Ha tratado alguna vez de mantener una conversación con un pequeñín? Mientras trata de hablarle, se imagina que ese es el momento de pasar un buen rato jugando con alguno de sus juguetes, de perseguir al gato o de buscar el pedazo de queso que quedó trabado entre los cojines del sofá la noche anterior. Es realmente difícil mantener su atención por más de dos minutos.
Probablemente es así como Dios se siente cuando está tratando de comunicarse con nosotros. Muchas personas oran un minuto aquí o allá durante sus días ocupados prestándole atención solo por un momento. Orar durante el día es bueno, pero también necesitamos apartar algún tiempo diario en que podamos concentrarnos en Él y prestarle toda nuestra atención. El problema es que aun entonces nos es difícil concentrar nuestra atención en Él. Es la llamada guerra de los pensamientos divagantes. Al orar pensamos en la lista de los mandados; el perro o los niños nos distraen; o nos damos cuenta de que el cuarto necesita una limpieza. Resulta ser que somos tan inquietos como los parvulitos cuando de prestar atención a Dios se trata.
Hablando con franqueza, la mayoría de las personas batallan con este problema. El nuestro es un mundo de distracciones, muchas de ellas tratan de dividir nuestra atención. Sin embargo, es una batalla que debemos continuar librando. Cuando nos acercamos a Dios, debemos pugnar por darle todo nuestro corazón, no solo parte del mismo. Dios no responde las oraciones de quienes tienen doble ánimo (Santiago 1.8).
Parte de la solución está en acercarnos a orar con una buena actitud y con el deseo de darle a Dios toda nuestra atención, tal como Jesús lo sugiere en Mateo 6.6. J. Maxwell