Se ha dicho que las vidas de los cristianos primitivos consistían de «persecución por encima del suelo y oración por debajo del suelo.» Sus vidas están expresadas por el Coliseo y las catacumbas. Debajo de Roma están los subterráneos que llamamos las catacumbas, que eran a la vez templos y tumbas. La primitiva Iglesia en Roma podría ser llamada con razón la Iglesia de las Catacumbas. Hay unas sesenta catacumbas cerca de Roma, en las que se han seguido unas seiscientas millas de galerías, y esto no es la totalidad. Estas galerías tienen una altura de alrededor de ocho pies (2,4 metros) y una anchura de entre tres a cinco pies (de casi 1 metro hasta 1,5), y contienen a cada lado varias hileras de recesos largos, bajos, horizontales, uno encima de otros como a modo de literas en un barco. En estos nichos eran puestos los cadáveres, y eran cerrados bien con una simple lápida de mármol, o con varias grandes losas de tierra cocida ligadas con mortero. En estas lápidas o losas hay grabados o pintados epitafios y símbolos. Tanto los paganos como los cristianos sepultaban a sus muertos en estas catacumbas. Cuando se abrieron los sepulcros cristianos, los esqueletos contaron su temible historia. Se encuentran cabezas separadas del cuerpo; costillas y clavículas rotas, huesos frecuentemente calcinados por el fuego. Pero a pesar de la terrible historia de persecución que podemos leer ahí, las inscripciones respiran paz, gozo y triunfo. Aquí tenemos unas cuantas:
«Aquí yace Marcia, puesta a reposar en un sueño de paz.»
«Lorenzo a su más dulce hijo, llevado por los ángeles.»
«Victorioso en paz y en Cristo.»
«Al ser llamado, se fue en paz.»
Recordemos, al leer estas inscripciones la historia que los esqueletos cuentan de persecución, tortura y fuego. Pero la plena fuerza de estos epitafios se aprecia cuando los contrastarnos con los epitafios paganos,
como:
«Vive para esta hora presente, porque de nada más estamos seguros.»
«Levanto mi mano contra los dioses que me arrebataron a los veinte años, aunque nada malo había hecho.»
«Una vez no era. Ahora no soy. Nada sé de ello, y no es mi preocupación.»
«Peregrino, no me maldigas cuando pases por aquí, porque estoy en tinieblas y no puedo responder.»
Los más frecuentes símbolos cristianos en las paredes de las catacumbas son el buen pastor con el cordero en sus hombros, una nave con todo el velamen, arpas, anclas, coronas, vides, y por encima de todo, el pez. J. Fox