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~~CATECISMO~~: ESCUCHA LA PALABRA DE DIOS
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De: Atlantida (Mensaje original) |
Enviado: 02/02/2020 22:57 |
Los creyenes nos acercamos a la Biblia, pero muchos cristianos no se acercan a leer la Biblia, y muchas la consideran aboleta la Palabra de Dios.
¿Para que nos dirán que leamos la Palabra de Dios?
Esta
pregunta resulta muy útil para plantear una cuestión de mucha
importancia: hay que leer la Biblia, ciertamente, pero no de cualquier
manera.
La
Biblia es la Palabra de Dios; en esto están de acuerdo todos los
cristianos. Y las palabras del Señor son palabras de vida eterna (Jn
6,68).
Pedro contestó <
La
Biblia o Sagrada Escritura ilumina nuestra inteligencia porque enseña
la verdad. El mismo Cristo dijo: Yo, la luz, he venido al mundo para que
todo el que crea en mí no siga en las tinieblas (Jn 12,46). Por este
motivo, no debemos silenciar la Palabra de Dios, lo cual sucede cuando
vivimos con la cabeza y el corazón en las cosas del mundo; como dice el
Señor: El que recibe la Palabra entre espinas, es el hombre que escucha
la Palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las
riquezas la ahogan y no pueden dar fruto. (Mt 13,22). Del mismo modo, la
Palabra de Dios no debe traficarse, dice San Pablo: Pero nosotros no
somos como muchos que trafican con la Palabra de Dios, sino que hablamos
con sinceridad en nombre de Cristo, como enviados de Dios y en
presencia del mismo Dios (2Co 2,17), ni falsificarse: …y nunca hemos
callado nada por vergüenza, no hemos procedido con astucia o
falsificación de la Palabra de Dios… (2Co 4,2).
La
Palabra revelada por Dios, engendra la vida de Dios en el alma como
semilla incorruptible: Las palabras que os he dicho son Espíritu y Vida
(Jn 6,83). Nos alimenta, como dice Jesucristo: No sólo de pan vive el
hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios (Mt 4,4). Nos
hace espiritualmente fecundos (Isaías dice: Como descienden la lluvia y
la nieve de los cielos, y no vuelven allá sino que empapan la tierra, la
fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan
para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará
a mí vacía, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido
aquello a lo que la envié: Is 55,10- 11). Y nos deleita: La Palabra de
Dios es más dulce que la miel (Sal 19,11). Lo cual se puede ver en la
experiencia que tuvieron los discípulos de Emaús, a quienes les ardía el
corazón, luego que Cristo les abrió las Escrituras (Lc 24,32).
También
se dice que la Palabra de Dios es capaz de conmover las piedras: ¿No es
así mi palabra, como el Juego, como un martillo golpea la peña? (Jr
23,29); de defendernos, pues es como escudo de acero, como espada filosa
(Ef 6,16-19).
De ahí que rechazar la Palabra de Dios sea señal de muerte espiritual (como se deduce de lo que dice Jesús en Jn 5,24).
Las
Sagradas Escrituras son el tesoro donde se hallan todos los bienes. De
esta Palabra se han alimentado todos los santos, ya sean misioneros,
doctores de la Iglesia, etc. La hierba se seca, la flor se marchita, mas
la Palabra de nuestro Dios permanece por siempre (Is 40,8).
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Pero al mismo tiempo, para que produzca esos frutos, la Biblia o Palabra de Dios debe ser leída como corresponde.
Cuando
el diácono Felipe, como nos relata el libro de los Hechos de los
Apóstoles (cf. Hch 8,26ss), encuentra al servidor de la reina de
Candaces, el cual no era ningún ignorante (sino un hombre culto que
sabía leer y ocupaba un puesto administrativo en la corte), con el libro
del Profeta Isaías abierto y sin comprender, le pregunta: ¿Entiendes lo
que lees? Y el ministro de la reina le responde: ¿Cómo voy a entender
si nadie me lo explica? Felipe inmediatamente se pone a “abrirle” el
sentido oculto de los pasajes que venía recitando en voz alta aquel
pagano, y termina por bautizarlo.
¿Cómo
debe ser nuestra lectura de la Biblia? Como ha sido para los grandes
santos de la cristiandad. Señalemos algunas características:
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a)
Debe ser una lectura Su autor principal es el Espíritu Santo, por tanto
debe el Espíritu Santo ayudarnos a comprenderla. Él nos ayuda en la
medida en que nos acercamos a la Biblia como lo que es: Palabra de Dios;
y por tanto, cuando lo hacemos con espíritu de oración, de respeto.
Debemos
leerla a la luz del principio de la analogía de la fe, el cual es un
principio que tiene dos aspectos. Uno negativo: ningún texto de la
Biblia puede contradecir realmente otro texto de la Biblia. Por eso
decía san Justino: “Si alguna vez se me objeta alguna Escritura que
parezca contradictoria con otra y que pudiera dar pretexto a pensarlo,
convencido estoy que ninguna puede ser contraria a otra; por mi parte,
antes confesaré que no las entiendo”[1].
Otro positivo: Legere Bibliam biblice, es decir, confrontar los
diversos pasajes para alcanzar una mejor comprensión: lo que se dice en
un lugar oscuramente, en otros pasajes puede aparecer más claro.
Asimismo,
la Biblia se explica por la vida de la Iglesia. Nada más extraño al
sentido dado al principio apenas expuesto, que entenderlo como una
especie de “sola Scriptura”; san Agustín explicaba ya en el siglo IV,
que el sentido de la Sagrada Escritura se entiende a partir de los actos
de los santos, es decir, en el modo de encarnar la Palabra de Dios en
sus vidas; porque el mismo Espíritu por el cual han sido escritas las
Sagradas Escrituras, induce a los santos a obrar[2].
Debe
ser una lectura atenta a las enseñanzas del Magisterio. Es el mismo
Jesucristo, como hemos visto en su lugar, el que ha confiado a los
apóstoles y sus sucesores la custodia del depósito de la fe, es decir,
la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición. La función del Magisterio
no limita o restringe nuestra iniciativa; la guía para que no se
extravíe. El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios,
oral o escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la
Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo mismo.
b)
La lectura de la Biblia debe ser también Esto significa captar todos
los sentidos que tiene un texto revelado, que pueden ser muchos. Además
del sentido histórico y literal, hay sentidos espirituales, pues muchas
de las verdades allí contenidas tienen aplicaciones (proféticas, morales
y espirituales) para la vida de la Iglesia y de cada cristiano, que no
se agotan en el sentido material de las palabras. Esto lo ha entendido
muy bien la Tradición -con algunos casos de abuso de los sentidos
espirituales o místicos, como ocurrió con los alegoristas-.
c)
Debe ser una lectura Es decir, debe tender a hacerse vida, a encarnarse
en cada cristiano. Si no se transforma en la vida del cristiano queda
como letra muerta. La verdadera lectura y meditación de la Biblia debe
encender la caridad y santidad en cada corazón. Si no nos lleva a la
práctica de las virtudes, la misma lectura de la Biblia nos condena,
porque obramos contra la voluntad divina conociéndola claramente.
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1. ¿Qué experiencia tienes tú para leer la Biblia?
R= no tengo experiencia
2. Se te hace facil?
R= no, porque hay lecturas que no comprendo
3. ¿Te resulta enriquezedor?
R= sí, porquee me enseña a conocer más a Dios
4. ¿Es algo importante en tu vida?
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