del autootorgamiento en Urantia en la semejanza de la carne mortal. El representante universal del Espíritu Infinito, el asociado inmediato de Micael en Salvington y su siempre presente colaborador, en esta ocasión habló a través del Padre Melquisedek.
Jesús aceptó este testimonio del éxito de su misión terrenal, presentado por los mensajeros del Hijo Eterno y del Espíritu Infinito, pero observó que su Padre no indicaba que el autootorgamiento urantiano hubiera terminado; la presencia invisible del Padre tan sólo fue atestiguada a través del Ajustador Personalizado de Jesús, diciendo: «Éste es mi hijo amado; prestadle atención». Esto fue dicho en palabras para que fueran oídas también por los tres apóstoles.
Después de esta visitación celestial, Jesús intentó conocer la voluntad de su Padre y decidió seguir su autootorgamiento mortal hasta su fin natural. Éste fue lo que la transfiguración significó para Jesús. Para los tres apóstoles, fue el acontecimiento que marcó el ingreso del Maestro en la fase final de su carrera terrenal como Hijo de Dios e Hijo del Hombre.
Después de la visitación formal de Gabriel y del Padre Melquisedek, Jesús celebró conversaciones casuales con éstos, sus Hijos de ministerio, y comulgó con ellos sobre los asuntos del universo.