PROTECCIÓN DE LA NOBLEZA
Como consecuencia de la división de las heredades los señores de Occitania constituían una casta populosa en la que no era infrecuente el empobrecimiento material de muchos de ellos. Con el paso del tiempo muchos de estos señores, que despreciaban a los clérigos iletrados, llegaron a adueñarse de los impuestos y cánones que los campesinos debían pagar a la Iglesia. Esto ocurrió, sobre todo, con los nobles que eran a su vez vasallos de la familia Trencavel o de los Condes de Tolosa, los que más habrían de enfrentarse a las pretensiones del Papado.
Sin duda, la civilización occitana aparece hoy ante la mirada del hombre moderno como una cultura demasiado avanzada en relación con la rudeza de costumbres propia del mundo medieval. En este contexto de un mundo culto, laico, quizás libertino, que se burla de la Iglesia romana, con claras ansias de emancipación del poder real y en el que la mujer es especialmente valorada, habría de encontrar un adecuado caldo de cultivo, como luego veremos, el ansia de pureza que impregnaba a los cátaros.
A fines del siglo XII los obispados cátaros estaban implantados sólidamente en Occitania. Existían diversas circunstancias que los distinguían claramente del poder oficial de Roma y que hacían que contasen con el beneplácito de la nobleza y de la población civil. Los cátaros tenían claramente establecido que todo hombre debía vivir de su propio trabajo por lo que nunca establecieron impuestos o diezmos que hubiera de pagar el pueblo para el sostenimiento de su Iglesia; eso los distinguía del ansía de poder temporal y de las grandes pompas del Papado. La nobleza occitana no podía sino apreciar a esta nueva Iglesia que no tenía ninguna pretensión de dominio temporal sobre sus fieles.
De ese modo, el catarismo contó con la protección de la nobleza y de algún modo se puede decir que fue incluso difundido, al menos en un primer momento, desde las capas más altas de la población, deseosas de poner frenos al poder temporal de la Iglesia católica. Contaron los cátaros, especialmente, con el apoyo de las damas de la nobleza, ya que las mujeres eran admitidas en el sacerdocio en iguales condiciones que los hombres, lo que incluso todavía en nuestros tiempos no ha sido admitido en la Iglesia oficial. Podrían mencionarse ejemplos de varias damas occitanas que en su juventud habían sido cantadas cortésmente por los trovadores y que tras una vida impregnada por el galanteo y el amor se convirtieron en su vejez en matriarcas cátaras que buscaban la salvación de su alma sin tener por ello que recluirse en un convento católico renunciando a una vida activa.