U.G.Krishnamurti: Una vida
Biografía, por Mahesh Bhatt
8. La Calamidad.
20 de septiembre de 1991. Carmel, California. Son las 4:30 a.m. Estoy levantado y escribiendo. Esta ha sido mi rutina de trabajo por casi quince días. Esas horas y horas de silencio se te meten en los huesos. Me pregunto por qué me condené a tal soledad. Escribir es de hecho un trabajo solitario. Supongo que todo lo que uno hace en el fondo es algo muy solitario. Todo creador experimenta con dolor el abismo entre su sueño y la expresión final. El abismo nunca se salva completamente. Todos tenemos esta certeza, tal vez ilusoria, de que tenemos mucho más para decir.
Este cumpleaños parece eterno. Las llamadas desde India deseándome felicidades empezaron por la tarde y siguieron toda la noche. India está a trece horas de aquí. '¿Cómo que todavía no es tu cumpleaños?' preguntó mi hijo de nueve años Rahul, incapaz de comprender la diferencia horaria entre California y Bombay. Traté de explicárselo pero fallé. Cuando le conté sobre los tres terremotos leves que experimenté aquí en Carmel los pasados días estaba encantado. '¡Qué suerte, papá! La estás pasando genial, ¿verdad?'
U.G. no se ha sentido muy bien. Es su problema de "cañerías" (un cardioespasmo). No ha podido retener nada en el estómago. Se ve demacrado. Por primera vez desde 1939 perdió tres kilos de peso. (Su peso nunca ha fluctuado mucho.) Existe una tácita ansiedad por su salud entre todos nosotros. Pero U.G. mismo no parece afectado. Él es siempre él. Narayana Moorty tuvo éxito en hacerle tomar unos remedios homeopáticos. Ver a U.G. tragarse esas píldoras homeopáticas es una imagen cómica. Parece un bebe. Las píldoras lo hacen dormir por horas. 'Si no responde a esas píldoras, vamos a tener que ver a un doctor,' dice Moorty. Conociendo las opiniones de U.G. sobre los médicos, traté de disuadirlo con una indirecta. 'La única vez que voy a ver a un médico es cuando necesite el certificado de defunción,' dice U.G., sintiendo cada una de sus palabras. Me estoy deprimiendo otra vez.
Cuando me siento a escribir lo que llamaríamos en la jerga del cine el clímax de la vida de U.G., la tierra bajo nuestros pies se sacude. Fue otro terremoto. 5.1 en la Richter según la televisión.
En su cumpleaños número cuarenta y nueve (de acuerdo con el calendario lunar indio), el día después de haber dejado la tienda de Krishnamurti, U.G. estaba sentado en un banco debajo de un árbol observando uno de los paisajes más bellos del mundo, las siete colinas y los siete valles de Saanenland:
Estaba sentado allí. No era que la pregunta estuviera allí; todo mi ser era la pregunta: '¿Cómo sé que estoy en ese estado?' Me dije a mí mismo, 'Hay cierta peculiar división dentro de mí: hay alguien que sabe que está en ese estado. El conocimiento de ese estado -- lo que he leído, lo que he experimentado, lo que he dicho -- es ese conocimiento el que está mirando a ese estado, así que es solo ese conocimiento el que ha proyectado ese estado.
Me dije a mí mismo, 'Mira, viejo, después de cuarenta años no te has movido ni un paso; estás todavía en la casilla número uno. Es el mismo conocimiento que proyectó tu mente cuando hiciste la pregunta. Estás en la misma situación, preguntándote lo mismo, '¿Cómo lo sé?' Porque es este conocimiento, la descripción del estado de esas personas, lo que ha creado este estado para ti. Te estás engañando solo. Eres un maldito tonto.' Pero aún había una peculiar sensación de que este era el estado.
U.G. no tuvo ninguna respuesta para la segunda pregunta, -- '¿Cómo sé que este es el estado?' Fue como una pregunta en un remolino. Dio vueltas y vueltas. Luego de repente la pregunta desapareció. No sucedió nada -- la pregunta solo desapareció. U.G. no se dijo a sí mismo, '¡Oh, mi Dios! Ahora he encontrado la respuesta.' Incluso ese estado desapareció -- el estado en el que pensó que estaba, el estado del Buddha o de Jesús -- incluso eso desapareció.
La pregunta desapareció. Toda la cuestión se terminó para mí, y eso fue todo. De ahí en adelante, nunca me dije a mí mismo, 'Ahora tengo las respuestas para todas esas preguntas.' Ese estado del que había dicho, 'Este es el estado' -- ese estado desapareció. La pregunta desapareció; se terminó. No es vacuidad; no es un vacío; no es ninguna de esas cosas; la pregunta desapareció de pronto, y eso es todo.
La desaparición de su pregunta fundamental, al descubrir que no tenía respuesta, fue un fenómeno fisiológico, U.G. dice: 'Fue una explosión súbita en el interior, golpeando, como quien dice, cada célula, cada nervio y cada glándula de mi cuerpo.' Y con esa explosión, la ilusión de que existe continuidad de pensamiento, de que hay un centro, un 'yo' enlazando los pensamientos, ya no estaba allí. U.G. dice más adelante sobre este estado:
Entonces el pensamiento no puede encadenarse. La cadena se rompe, y una vez que se rompe, se termina. Luego no es que el pensamiento explote una vez; cada vez que el pensamiento surge, explota. Así que, esta continuidad se termina, y el pensamiento entra en su ritmo natural.
Desde entonces no tengo preguntas de ningún tipo, porque las preguntas no pueden permanecer allí nunca más. Las únicas preguntas que tengo son preguntas muy simples como '¿Cómo voy a Hyderabad?,' preguntas necesarias para funcionar en este mundo. Y la gente tiene respuestas para esas preguntas. Pero para aquellas preguntas [espirituales o metafísicas], nadie tiene ninguna respuesta. Así que no hay más preguntas.
Todo en la cabeza se había apretado -- no había lugar para nada en el interior de mi cerebro. Por primera vez me volví consciente de mi cabeza con todo 'apretado' adentro. Esas vasanas [impresiones pasadas] o como quieran llamarlas, ellas sí tratan de asomar sus cabezas de vez en cuando, pero entonces las células del cerebro están tan 'apretadas' que las vasanas no tienen ya oportunidad de dar vueltas por allí. La división [creada por las impresiones pasadas en la forma de pensamiento] no puede permanecer. Es una imposibilidad física. Uno no necesita hacer nada al respecto. Por eso digo que cuando sucede esta 'explosión' (uso la palabra 'explosión' porque es como una explosión nuclear), deja atrás reacciones en cadena. Cada célula de tu cuerpo, las células en la médula misma de tus huesos, tienen que atravesar este 'cambio' -- no quiero usar esa palabra -- pero es un cambio irreversible, una alquimia de alguna clase.
Es como una explosión nuclear. Destruye todo el cuerpo. No es algo fácil; es el fin del hombre. Tal destrucción afecta cada célula, cada nervio del cuerpo. Atravesé tremendos dolores físicos en ese entonces. No es que uno experimente la 'explosión'; no puedes experimentar la 'explosión' -- tan solo sus efectos posteriores. La 'caída' cambia toda la química de tu cuerpo.
Los efectos colaterales de esa explosión, la forma en que los sentidos están operando ahora sin ningún coordinador o centro -- eso lo único que puedo decir. Otra cosa más: la química ha cambiado -- puedo decir eso porque a no ser por ese cambio en toda la química, no hay forma de liberar a este organismo del pensamiento, de la continuidad del pensamiento. Entonces, puesto que no hay continuidad, uno puede decir fácilmente que algo ha pasado, pero lo que realmente sucedió, no tengo forma de experimentarlo en absoluto.
Esto es algo que ha sucedido fuera del campo, del área en los cuales yo esperaba, soñaba, y quería un cambio. Así que no llamo a esto un 'cambio'. Yo realmente no sé qué me ha sucedido. Lo que les estoy contando es la forma en que estoy funcionando. Pareciera haber alguna diferencia entre la forma en que ustedes funcionan y la forma en que yo funciono, pero básicamente no puede haber ninguna diferencia. ¿Cómo podría haber tal diferencia entre ustedes y yo? No puede haberla. Pero por la forma en que estamos tratando de expresarnos, pareciera haber alguna diferencia. Yo tengo la sensación de que hay una diferencia, y cuál es esa diferencia es lo único que estoy tratando de comprender.
U.G. notó, durante la semana que siguió a la 'explosión', ciertos cambios fundamentales en el funcionamiento de sus sentidos. El último día su cuerpo atravesó 'un proceso de muerte física' y los cambios se volvieron características permanentes.
El desenlace: Los cambios comenzaron. Durante siete días, cada día sucedió un cambio. U.G. descubrió que su piel se había vuelto extremadamente suave, el parpadeo de sus ojos se había detenido, y sus sentidos del tacto, el olfato y la audición habían cambiado.
El primer día notó que su piel era tan suave que se sentía como seda y también un peculiar brillo, un brillo dorado. 'Me estaba afeitando, y cada vez que trataba de afeitarme, la navaja resbalaba. Cambié de navaja, pero no sirvió de nada. Me toqué la cara. Mi sentido del tacto era diferente.' U.G. no le asignó ningún significado a todo esto. Simplemente lo observó.
El segundo día se dio cuente por primera vez que su mente estaba en un estado de 'declutched'*. Estaba arriba en la cocina, y Valentine había preparado sopa de tomates. Él la miró y no sabía lo que era. Ella le dijo que era sopa de tomates. Él la probó, y entonces la reconoció, 'Así es como sabe la sopa de tomates.' Se tomó la sopa y estaba de vuelta en ese extraño estado de la mente. O mas bien, era un estado de 'no mente'. Le preguntó de nuevo a Valentine, '¿Qué es eso?' Y otra vez ella le dijo que era sopa de tomates. Una vez más U.G. la probó. De nuevo se tomó la sopa y olvidó lo que era. 'Jugué con esto durante algún tiempo. Era algo tan gracioso -- el estado de 'declutched'.
* No se encuentra una traducción satisfactoria para el término 'declutched'. U.G. quiere significar algo muy claro, no obstante: que su mente había pisado el embrague. N. del T.
Ahora ese estado se ha vuelto normal para U.G. Él dice que ya no pierde tiempo en remembranzas, preocupaciones, conceptualización y otras clases de pensamiento que la mayoría de las personas hacen cuando están solas. Su mente solo se activa cuando se necesita, como, por ejemplo, cuando alguien hace preguntas, o cuando tiene que manejar un grabador. Cuando no se la necesita, no hay mente, no hay pensamiento. Hay solamente vida.
El tercer día, algunos amigos se invitaron solos a cenar. Él aceptó cocinar para ellos.
Pero de alguna forma no podía oler o degustar adecuadamente. Me fui dando cuenta de que esos dos sentidos habían sido transformados. Cada vez que algún olor entraba en mis fosas nasales irritaba mi centro olfativo casi de igual forma. Y luego, cada vez que degustaba algo, sentía solo el ingrediente dominante -- el gusto de los otros ingredientes volvió luego con el tiempo. De ahí en más el perfume no tiene sentido para mí, y la comida picante no tiene atractivo. Solo podría sentir la especia dominante -- chile o lo que fuera.
El cuarto día, algo le sucedió a sus ojos. U.G. y sus amigos estaban sentados en el restaurante Rialto en Gstaad. Fue allí que U.G. se dio cuenta de una tremenda forma de 'vista visión', como si viera un espejo cóncavo.
Las cosas moviéndose hacia mí, se metían dentro de mí, como si fuera. Y las cosas que se alejaban de mí, parecían salir de dentro de mí. Fue tan confuso -- como si mis ojos fueran una cámara gigantesca, cambiando de foco sin que yo hiciera nada. Ahora estoy acostumbrado a esa confusión. Hoy en día es como veo. Cuando me pasean en auto, soy como un cameraman enfocando cosas. Los autos en la otra dirección se meten dentro de mí, y los autos que nos sobrepasan salen de mí. Cuando mis ojos se enfocan en algo, lo hacen con total atención, como una cámara.
Aquel día, cuando U.G. volvió a casa del restaurante miró el espejo para descubrir que había algo raro en sus ojos -- habían sido 'arreglados'. Siguió viendo al espejo por un largo rato y notó que sus párpados no parpadeaban. Por casi cuarenta y cinco minutos se quedó mirando el espejo y no vio ningún parpadeo. 'El parpadeo instintivo había desaparecido, y aun hoy no aparece.'
Al quinto día, U.G. notó un cambio en su audición. Cuando escuchaba el ladrido de un perro, el ladrido parecía originarse dentro de él. Todos los sonidos parecían venir desde dentro y no desde fuera. Aún lo hacen.
Los cinco sentidos cambiaron en cinco días. Al quinto día U.G. estaba recostado en un sofá. Valentine estaba en la cocina.
Y de pronto mi cuerpo desapareció. No había cuerpo. Miré mi mano... la miré -- '¿Es esta mi mano?' No había una verdadera pregunta, pero toda la situación era algo como eso. Así que toqué mi cuerpo: nada. No sentí que hubiera nada allí excepto el tacto, el punto de contacto. Entonces llamé a Valentine y le pregunté: '¿Ves mi cuerpo en el sofá? Nada dentro de mí me dice que este sea mi cuerpo.' Ella lo tocó y dijo, 'Es tu cuerpo.' Y aun así esa afirmación no me dio ningún consuelo o satisfacción. Me dije a mí mismo, '¿Qué está pasando aquí? Falta mi cuerpo.' Mi cuerpo se había ido, y jamás regresó.
Ahora, en relación con su cuerpo, los puntos de contacto son lo único que U.G. tiene, nada más, porque el sentido de la visión, dice él, es independiente del sentido del tacto. Así que no es posible para él crear una imagen completa de su cuerpo porque, en ausencia de la sensación de tacto, los puntos correspondientes faltan en su conciencia.
Y finalmente, en el séptimo día, U.G. estaba otra vez recostado en el sofá, relajándose, disfrutando del estado de 'declutched'. Valentine entraba en la habitación, y él la reconocía como Valentine. Ella salía de la habitación. Entonces listo, blanco -- no más Valentine. Pensaba, '¿Qué es esto? Ni siquiera puedo imaginar cómo se ve Valentine.' Escuchaba los sonidos viniendo de la cocina y se preguntaba, '¿Qué son esos sonidos viniendo de mi interior? Pero no me puedo relacionar con ellos.' Había descubierto que todos sus sentidos carecían de un mecanismo coordinador dentro de él: el coordinador faltaba. Y entonces...
Sentí algo sucediendo dentro de mí: la energía vital reuniéndose en un punto focal desde diferentes partes del cuerpo. Me dije, 'Ahora has llegado al final de tu vida. Vas a morir.' Luego llamé a Valentine y dije, 'Me voy a morir, Valentine, y tendrás que hacer algo con este cuerpo. Dáselo a los médicos; quizás ellos lo usen. No creo en la cremación o en enterrarlo. Tendrás que disponer de este cuerpo como mejor te parezca. Un día va a apestar. Así que, ¿por qué no darlo?' Valentine contestó, 'U.G., eres un extranjero. El gobierno suizo no tomará tu cuerpo. Olvídalo.'
El movimiento aterrador de su fuerza vital había llegado a un punto focal. La cama de Valentine estaba vacía. Se fue a esa cama y se estiró, preparándose para morir. Valentine, por supuesto, ignoraba lo que estaba pasando. Se fue. Pero antes de irse dijo, 'Un día dices que esto cambió, al otro dices que aquello cambió, y un tercer día dices que alguna otra cosa cambió. ¿Qué es todo esto? Y ahora dices que te vas a morir. No te vas a morir. Estás bien, sano y saludable,' diciendo esto, dejó la habitación. U.G. prosiguió con su historia:
Entonces llegó un momento en que fue como si el obturador de una cámara se tratara de cerrar a sí mismo. Es el único símil que se me ocurre. La forma en que estoy describiendo esto es muy diferente a la forma en que realmente sucedieron las cosas por ese entonces, porque no había nadie allí pensando en tales términos. Todo esto, no obstante, debió haber sido parte de mi experiencia, de otra forma no sería capaz de hablar de ello. Así que, el obturador trataba de cerrarse, y algo estaba tratando de mantenerlo abierto. Después de un tiempo no había voluntad para hacer nada, ni siquiera para impedir que el obturador se cerrara. De pronto, se cerró. No sé lo que sucedió después.
Este proceso duró cuarenta y nueve minutos -- este proceso de morir. Fue como una muerte física. U.G. dice que aun hoy le sucede:
Mis manos y pies se enfrían tanto, el cuerpo se pone rígido, el latido se vuelve lento, la respiración se vuelve lenta, y luego hay una necesidad por respirar. Hasta cierto punto estás allí, respiras tu último aliento, como si fuera, y luego te terminas. Lo que sucede luego, nadie lo sabe.
Cuando U.G. salió de eso Valentine le dijo que tenía una llamada. Bajó las escaleras aturdido para contestar el teléfono. No sabía qué le había ocurrido. Había atravesado una muerte física. Lo que lo trajo de regreso a la vida, no lo sabía. Cuánto había durado, no lo sabía. 'No puedo decir nada sobre eso, porque el experimentador se había terminado: no hubo nadie experimentando esa muerte en absoluto...'
Aquí el relato de Douglas Rosenstein, el único testigo ocular de esta cosa llamada la 'calamidad', será lo más apropiado. De hecho, partes de lo que sigue fue escrito por él con anterioridad a su visita a Carmel. El resto lo cuenta a mi videocámara. Por momentos me llené de envidia. Aquí estaba una persona que podía jactarse de haber atestiguado el momento más extraordinario de la vida de U.G.:
Veinticuatro veranos atrás fui testigo de la más rara de todas las transformaciones, probablemente la única real -- la muerte y el renacimiento de un ser humano común. Este era un ser humano común en vez de un 'hombre-dios', un elegido o un instructor del mundo. Todo comenzó en el verano de 1966 cuando fui a Saanen para escuchar las charlas de J. Krishnamurti. Estaba acampando con algunos amigos a la orilla del río. Un día alguien me dijo que se había topado con un intenso hombre indio al que describió como un tipo muy inusual. Me insistió en que fuera a conocer a este hombre que vivía en un chalet de trescientos años llamado Chalet Pfynegg (que significa 'ventoso') en la Villa de Saanen.
Recuerdo vívidamente la primera vez que vi a U.G. Era el primer indio que yo veía. Estaba argumentando vehementemente con un músico estadounidense que tocaba el órgano en una iglesia de Saanen. U.G. estaba denunciando a J. Krishnamurti. Yo acababa de escuchar las charlas de J. Krishnamurti y estaba muy impresionado. Mi primer pensamiento fue que este tipo no entendía nada. Pero no me quise meter. Así que miré el acalorado debate durante algún tiempo. Algo distinto de mi mente juzgadora se sentía atraído hacia U.G. Incluso cuando estaba intelectualmente ofendido, me sentía atraído hacia él. Esa batalla en mí duró muchos años... pero esa es otra historia.
Ese verano de 1966 fue preparatorio para lo que sucedió el verano siguiente. Yo solía almorzar con U.G. A veces U.G. venía a nuestra tienda con Valentine, y mis amigos y yo hacíamos lo mejor posible por prepararles una comida vegetariana. Mis mejores recuerdos transcurren durante esas charlas y almuerzos que teníamos en el Chalet Pfynegg. Veníamos de las charlas de J. Krishnamurti y nos sentábamos alrededor discutiendo sus abstracciones. Allí estaba U.G., primero destruyendo los argumentos de Krishnamurti, y luego alabando al hombre al momento siguiente. Así se pasó el verano. U.G. y Krishnamurti ambos me instaron a ir a India y estudiar Yoga.
A mi regreso de la India, pasé el verano nuevamente en Saanen. Recuerdo que U.G. seguía siendo el mismo del verano anterior, solo que el amperaje había subido en sus ataques a Krishnamurti. Muy a menudo durante las charlas, lo veía solo, como absorbido, mientras todos los demás estaban socializando.
Las charlas terminaron a la mitad de agosto con un anuncio sorpresa de que Krishnamurti extendería las charlas. El último día de las charlas volví a ver a U.G. No parecía estar muy involucrado en lo que Krishnamurti estaba diciendo. Al día siguiente estaba almorzando con Valentine y U.G. U.G. comenzó a contar la historia de como el día anterior estaba acostado en el sofá y empezó a preguntarle a Valentine en dónde estaba su cuerpo. Y ella le había contestado que su cuerpo estaba ahí en el sofá. Valentine admitió que esta alocada conversación en efecto había tenido lugar. Estábamos hablando de todo esto mientras comíamos. La conversación tuvo lugar en tiempo pasado. U.G. siguió diciendo cómo su cuerpo había desaparecido. Yo le pregunté, '¿Y que hay de ahora? ¿Sientes que tu cuerpo está allí?' Y con una seguridad con la que nunca había oído a U.G. o nadie más decir algo, él dijo, 'No, se fue para siempre. No puede volver.' Le pregunté, '¿Cómo puedes estar seguro?' Y él cambió enfáticamente al tiempo presente, y por los siguientes 25 años nunca más lo escuché usar el tiempo pasado en referencia a como está funcionando.
Ese día estaba en mi departamento en Gstaad. Era la tarde. La luna estaba justo saliendo sobre el horizonte. Algo me dijo que tenía que llamar a U.G. a su chalet. Lo hice. Valentine contestó el teléfono. Pude oír como gritaba, 'U.G. Krishnamurti, teléfono para ti.' Valentine volvió al teléfono. Sonaba preocupada, 'Algo está pasando con U.G. Su cuerpo no se mueve. Podría estar muriendo.' Yo dije, 'Ve y trae a U.G., voy a hablar con él.' Valentine dijo, 'No creo que vaya a venir.' Yo insistí. Y luego U.G. vino al teléfono. Su voz sonaba muy lejana, y me dijo, 'Douglas, es mejor que vengas y veas esto.' Fue una invitación a ver a un hombre 'muerto'. Así que corrí. A esa hora los trenes no pasaban. La distancia entre Gstaad y Saanen es como de tres kilómetros. Entré al chalet y subí a la habitación de U.G. Recuerdo la escena muy vívidamente: Valentine estaba pálida de terror, y U.G. estaba acostado en el sofá -- ido. Su cuerpo estaba arqueado. En yoga uno llamaría a eso postura Dhanurasana (la postura del arco.) La luna llena estaba justo saliendo sobre la montaña. Le pedí a U.G. que viniera a la ventana y mirara la luna. Él se paró. Nunca voy a olvidar la manera en que miró la luna. Había algo extraño sucediendo en esa habitación. Le pregunté, '¿Qué fue todo eso?' Él dijo, 'Es la muerte final.'
Moorty, que había estado escuchando el relato de Douglas, en este punto interrumpe y pregunta, '¿Quieres decir que él dijo que iba a morir?' Douglas, 'No, ya había sucedido. U.G. dijo que fue mi llamada lo que lo trajo de vuelta.' Moorty pregunta, '¿Cuál fue tu respuesta, Douglas?' 'yo estaba absolutamente fascinado; estaba tan feliz por él.'
'¿Había algún cambio que se notara?' le pregunté. 'Su personalidad no había cambiado. Era la misma persona difícil que siempre había sido. Pero había una ausencia de tensión. La duda se había ido. Pero la personalidad era la misma. Recuerdo muy claramente algo que me dijo entonces que ha permanecido conmigo todos estos años. Él dijo, "Douglas, hay algo que sé con seguridad: la búsqueda tiene que terminar antes de que algo pueda pasar".'
Antes de que se fuera para Mill Valley esa tarde, así es como Douglas resumió a U.G.:
Él es el ser humano más subversivo que jamás haya caminado sobre la tierra, mucho más subversivo que todos esos líderes religiosos que la humanidad ha estado siguiendo durante 2600 años para nada. Sí, estoy incluyendo al Buddha también. La subversividad de U.G. es tan completa que nadie quiere creerle. Todo aquello en lo que crees, todo aquello en lo que pones tu fe, tu esperanza --tu deseo de continuidad, no solo de ti mismo, sino también de tu familia, tu civilización -- todo eso se va a terminar. No creerás en eso nunca más. Nada tendrá ningún significado. Y cuando todo el significado se vaya, entonces realmente lo habrás logrado. Solo entonces escucharás lo que U.G. está diciendo. Eso requiere coraje.