El hombre en la Tierra y bajo la influencia de las ideas carnales, no ve en
sus pruebas sino el aspecto penoso; es por eso que le parece natural elegir las
que desde su punto de vista pueden coexistir con los placeres materiales. Pero,
en la vida espiritual, compara esos placeres fugitivos y groseros con la felicidad
inalterable que entrevé, y entonces ¿qué le importan algunos sufrimientos
pasajeros? El Espíritu puede, pues, elegir las pruebas más rudas, y por lo tanto,
la existencia más penosa con la esperanza de alcanzar más pronto un mejor estado,
como el enfermo escoge con frecuencia, el remedio más desagradable para curarse
con mayor rapidez. El que desea unir su nombre al descubrimiento de un país
desconocido, no escoge un camino sembrado de flores; sabe los peligros que
corre; pero también la gloria que le espera, si tiene buen éxito.
La doctrina de la libertad en la elección de nuestras existencias y de las
pruebas que hemos de soportar deja de parecer extraordinaria si se considera que
los Espíritus desprendidos de la materia aprecian las cosas de muy distinto modo
que nosotros. Vislumbran el fin, fin mucho más grave para ellos que los placeres
fugitivos del mundo. Después de cada existencia, evalúan el paso que dieron y
comprenden lo que les falta purificarse aún para alcanzar tal finalidad. He ahí
porque se someten voluntariamente a todas las vicisitudes de la vida corporal,
pidiendo, ellos mismos, las pruebas que le permitan llegar más pronto. No hay,
pues, motivo de asombro en el hecho de que el Espíritu no dé preferencia a la
elección de una existencia más suave. Esta vida exenta de amarguras, no puede
gozarla en su estado de imperfección; la entrevé y para conseguirla procura
mejorarse.
¿Acaso no se ofrecen todos los días a nuestros ojos ejemplos de semejantes
elecciones? ¿Qué hace el hombre que trabaja una parte de su vida, sin tregua ni
descanso, para reunir haberes que le garanticen su bienestar, sino imponerse una
tarea con la mira de buscar un mejor futuro?
El militar que sufre por una misión peligrosa, el viajero que desafía
peligros no menores, en interés de la Ciencia o de su fortuna, ¿no se someten a
pruebas voluntarias que deben proporcionarles honra y provecho, si logran el
éxito? ¿A qué no se somete y expone el hombre por interés o gloria? Todos los
certámenes, ¿no son acaso pruebas voluntarias a las que se somete el hombre
con tal de ascender en la carrera que eligió? No se llega a una posición social
trascendental en las artes, o en la industria sin haber pasado por una serie de
posiciones inferiores que son otras tantas pruebas. La vida humana es una copia
de la vida espiritual, donde encontramos, aunque en pequeño, las mismas
peripecias que en esta. Luego, si en esta vida elegimos las pruebas más duras
para lograr un objetivo más elevado, ¿por qué el Espíritu, que ve más lejos que
el cuerpo y para el cual la vida del cuerpo no es más que un incidente fugitivo,
no escogería una existencia penosa y laboriosa, si debe conducirle a una felicidad
eterna? Los que dicen que si los hombres eligen la existencia pedirán ser príncipes
o millonarios, son como los miopes que solo ven lo que tocan, o como niños
glotones que, al ser preguntados acerca de la profesión que más les gusta,
responden: pastelero o confitero.
Así le ocurre al viajero que se encuentra en medio de un valle obscurecido
por la bruma, no ve ni la anchura, ni los extremos del camino, pero llega a la
cumbre del monte, descubre lo que ha recorrido y lo que le falta por recorrer,
distingue el fin y los obstáculos que todavía le restan por vencer, y puede entonces
planear con mayor seguridad los medios de llegar al final. El Espíritu encarnado
está como el viajero que se encuentra al pie de la montaña: pero desprendido de
los lazos físicos, domina el escenario como el que está en la cima de la montaña.
Para el viajero, el objetivo es el descanso después de la fatiga, pero, para el
Espíritu, es la felicidad suprema después de las tribulaciones y las pruebas.
Todos los Espíritus dicen que en estado errante, buscan, estudian y
observan para hacer su elección. ¿No tenemos un ejemplo de este hecho en la
vida corporal? ¿No buscamos con frecuencia durante años, la carrera que
libremente elegimos, porque la creemos la más apropiada para los objetivos de
nuestro camino? Si fracasamos en una, buscamos otra. Cada carrera que
abrazamos es una fase, un período de la vida. ¿No empleamos el día en planear
lo que haremos al día siguiente?
Pues bien, ¿qué son las diferentes existencias para el Espíritu, sino fases,
períodos y días de su vida espírita, que, como ya sabemos, es la normal, puesto
que la vida corporal no es más que transitoria y pasajera