DAME TU MANO
Un día, de los muchos días que son como notas en el
curso de la vida, iba por una calle y vi a un anciano tendido
sobre el suelo, su cuerpo estaba frío y su cara descompuesta.
Mi corazón se abrió y fui hacia el para socorrerlo, pero mis
fuerzas no podían levantarlo, entonces le dije a un hermano que
pasaba: ¿Puedes venir a ayudarme a levantar a este hermano
para llevarlo a mi casa?
Y el me respondió sin detenerse:
¿Cómo voy a perder el tiempo en levantar a hermanos
que se dejan vencer por el pulque y los vicios, y después no
pueden apenas, valerse por si mismos para guardar el decoro?
Y vino otro, que se acercó, y mirándolo dijo:
¡Pobre hermano, debe estar enfermo! Debes llevarlo a un
hogar, abrigarlo, darle de comer y medicarlo.
Y yo le dije: Ven, dame tu mano y uniremos nuestras
fuerzas para llevarlo a mi casa, pero el me respondió mientras
se iba:
Aunque quisiera no puedo, porque el tiempo se va como
una paloma y no vuelve, y hay muchos que me necesitan.
Y ahí me quedé, con dolor de corazón, viendo como se
iba la vida de la cara de aquel hombre. Y entonces grite:
¡Oh Humanidad!, ¿Hasta donde ha llegado tu
insensibilidad, que ves como tus hijos caen y no tiendes las
manos de tus otros hijos para levantarlos, que buscas
argumentos para mantenerlos separados; que buscas excusas
para no hacer lo que dicta tu corazón?
Unos cerraban las ventanas, y otros decían: ¡Callen a ese
loco que entorpece nuestros sueños!
Y cuando las lagrimas aparecían por el horizonte de mis
ojos, vino un niño y me dijo:
Dame tu mano, y con tu fuerza y mi fuerza llevaremos a
nuestro hermano a tu casa.
Así Hablaba Quetzacóatl