TOMÁS, TOMÁS
Juan 20:24 al 25 Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino.
Le dijeron, pues, los otros discípulos: Hemos visto al Señor. Y él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré.
Dice Anselm Grün que: “en la figura de Tomás, San Juan nos describe cómo nuestra fe en la resurrección puede crecer a través de las dudas. La figura de santo Tomás ha fascinado al mundo desde siempre. A menudo se lo ha visto como el incrédulo. Como en nuestro camino de fe, una y otra vez nos vemos acosados por la duda, podemos identificarnos con Tomás”.
Yo escuché otras veces hablar de este discípulo de Jesús como alguien cuya fe es débil. Como que mirándolo los otros seguidores del Mesías lo despreciaran por no creer.
Pero te pido que me ayudes a proyectarnos a aquellos momentos, a esos días.
Tomás estuvo ahí durante la última cena antes de morir. Escuchó hablar a su Mestro y amigo de los hechos que vendrían. Igual que el resto de los participantes de esa mesa, mucho de lo que escuchaba le resultaba completamente inentendible.
¿Cómo Jesús podía decir “esto es mi cuerpo”, “esto es mi sangre” y luego participarles el pan y el vino?
Dificil, muy dificil de entender para cualquiera hoy en día… ¿qué tanto más sería para alguien que no tenía formación intelectual sistemática en ninguna escuela, sino únicamente en la sinagoga judía, donde los rabinos le habían enseñado doctrinas en muchos casos contrarias a las que el Mesías le hablaba.
Pero además el vió su muerte. Quisiera que te pudieras parar por un momento frente a esa cruz, donde un hombre como vos o como yo, que ya había sido golpeado salvajemente y torturado, estaba colgado desnudo y con sus muñecas y sus pies perforados por enormes clavos que los atravezaban.
A través de sus heridas toda la sangre de su cuerpo se derramaba, de modo que insectos y animales de rapiña estarían sobre él y a sus pies.
Después de tres horas de durísima agonía, ese que le estaba mostrando algo tan revolucionario que le resultaba incomprensible (igual que a todos) moría, era descolgado y puesto en un sepulcro.
Realmente fue Tomás un hombre de carácter débil, de fe dudosa?
¿Si te hubiera tocado presenciar estos hechos, cómo reaccionarías vos?
La tradición antigua dice que Santo Tomás Apóstol fue martirizado en la India el 3 de julio del año 72. Parece que en los últimos años de su vida estuvo evangelizando en Persia y en la India, y que allí sufrió el martirio.
Hay solamente tres menciones de él en los evangelios:
La primera sucede cuando Jesús se dirige por última vez a Jerusalem, donde según lo que Él mismo había anunciado, sería atormentado y lo matarían. En este momento los discípulos sienten un impresionante temor acerca de los graves sucesos que pueden suceder y dicen a Jesús: "Los judíos quieren matarte y ¿vuelves allá?. Y es entonces cuando interviene Tomás, que por sobrenombre era conocido como “el dídimo” o “el gemelo”.
Buscalo conmigo en San Juan capítulo 11:
Jn. 11,16 "Tomás, llamado Dídimo, dijo a los demás: Vayamos también nosotros y muramos con Él".
¿Hubiera sido esa también tu reacción?
Si tu maestro, tu lider, tu pastor, te explica que tiene que ir a la ciudad donde lo van a matar, ¿vos también le dirías “voy con vos, así morimos juntos”?
Sin duda aquí el apóstol demuestra un valor admitable.
Él estaba seguro de una cosa: sucediera lo que sucediera, por grave y terrible que fuera, no quería abandonar a Jesús.
El valor no significa no tener miedo.
Si no experimentáramos miedo y temor, resultaría muy fácil hacer cualquier acto heroico. El verdadero valor se demuestra cuando se está seguro de que puede suceder lo peor, sentirse lleno de miedos, aterrorizado, y sin embargo arriesgarse a hacer lo que se tiene que hacer.
Estaba planificado que para febrero del año 2009 que ahora termina, yo hiciera un viaje misionero a Senegal de dos meses.
Ese país de África tiene un 94% de musulmanes, lo que cerró las fronteras a trabajos de misioneros cristianos y no pude viajar aunque tenía todo ordenado para hacerlo.
Mucha gente me dijo (y me sigue diciendo) ¿Senegal? ¿Vos ves lo que pasa a los cristianos que predican entre musulmanes? ¿porqué no buscás un lugar más tranquilo, de menos riesgo?
Solamente hace unos días un pastor me dijo cosas similares.
¿Tuve miedo de la posibilidad de viajar? ¡Claro!
Unos meses antes, un grupo de misioneros surcoreanos habían sido secuestrados por Talibanes en Agfanistan. ¿Te acordás?
Y las noticias de cristianos perseguidos en países de la ventana 10/40 son casi cotidianas.
¿Viajarías vos a Agfanistan, la India, Irán, Senegal, sabiendo del alto riesgo de no volver?
Equivalente a eso fue lo que hizo Tomás aquel día.
Tomás el Dídimo, es como nuestro mellizo, alguien que representa con exactitud lo que sentimos.
La segunda intervención que mencionan los evangelios sucedió en la Última Cena. Jesús les dijo a los apóstoles:
Juan 14:4 y 5 Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.
Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo, pues, podemos saber el camino?
Nadie de los presentes lograba entender el camino por el cual debía transitar Jesús, porque ese camino era el de la Cruz.
En ese momento ellos eran incapaces de comprender esto tan doloroso.
La duda era de todos, pero había uno que jamás podía decir que entendía algo que no lograba comprender. Hoy en día le dirían “el pregunton”. Tomás no quiso quedarse callado. Era demasiado sincero, y tomaba las cosas muy en serio, para decir externamente aquello que su interior no aceptaba. Tenía que estar seguro. De manera que le expresó a Jesús sus dudas y su incapacidad para entender aquello que Él les estaba diciendo.
Y Jesús le da una respuesta maravillosa:
Juan 14:6 Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Esta frase tenía para los judíos un significado mucho más profundo que para nosotros hoy.
En esta respuesta Jesús habla de tres cosas supremamente importantes para todo israelita: el Camino, la Verdad y la Vida. Para ellos el encontrar el verdadero camino para llegar a la santidad, y lograr tener la verdad y conseguir la vida verdadera, eran cosas extraordinariamente importantes.
En sus viajes por el desierto sabían muy bien que si equivocaban el camino estaban irremediablemente perdidos, pero que si lograban viajar por el camino seguro, llegarían a su destino. Pero Jesús no sólo anuncia que les mostrará a sus discípulos cuál es el camino a seguir, sino que declara que Él mismo es el Camino, la Verdad y la Vida.
Cuando viajo a una ciudad que no conozco, me pierdo seguro. Mi esposa siempre me dice “preguntale a alquien que sabe” y a veces mi machismo está suficientemente débil para hacerle caso.
Si le pregunto a alguien que que vive en el pueblo por ejemplo, ¿Dónde queda la casa de gobierno? Él puede decir algo así como “siga dos cuadras y después gire a la derecha 3 cuadras hasta que llegue a la avenida. Después gire a la izquierda y a las cinco cuadras llega”.
Cuando te dicen algo así, por ahí llegás y por ahí no. Pero si en vez de darnos eso respuesta nos dice: "Sígame, que yo voy para allá", entonces sí que vamos a llegar con toda seguridad. Es lo que hizo Jesús: No sólo les dijo a sus discípulos y a nosotros cual era el camino para llegar, sino que afirma solemnemente: "Yo voy para allá, síganme, que yo soy el Camino para llegar con toda seguridad".
Pero para obtener esa respuesta era necesario hacer la pregunta que Tomás hizo.
Pero observemos con atención cómo narra San Juan la conducta de Tomás. Tomás no estuvo cuando Jesús apareció ante los discípulos en la noche de Pascua y sopló sobre ellos el Espíritu Santo.
Cuando los discípulos se lo cuentan, en la tercera aparición de los evangelios, él responde:
Jn 20, 25 "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré"
En realidad, aquí no estamos frente a Tomás el incrédulo, sino frente a alguien que busca la experiencia. No le resulta suficiente creer aquello que los otros le narran. Él quiere ver por sí mismo, palpar por sí mismo, tocar por sí mismo.
Cuando voy a la iglesia y alguien dice “se siente la Presencia de Dios” no me conformo con sus palabras. Oro para sentirla también.
Cuando el coro canta “Jesús está aquí” yo quiero vivirlo.
Que nadie me lo cuente. Quiero vivir la experiencia.
Eso le pasó a Tomás. Recién entonces estaría listo para creer.
Dice Anselm Grún que: San Juan nos invita a ir a la escuela de Tomás y aprender como él la fe en la resurrección. Nuestra fe necesita la experiencia. Aceptar como verdadero lo que otros nos dicen va en contra de nuestros principios. Es lícito nuestro deseo de la experiencia divina, de la experiencia de resurrección.
Está bien, dice el escritor, es válido que te preguntes. Es válido que reclames por vivir la experiencia. ¡No me lo cuenten! ¡quiero vivirlo yo personalmente!
Jesús le permite a Tomás lo que le negó a María Magdalena: tocar sus manos y su costado. En la noche de Pascua, sólo les mostró a sus discípulos sus manos y su costado. Y ahora pide a Tomás que deposite sus dedos en las cicatrices de las heridas de sus manos y que toque con su mano su costado abierto.
¿Dónde querés pararte vos?
¿Hasta dónde querés llegar? ¿Cuándo es suficiente?
¿Hasta qué punto podés hablar con Jesús con la valentía que habló Tomas, y decirle ¡Quiero verlo!?
¿Qué significaría para vos poder tocar con tus dedos las heridas de Jesús?
¿Hasta dónde experimentaste su Resurrección, para poder ser testigo del hecho que justifica nuestra fe?
¿Cuál es tu convicción cuando hablando de Cristo a otros, le decís que resucitó y está vivo ahora y aquí?
SI, YO TAMBIÉN, SEÑOR, QUIERO TOCAR TUS MANOS Y TU COSTADO!
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net
- inspirado en un texto DE ANSELM GRÜN, del que tomé algunos comentarios.