La importancia de jugar con los hijos
Para los niños jugar resulta algo fundamental, tanto para su desarrollo físico como mental, pues mediante el juego aprenderán a coordinar su psicomotricidad y a desarrollar su inteligencia. Gracias a él, nuestros hijos se divierten y casi sin darse cuenta van aprendiendo a desenvolverse en esta vida con la inocencia y la naturalidad que les caracteriza, y quién mejor que nosotros, sus padres, grandes encargados de su educación y bienestar, para formar parte de sus juegos... no sólo es tarea nuestra controlar su crecimiento, sino también su felicidad. Está demostrado que aquellas familias en las que los padres juegan (nunca mejor dicho) un papel importante en los juegos de sus hijos, éstas crecen más unidas y la confianza entre padres e hijos es mucho mayor.
A menudo los padres gastamos mucho dinero en juguetes maravillosos que dejan al niño en segundo plano, el del espectador, en lugar del protagonista como cabría esperar y olvidamos también a menudo que el mejor juguete que le podemos ofrecer es uno mismo.
Nuestro estresante ritmo de vida, el trabajo, la vuelta a casa y... más trabajo aún, nos deja muy poco o ningún tiempo para jugar con ellos. Les queremos mucho pero... ¿lo saben?. La vida es cuestión de prioridades y acaso, ¿hay mayor prioridad que ellos? Tenemos que aprender a organizarnos y a reservarles un hueco en nuestras vidas, tenemos que demostrarles que les queremos, y qué mejor manera que formando parte activa de sus juegos, sus fantasías, sus risas... Además mediante el juego podremos enseñarles valores tan importantes como la amistad, el compañerismo, la generosidad, y a desarrollar de manera casi inadvertida pero eso sí, muy divertida, su capacidad de atención, su fluidez verbal, su creatividad... y aprender a relacionarse mejor con cuantos le rodean, ya sean niños o adultos.
Además del papel socializador que cobra el juego, los padres podremos aprovechar estos momentos de ocio para hacerles participes del saber popular, aquel que no se encuentra en los libros pero que va pasando de padres a hijos, de generación en generación, cuentos y leyendas, canciones y refranes, juegos populares, etc. que forman parte de nuestra cultura viva, no escrita, y somos nosotros los encargados de trasmitírsela desde su más tierna infancia, con nanas, arrumacos y viejos cuentos de nuestras abuelas.
Ahora bien, a la hora de jugar tendremos que dejar de ser un poco padres y más niños, si queremos ser unos buenos compañeros de juego. Como lo realmente importante en este caso es pasarlo bien, dejaremos que ellos elijan el juego y participaremos de manera total y absoluta, da igual que tengamos que tirarnos por el suelo o gritar como locos. Quizás sea eso, precisamente, lo que más les divierta, dejar de vernos como los padres todopoderosos que ordenan y mandan, para llegar a ser como el más loco y divertido de sus amigos.
Mediante el juego lograremos que padres e hijos se hallen más unidos, pues gracias a éste aprendemos a dialogar los unos con los otros, nos ayudará a conocernos mejor y como consecuencia obtendremos unos lazos más fuertes, cálidos y entrañables. Está demostrado además, que el juego es un gran canalizador de sentimientos y emociones, pero no sólo para nuestros hijos, para los que se convierte en una necesidad casi biológica, sino para nosotros mismos, que podemos encontrar en el juego con nuestros hijos esa gran válvula de escape que todos necesitamos. El poder de la imaginación es inmenso y si a ellos les ayuda a crecer y a convertirse en personas sanas y saludables tanto física como mentalmente, a nosotros puede ayudarnos mucho esa pequeña dosis diaria para superar y recuperar fuerzas después del inevitable desgaste que supone nuestra vida cotidiana.
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