1. - La Teoría Materialista, que sostiene que la vida es una jornada de la cuna a la
tumba; que la mente es el producto de la materia; que el hombre es la inteligencia más
elevada del cosmos y que la inteligencia perece cuando el cuerpo se disuelve al morir.
2 La Teoría Teológica, que afirma que a cada nuevo nacimiento un alma recién creada
entra en la arena de la vida, acabada de hacer por la mano de Dios; que al final de un
corto intervalo de vida en el mundo material pasa a través de las puertas de la muerte al
invisible más allá y allí se queda; y que su felicidad o miseria allí queda determinada por
toda la eternidad por su creencia anterior a la muerte.
3. La Teoría del Renacimiento, que enseña que cada alma es una parte integrante de
Dios, la que está desarrollando todas las posibilidades divinas, así como una simiente
desarrolla a una planta; que por medio de repetidas existencias en cuerpos terrestres de
creciente perfección, va desenvolviendo lentamente dichos poderes latentes,
convirtiéndolos en energías dinámicas; que ninguno se pierde, pues todos los Egos
realizarán, por último, la suprema perfección y reunión con Dios, llevando consigo la
experiencia acumulada que es el fruto de su peregrinaje a través de la materia.
Comparando la teoría materialista con las leyes conocidas de la Naturaleza, encontramos
que es contraría a tan bien establecidas leyes, como las que declaran que la materia y la
fuerza son indestructibles. De acuerdo con esas leyes, la mente no podría que dar
destruida al morir, como dice la teoría materialista, porque cuando nada puede destruirse
debe comprenderse también en ella a la mente.
Además, la mente es evidentemente superior a la materia, puesto que modela el rostro de
tal manera que éste es un espejo de aquella; también sabemos que las partículas de
nuestros cuerpos están cambiando continuamente y que un cambio completo tiene lugar
por lo menos cada siete años. Si la teoría materialista fuera cierta, nuestra percepción
interior debería sufrir también un cambio idéntico, sin conservar memoria alguna de lo
que precedió a ese cambio; así que nadie podría recordar ningún suceso más de siete
años.
Sabemos que no es ese el caso. Recordarnos toda nuestra vida; el más diminuto
incidente, aunque olvidado en la vida corriente, puede recordarse vivísimamente
sumergiendo a la persona en estado de trance. El materialismo no tiene en cuenta para
nada esos estados subconscientes o supraconscientes; como no puede explicarlos, trata
de ignorarlos, pero ante las investigaciones científicas que han establecido la verdad de
los fenómenos psíquicos más allá de toda duda, el querer ignorarlos más bien que negar
esos hechos, es un obstáculo fatal para la teoría que dice resolver el mayor problema de
la vida: la Vida misma.
La teoría materialista tiene otros muchos defectos que la hacen indigna de ser aceptada;
pero ya hemos dicho lo suficiente para que la rechacemos justificadamente y dirijamos
nuestra atención hacia las otras dos.
Una de las mayores dificultades de la doctrina teológica, es su completa y confesada
insuficiencia. De acuerdo con su teoría, de que se crea un alma nueva en cada
nacimiento, deben haberse creado ya millones de almas desde el principio del mundo
(aun cuando ese principio haya tenido lugar sólo 6.000 años atrás). De ellas únicamente,
según ciertas sectas se salvarán 144.000 y el resto irá al tormento por siempre jamás. Y a
eso se le llama el "Plan de Salvación de Dios" y se lo exhibe como una prueba de Su
admirable Amor.
Supongamos que se recibe un mensaje radiotelegráfico de Nueva York, indicando que un
gran transatlántico está hundiéndose en el Sandy Hook y que sus 3.000 pasajeros están
en peligro de ahogarse. Si se enviara un pequeño y ligero bote automóvil en su ayuda y
lograra salvar a dos o tres, ¿consideraríamos eso como un magnífico y glorioso plan de
salvación? Ciertamente que no. únicamente cuando se enviaran los medios adecuados
para salvar a la gran mayoría por lo menos, podría decirse que era un buen plan de
salvación.
Y el "plan de salvación” que ofrecen los teólogos, es peor aún que el enviar ese botecito
automóvil para salvar a los pasajeros del transatlántico, porque dos o tres es una
proporción de salvados sobre el total de 3.000 mucho mayor que 144.000 salvados de
todos los millones de almas creadas según los teólogos. Si Dios hubiera realmente
formulado ese plan, es muy lógico que no sería omnisciente, y si permite que el diablo
recoja la mejor parte, según se deduce de esa doctrina, y deja que la gran mayoría de la
humanidad sea atormentada por siempre, no puede ser bueno. Si no puede ayudarse a sí
mismo no es todopoderoso. En ningún caso podría ser Dios. Tales suposiciones son, sin
embargo, completamente absurdas como cosas reales, porque ese no puede ser el plan
de Dios y es una gran blasfemia atribuírselo.
Si dirijamos nuestra atención a la doctrina del Renacimiento (encarnación en cuerpos
humanos), que postula un lento proceso de desarrollo efectuado mediante la persistencia
más decidida por medio de repetidos renacimientos en formas humanas de creciente
eficiencia, por medio de lo cual todos los seres alcanzarían a su debido tiempo alturas de
inconcebible espiritualidad para nuestro entendimiento actual limitado, podremos percibir
su armonía con los métodos de la Naturaleza. Por todas partes se encuentra en la
Naturaleza esa lucha lenta y persistente por la perfección; y en ninguna parte
encontramos ningún proceso súbito, bien sea de creación o de destrucción, análogo al
plan que los teólogos y los materialistas pregonan.
La ciencia reconoce que el proceso evolutivo como método de la Naturaleza es igual
tratándose del astro como de la estrella de mar; del microbio como del hombre. Es el
curso del espíritu en el tiempo y conforme miramos en torno nuestro notamos la evolución
en nuestro universo tridimensional; no podemos escapar al hecho evidente de que su
sendero es también de tres dimensiones: una espiral; cada espiral es un cielo y los cielos
se suceden a los cielos en progresión ininterrumpida, así como las espiras de una espiral
se suceden unas a otras, siendo cada cielo el producto mejorado del precedente, y a la
vez la base del futuro progreso de los ciclos subsiguientes.
Una línea recta no es más que la extensión de un punto análoga a las teorías de los
materialistas y de los teólogos. La línea de existencia materialista va del nacimiento a la
muerte; el teólogo comienza su línea en un punto inmediatamente anterior al nacimiento y
la prolonga hasta el invisible más allá de la muerte.
No hay retorno posible. La existencia vivida así extraería sólo un mínimum de
experiencia en la escuela de la vida, semejante a la que podría tener un ser
unidimensional incapaz de expandirse o de ascender a las cumbres sublimes de la
realización.
Un sendero de dos dimensiones, en zigzag, para la vida evolucionante, no sería mejor; un
círculo sería dar vueltas sin fin sobre las mismas experiencias. Todo tiene un propósito en
la Naturaleza, incluso la tercera dimensión, de manera tal que podamos vivir todas las
oportunidades de un universo tridimensional y para ello, el sendero de la evolución tiene
que ser espiral. Así es efectivamente. por todas partes, sea en el cielo o en la tierra, todas
las cosas marchan hacia adelante y hacia arriba siempre.
La modesta plantita del jardín y el gigantesco árbol de California con sus cuarenta pies
de diámetro en el tronco, muestran ambos análoga espiral en sus ramas, tallitos y hojas.
Si estudiamos el abovedado arco del cielo y examinamos la nebulosa espiral que es un
sistema de mundos nacientes o el sendero seguido por los sistemas solares, la espiral es,
evidentemente, el camino del progreso.
Encontraremos otra ilustración del progreso espiral, en el curso anual de nuestro planeta.
En la primavera, la Tierra emerge de su período de reposo, de su sueño invernal vemos
la vida por doquier. La Naturaleza pone en movimiento todas sus actividades para crear.
El tiempo pasa; el maíz y las uvas maduran y se cosechara y de nuevo el silencio y la
inactividad del invierno toman el lugar de la actividad estival; nuevamente el albo manto
de la nieve, se posa sobre la Tierra. Pero no duerme para siempre, volverá a entonar de
nuevo su canción en la siguiente primavera y entonces progresará un poco más en el
sendero del tiempo.
¿Es posible que una ley tan universal en todo los dominios de Naturaleza no tenga efecto
en el caso del hombre?
¿Volverá la Tierra a despertarse año tras año de su sueño invernal volverán el árbol y las
flores a revivir nuevamente y el hombre va a morir? No, eso es imposible en un universo
regido por una ley inmutable. La misma ley que despierta a la vida de nuevo en una
planta, debe despertar al ser humano para hacerle dar un paso más hacia la perfección.
Por lo tanto, la doctrina del renacimiento o encarnaciones repetidas en cuerpos humanos
o vehículos de creciente perfección, está en un todo de acuerdo con la evolución y con
los fenómenos de la Naturaleza, cuando afirma que el nacimiento y la muerte se siguen
uno a otro sucesivamente. Está en plena armonía con la Ley de Ciclicidad Alternativa que
decreta la actividad y el reposo, el flujo y el reflujo, el verano y el invierno, debiendo
seguirse unos a otros en ininterrumpida sucesión.
Está también de perfecto acuerdo con la fase espiral de la Ley Evolutiva, cuando afirma
que cada vez que el espíritu vuelve a nacer, toma un cuerpo más perfecto y conforme el
hombre progresa en realización mental, moral y espiritual debido a las experiencias
acumuladas del pasado, alcanza un medio ambiente mejorado.
Cuando tratamos de resolver el enigma de la vida y de la muerte; cuando tratamos de
encontrar una respuesta que satisfaga al mismo tiempo a la cabeza y el corazón sobre la
diferente condición o dotes de los seres humanos, que de una razón sobre la existencia
de la tristeza y del dolor; cuando preguntamos por qué uno está sumergido en el mayor
lujo, mientras que otro recibe más puntapiés que mendrugos; por qué uno obtiene una
educación moral mientras que a otro se le enseña a robar y a mentir; por qué uno tiene el
rostro de una Venus en tanto que el otro tiene la cabeza de una Medusa; por qué uno
goza de perfecta salud, mientras que otro nunca conoce un momento de reposo en su
dolor; por qué uno tiene la inteligencia de un Sócrates y otro sólo puede contar "uno, dos,
muchos" como los aborígenes australianos, no recibimos satisfacción alguna ni de los
materialistas ni de los teólogos. El materialista expone su ley de herencia como razón de
la enfermedad "y respecto a las condiciones económicas un Spencer nos dice que en el
mundo animal la ley de la existencia es "comer o ser comido" y en la sociedad civilizada
es "engañar o ser engañado".
La herencia explica parcialmente la constitución física. Lo semejante produce semejantes,
por lo menos en lo que concierne a la Forma, pero no en lo que concierne a la moralidad
o a las facultades mentales, que difieren en cada ser humano. La herencia es un hecho
en los reinos inferiores, donde todos los animales de la misma especie tienen la misma
mirada, comen la misma clase de alimentos y obran análogamente bajo las mismas
circunstancias, porque no tienen voluntad individual, sino que están dominados por un
Espíritu-Grupo común. En el reino humano es distinto. Cada hombre obra diferentemente
que los demás. Cada uno requiere una dieta distinta. Conforme pasan los años de la
infancia y de la adolescencia, el Ego va modelando su instrumento, reflejándose así en
todos sus rasgos. Y de esta suerte no hay dos exactamente iguales. Hasta los gemelos
que no podían distinguirse en su infancia, al crecer se van diferenciando conforme los
rasgos de cada uno expresan los pensamientos del Ego interno.
En el mundo moral prevalece una condición análoga. Los anales policiales demuestran
que aunque los hijos de los criminales consuetudinarios poseen generalmente tendencias
para el crimen, se mantienen invariablemente alejados de él, y en las "galerías de
criminales" de Europa y América es imposible encontrar a la vez al padre y al hijo. De
manera que los criminales son hijos de personas honradas y la herencia no puede
explicar entonces las tendencias morales. Cuando consideramos las facultades
intelectuales y artísticas superiores, encontramos que, muy a menudo, los hijos de un
genio son mediocres y a veces idiotas. El cerebro de Cuvier fue el más grande que haya
sido pesado y analizado por la ciencia. Sus cinco hijos murieron de paresia. El hermano
de Alejandro el Grande era un idiota, y casos como éstos podrían citarse muchísimos
para demostrar que la herencia explica únicamente en parte la similaridad de la Forma y
absolutamente nada sobre las condiciones morales y mentales. La Ley de Atracción que
hace que los músicos se congreguen en los salones de conciertos y que reune a los
literatos, debido a su semejanza de gustos, y la Ley de Consecuencia que pone a los que
han desarrollado tendencias criminales en sociedad con criminales, para que puedan
aprender a hacer el bien sufriendo las molestias incidentales al mal obrar, explican más
lógicamente que la herencia, los hechos de la asociación y del carácter.
El teólogo explica que todas las condiciones son obra de Dios, quien en Su inescrutable
sabiduría, ha visto que son convenientes para hacer que algunos sean ricos y la mayoría
pobres; unos listos y otros tardos, etc.; que proporcionan penas y pruebas a todos
muchas a la mayoría y pocas a los pocos favorecidos, y dicen que tenemos que
contentarnos con nuestra parte sin murmurar. Pero es muy duro y difícil mirar al cielo con
amor cuando uno sabe que de allí, de acuerdo con el capricho divino, vino toda nuestra
miseria, sea poca o mucha, y la mente humana bondadosa se subleva ante el
pensamiento de un padre que da amor, confort y lujo a unos pocos y envía tristezas,
sufrimientos y miseria a millones. Segura mente, ha de haber otra solución al problema
de la vida que no sea ésta. ¿No sería más razonable creer que los teólogos han
interpretado mal la Biblia, que atribuir tan monstruosa conducta a Dios? la Ley del
Renacimiento ofrece una solución razonable a todas las desigualdades cuando se la une
a su inseparable Ley de Consecuencia, mostrando ambas, además, el camino de la
emancipación.