Africa: esclavitud siglo XXI
Desde Argentina uno ve al continente africano a través del romanticismo de las películas de producciones de Hollywood (viene a mi mente en este momento “Africa mía por ejemplo”), los documentales de National Geographic o los actos humanitarios de personalidades destacadas.
Siempre África queda muy lejos, se convierte en una realidad enórmemente distante y nos resulta cómodo que así sea.
Por alguna razón que solamente Dios conoce, nos tocó caminarla, comenzar a penetrar su muda realidad y descubrir que cientos de años después sigue existiendo la esclavitud.
Claro que Europa y EEUU aprendieron. Ya no llevan por la fuerza millones de mujeres y hombres encadenados como animales en mugrientos barcos. Ya no se los flagela hasta domar su dignidad de seres humanos.
La Europa de la post guerra descolonizó el continente africano permitiendo la formación de repúblicas independientes. Senegal por ejemplo ha declarado su libertad a partir de 1960 y desde entonces han ido sucediéndose uno tras otro gobiernos democráticos.
¿Pero cuál es el costo de esa supuesta libertad?
Un acuerdo de descolonización que obliga a los países francoparlantes a permitir que Francia explote libremente su economía prácticamente en forma monopólica, de modo que la energía eléctrica, la telefonía, los combustibles, los comestibles envasados y buena parte de los perecederos, la educación, la asistencia médica, la explotación minera y muchos otros etc. son de bandera francesa o de empresas privadas de ese país.
Así es, efectivamente la esclavitud sigue, aunque occidente ha encontrado un negocio mucho más rentable y socialmente más aceptable que la mano de obra humana en campos de azucar o de algodón.
Mientras tanto aquí las gentes sobreviven de las migajas que el poder económico occidental dona a modo de reemplazos del pan, cebolla y agua que antes se utilizaba como alimento de esclavos.
El poder económico se filtra en la política, en la religión, en la educación. Si uno le pregunta a un jóven de 18 años donde quiere estar cuando tenga 25 sin duda responde “En Europa”. Allí trabajan en lo que sea, ganando en Euros y viviendo miserablemente para poder girar ese dinero a sus familias de la África sub-sahariana.
Si tuvieras la posibilidad de caminar estas calles, y preguntarle a los habitantes de las ciudades cuál es su fuente de ingreso, de qué trabajan, o de qué viven, te dirán: “de mi pariente que está trabajando en España, Alemania o cualquier otro país Europeo.
Y los que no tienen parientes en el extranjero se arreglan consiguiendo unos francos diarios en la venta callejera o en pequeños comercios que venden mercadería de segunda o de tercera calidad también enviada por Europa (donde es invendible).
¿Cómo se visten? En los mercados se vende ropa americana de segunda mano (y de calidad inferior a la que ellos utilizan).
Y así, a los tumbos, el engranaje africano se va moviendo.
Otra de las secuelas de esta forma de esclavitud que somete la dignidad de los africanos es la desertificación.
Los desiertos avanzan. La temperatura aumenta, las fuentes de alimentación se reducen, la muerte acecha.
En Kenia falleció en estos días a los 71 años Wangari Maathai. Claro que estarás preguntándote quién es esta señora. Yo también hice la misma pregunta.
Ella fue ganadora del Premio Nobel de la Paz de 2004 por "sus contribuciones al desarrollo sostenible, a la democracia y a la paz". La activista keniana murió en un hospital en la capital del país, Nairobi, donde había recibido un tratamiento contra el cáncer. Sin duda un tratamiento “a lo africano”.
Wangari Maathai fue la primera africana laureada con el Premio Nobel de la Paz y la primera ecologista en recibir este galardón. Nació el 1 de abril de 1940. Estudió biología en Estados Unidos y en Alemania. Obtuvo la licenciatura y el título de master en universidades estadounidenses, luego regresó a Kenia y se doctoró en medicina veterinaria en la Universidad de Nairobi. Así se convirtió en la primera mujer de África Oriental en recibir el título de doctor.
En 1977 fundó y encabezó el “Movimiento Cinturón Verde”, un programa de protección medioambiental, gracias al cual se plantaron 20 millones de árboles en Kenia. En 1986 la iniciativa se convirtió en un movimiento panafricano de plantación de árboles.
Wangari Maathai fue secretaria de Estado para Medio Ambiente entre 2003 y finales de 2005. En 2005 fue elegida como la primera presidenta del Consejo Económico, Social y Cultural de la Unión Africana.
Vaya mi homenaje a esta africana, una de tantas luchadoras por una mejor calidad de vida en un continente que desde hace cientos de años sufre la injusticia del hombre por el hombre mismo.
La traigo a esta reflexión, porque ella no buscó ser famosa, ni rica. Tomó la pala para cavar pozos donde plantar árboles, la mejor forma de detener la desertificación.
Así como ella, conozco diariamente a muchos hombres y mujeres africanos u occidentales; ecologistas, misioneros, médicos, ingenieros. Donan su tiempo (nuestro bien más preciado) para restaurar de alguna forma aquello que una vez sus ancestros secuestraron de estas otrora ricas tierras.
Pero estos muchos anónimos también buscan libertar a los habitantes originarios de estas tierras de otra esclavitud, la espiritual, a la que se han visto sometidos por más de mil años los pueblos de la África al sur del Sahara.
El Islam ha entrado en el área de actual Senegal en el siglo 11 después de Cristo.
Los primeros convertidos pertenecían a la etnia Toucouleur pero avanzó hasta convertirse en un país laico con 95% de Islam.
Este mediodía compartíamos en la mesa las luchas religiosas en otros países de la región. Religiosas y étnicas ya que se pelean, se incendian, se matan entre distintas naciones originarias pero que además están divididas entre cristianos y musulmanes.
El cristianismo llegó a Senegal hace 150 años. ¿Porqué después de tantos misioneros, de tanto esfuerzo económico, de tantas iglesias que creen en las misiones, actualmente solo el 1% de la población corresponde a alguna fracción cristiana?
Por otra parte, ¿qué hemos hecho en estas gentes que en nombre del Jesús de la Paz, en nombre del cordero de Dios, miles de personas levantan sus manos con palos, con guadañas, con machetes o con armas de fuego para destruir al que piensa distinto?
¿Será que no aprendemos? ¿O será que en estos 150 años hemos enseñado mal?
Pienso que tristemente en muchos casos se ha usado la misión cristiana como una excusa para colonizar, para abrir puertas que de otro modo permanecerían cerradas.
¿Está mal eso?
Sí en la medida en que lo que mueve es la ambición, ya que “donde está el corazón del hombre está su tesoro”.
La tierra roja de los hombres color café; aquí, a miles de kilómetros de mi casa, hay familias que sufren una vida miserable.
¿Podemos revertir este proceso de desertificación pero espiritual?
¿podemos lograr que al vernos de color blanco no se les sigan cerrando las puertas del corazón, ya que inmediatamente y hasta en forma inconsciente, terminan pensando: “¿Qué querrá este blanquito?
Pueblos sometidos. Países desvastados. Guerra civil. mala nutrición. Pésima educación. Una espectativa de vida que no supera los 55 años.
Es tiempo de que como Iglesia de Jesús nos pongamos de pie.
Todo mi esfuerzo desde este país donde sirvo a Dios, es buscar que caiga el velo de tus ojos y desaparezca el miedo que paraliza tu corazón, para que seas uno más de los que se levantan de la comodidad de su banca en la congregación para decir: “Heme aquí, envíame a mí”.
Dios te bendiga
HECTOR SPACCAROTELLA
Desde Thies, Senegal, 09/02/2012
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