3. EN CORINTO
Por el tiempo en que llegaron a Corinto, Ganid se estaba interesando mucho en la religión judía. No fue extraño pues que, al pasar ellos cierto día frente a la sinagoga y ver a la gente que entraba, Ganid le pidiera a Jesús que lo acompañara y que asistieran a las ceremonias. Ese día escucharon el discurso de un rabino erudito sobre el «Destino de Israel» y después del oficio religioso conocieron a un tal Crispo, el principal de la sinagoga. Muchas otras veces asistieron a las ceremonias de la sinagoga, pero principalmente volvían para encontrarse con Crispo. Ganid le tomó gran afecto a Crispo, a su mujer y a su familia de cinco hijos. Le deleitaba observar cómo conducía su vida familiar un judío.
Mientras Ganid estudiaba la vida de familia, Jesús le enseñaba a Crispo las mejores sendas de la vida religiosa. Jesús tuvo más de veinte sesiones con este judío progresista; y no es sorprendente que años más tarde, al predicar Pablo en esta misma sinagoga, y al rechazar los judíos su mensaje y al votar ellos que se le prohibiera seguir predicando en la sinagoga, y al ir Pablo donde los gentiles, ese mismo Crispo abrazara, juntamente con toda su familia, la nueva religión, y llegara a ser uno de los pilares de la iglesia cristiana que Pablo posteriormente organizara en Corinto.
Durante los diez y ocho meses que Pablo pasó predicando en Corinto, uniéndosele más tarde Silas y Timoteo, conoció él a muchos otros que habían sido enseñados por «el tutor judío del hijo de un mercader indio».
En Corinto conocieron a gente de todas las razas que provenían de tres continentes. Después de Alejandría y Roma, era ésta la ciudad más cosmopolita del imperio mediterráneo. Mucho había para ver en esa ciudad, y Ganid no se cansaba de visitar la ciudadela que se alzaba a casi seiscientos metros por encima del nivel del mar. También pasaba gran parte de su tiempo libre alrededor de a la sinagoga y en la casa de Crispo. Al principio se escandalizó, pero posteriormente le encantó la condición de la mujer en el hogar judío; ésta fue una revelación para este joven indio.
Jesús y Ganid eran a menudo huéspedes de otro hogar judío, el de Justo, un mercader devoto que habitaba al lado de la sinagoga. Tiempo más tarde, en muchas ocasiones, hubo de escuchar el Apóstol Pablo cuando se hospedaba en esa misma casa, la crónica de estas visitas del muchacho indio y de su tutor judío, y tanto Pablo como Justo se preguntaban qué habría sido de ese maestro hebreo tan sabio y brillante.
Cuando estaban en Roma, había observado Ganid que Jesús se negaba a acompañarles a los baños públicos. Posteriormente, varias veces trató el joven de inducir a Jesús a que se expresara más ampliamente respecto a las relaciones de los sexos. Aunque contestaba él las preguntas del joven, no parecía nunca estar dispuesto a discutir exhaustivamente estos asuntos. Cierta tarde al pasear ellos en Corinto, allí donde la muralla de la ciudadela desciende hacia el mar, fueron abordados por dos mujeres de la vida. Ganid, empapado como estaba de la idea, por otra parte correcta, de que Jesús era hombre de altos ideales, que aborrecía todo lo que pudiera oler a impureza y saber a mal, se dirigió severamente a estas mujeres empujándolas con rudeza a que se alejaran. Al ver esto Jesús, le dijo a Ganid: «Tus intenciones son buenas, pero no debes tú tener la presunción de hablarles de este modo a las hijas de Dios, aunque sean ellas sus hijas descarriadas. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a estas mujeres? ¿Acaso conoces tú las circunstancias