La vida no es una sala de espera
Muchas personas que sufren terribles situaciones de maltrato viven esperando que “un golpe de suerte” o “una bendición especial” caída de repente del cielo, les cambie de un día para otro sus vidas… y eso no ocurre.
Tiempo atrás, mi esposa vio a Bella ( * ), una joven de unos 19 años. Caminaba solitaria con un bebé en un cochecito. En su teléfono celular sonaba un tema cuya letra hablaba del maltrato… Grandes lágrimas bajaban por su rostro, iba llorando mientras lo escuchaba. La escena fue más que elocuente. Evidentemente la letra del tema algo tenía que ver con su vida.
Marta ( * ), una joven cristiana hija de padres cristianos rompió una relación de varios años con su novio, también creyente, cuando ya tenían serios planes de ca-sarse. Él la maltrataba, la humillaba continuamente. Marta tuvo una niñez y juventud difícil. Su madre sumisa y sometida. Su papá dominante, posesivo y autoritario.
Tiempo después de romper con su novio se juntó con un hombre casado, que tam-bién la maltrató, pero con quien tuvo tres hijos. Años más tarde, terminó la relación con este hombre y se casó con otro mucho mayor que ella. Tuvo una niña con él, y al principio todo anduvo bien, pero los problemas no tardaron en llegar nuevamente.
Analía ( * ) otra joven como Marta, venía de soportar varias relaciones rotas. Sus anteriores novios la maltrataban física y verbalmente. Cuando por fin conoció a un joven que la trató dulce y consideradamente, fue ella misma la que rompió la rela-ción y lo abandonó. Creía que él era “demasiado” para ella. La siguiente relación fue más de lo mismo: maltrato y violencia.
“¿Mala suerte?” “¿El destino?” ¿La Voluntad de Dios? “¿Un maleficio creado por al-guien?”
Ninguna de estas opciones. Entre Bella, Marta y Analía hay denominadores comunes. Las tres llevan profundas heridas en sus almas, producto de maltrato y diversos grados de abuso durante su más tierna infancia e inclusive hasta su adolescencia. La incapacidad de tener una relación sana no se debe a la Voluntad de Dios, a la “mala suerte”, “al destino”, ni a ningún “maleficio” realizado por nadie. Las tres, como resultado de esto poseen una baja autoestima y están convencidas de que lo que les toca es lo que les corresponde.
Un alma herida hace daño, crea más almas heridas. La realidad es abrumadora. Un niño golpeado o abusado tiene muchas probabilidades de convertirse en un padre golpeador o abusador cuando adulto. Una niña que vivió tristes y penosas situaciones en su hogar, muy probablemente puede ser una de las jóvenes de nuestros ejemplos anteriores. Días atrás un compañero de trabajo que había engañado a su novia y había sido descubierto, se justificaba a sí mismo diciendo que tiempo atrás había hallado a su novia anterior con quien tenía planes de casarse, engañándolo con un amigo en común. Hoy no le importaba hacer lo mismo.
Un alma herida es como un lobo herido. Muerde y hace daño. Va desparramando ácido a su paso. Crea más almas heridas.
Amad@: La vida no es una sala de espera. Si has sufrido o aún sufres, situaciones de maltrato de cualquier índole o grado que sean, sin importar tu edad o sexo, te animamos a que BUSQUES AYUDA AHORA.
Autor: Luis Caccia Guerra