Contra los Quilmes, en nombre de Dios
A principios de los
años 90 anunciaron que vendría a mi ciudad el cantante argentino Victor
Heredia.
No sabíamos qué
traía pero ya habíamos tenido la maravillosa experiencia de escucharlo también
en vivo en las puertas de la naciente democracia luego de la dictadura militar
argentina, recién asumido el presidente Alfonsín a fines de 1983.
Heredia había
estado proscripto durante la dictadura y haber vivido aquel encuentro con su
música en un gimnasio repleto de gente donde tanto él como quienes escuchábamos
nos emocionamos hasta las lágrimas, hizo que también en esta ocasión, 9 años
después, fueramos de los primeros en comprar las entradas para volver a
escucharlo.
Y esta vez volvió a
sorprenderme.
El espectáculo que
presentó en aquel 1992 fue TAKI ONGOY. Una serie de canciones que mostraban que
la historia de América podía ser contada desde otro ángulo distinto del que la
habíamos escuchado en la escuela.
Como él mismo
decía, “quienes
suponen que la historia puede ser contada desde una sola posición, desde un
solo punto de vista, se equivocan. (…) Esta versión es la de los vencidos, los
que aparentemente han sido derrotados, el reverso de la moneda que hasta ahora
nos han mostrado los vencedores: pues para saber hasta qué punto ha sido vencida
una cultura que subyace en nuestra memoria colectiva y pugna tozudamente por
perdurar a través de los siglos y lo consigue con la permanencia de sus ritos y
creencias ancestrales, con la permanente vigilia de quienes son descendientes
directos de los que alguna vez fueron dueños de estos territorios y del
continente entero, con la inevitable emoción que nos embarga con el sonido de
una quena, un erke, un sikus, golpea nuestro corazón y nos remite
involuntariamente a una zona que nuestra memoria reconoce” (1)
Y acompañaba cada una de las canciones que
iban emergiendo con imágenes proyectadas sobre pantallas. Fotografías de las
distintas ciudades que hoy son ruinas de una cultura milenaria, construida oir
los pueblos originarios de esta América en la que vivimos.
Taki Ongoy habla de los pueblos aborígenes,
de aztecas, mayas, incas, comechingones, guaraníes, diaguitas, etc… que
sistemáticamente fueron diezmados o directamente masacrados por el conquistador
español.
Claro que era una historia distinta. El lado
oculto de una moneda que nos había sido mostrada solamente en una de sus caras
durante años de educación formal e institucional.
Cuando hablamos de escuela en Argentina,
hablamos de Sarmiento. Alguien que se asocia con el modelo de maestro y que
llegó a ser presidente de este país entre los años 1868 y 1874.
Hablando de los pueblos originarios, él
escribió:
"Por los salvajes de América siento una
invencible repugnancia sin poderlo remediar... son unos indios asquerosos a
quienes mandaría colgar... son unos indios piojosos... incapaces de progreso,
su exterminio es providencial y útil, sublime y grande. Se los debe exterminar
sin siquiera perdonar al pequeño, que tiene ya el odio instintivo al hombre
civilizado" (2).
Con ese estilo de pensamiento fue
construida la Argentina en la que vivimos. Y claro que estas ideas no están
limitadas por la alambrada de una frontera, sino que toda la América moderna fue
construida bajo el mandato de estos pensadores.
¿Habrá alguna ciudad de nuestro país que no
tenga una avenida llamada “Roca”? Si hasta los billetes que usamos como dinero
reproducen su rostro y su valeroso ejército llevando adelante la “campaña del
desierto” cuyo objetivo no era otro que el genocidio de borrar del mapa las
naciones indígenas que eran propietarios naturales de estas tierras.
¿Para qué?
Para que esas tierras expropiadas fueran
entregadas a los generales que formaban el ejército argentino, y que en muchos
casos sus descendientes todavía hoy siguen poseyendo.
¿Porqué todas estas reflexiones en medio de
la construcción de un articulo de pensamiento cristiano?
Porque recordaba que en 2010 visitamos con
mi esposa en la provincia de Tucumán de Argentina, en medio de los bellísimos
valles Calchaquíes, la “ciudad sagrada de
los Quilmes”.
Sin duda mucho tengo para contarte
reflejando en parte nuestro caminar en compañía de un guía de la nación Quilmes
(o Quelmes, o Kilmes; no había lenguaje escrito de modo que la forma en que
esta nación es identificada es simplemente una interpretación fonética).
Y es que cuando comenzaba el ascenso de esa
montaña donde hoy están las ruinas de una ciudad donde vivían 12.000 personas,
me acordé textos como el que te transcribo:
“Bajaron de sus barcos de hierro: sus cuerpos envueltos
por todas partes y sus caras blancas y el cabello amarillo y la ambición y el
engaño y la traición y nuestro dolor de siglos reflejado en sus ojos inquietos;
nada quedó en pie.
Todo lo arrasaron, todo lo quemaron, lo aplastaron, lo
torturaron, lo mataron. Cincuenta y seis millones de hermanos indios esperan
desde su oscura muerte. Desde su espantoso genocidio, que la luz que aún arde
como ejemplo de lo que fueron algunas de las más grandes culturas del mundo, se
propague y arda en una llama enorme que alumbre por fín nuestra verdadera
identidad. (…)
(…) y que se sepa la terrible verdad de cómo mataron y
esclavizaron a un continente entero para squear la plata, el oro y la tierra.
De cómo nos quitaron hasta nuestras lenguas, y cambiaron nuestros dioses
atemorizándonos con horribles castigos. Como si pudiera haber castigo mayor que
el de haberlos confundido con nuestros propios dioses y dejado que entraran en
nuestras casas, templos, valles y montañas. (3)
Hace años se presentó en la congregación
una misionera argentina de Comodoro Rivadavia, que venía de una experiencia de
misión cristiana en Senegal, África.
Subió a predicar vestida con ropas típicas
y también acompañó su mensaje con fotografías y filmaciones de la realidad de
ese pueblo que había visitado.
Allí se despertó en mí una vocación
misionera, la necesidad de llevar el mensaje de Cristo a quienes no han tenido
la oportunidad de recibirlo.
Pero también un enorme signo de
interrogación: ¿Cuál debía ser el procedimiento? ¿Qué mensaje teníamos que
llevar? ¿Qué había que hacer con las culturas, con las tradiciones, con los
dioses, con el idioma de los pueblos misionados?
Sin dudas no será el objetivo de un
misionero cristiano hoy en día saquear las riquezas de los pueblos originarios
(ya se han ocupado nuestros antepasados de eso). ¿Pero tenemos que inundarlos
con nuestras Biblias, inculcarles nuestras costumbres, nuestros idiomas
quitándole valor como demoníaco a todo lo que es parte de su realidad cultural
milenaria?
En Taki Ongoy, una de las canciones que
interpreta Victor Heredia dice:
Creo en mis dioses, creo en mis huacas,
Creo en la vida y en la bondad de Viracocha
Creo en Inti y Pachacamac.
Como mi charqui, tomo mi chicha,
Tengo mi coya, mi cumbí.
Lloro mis mallquis, hago mi chuño
Y en esta pacha quiero vivir.
Tu me presentas Runa Valverde
Junto a Pizarro, un nuevo dios.
Me das un libro que llamas Biblia
Con el que dices habla tu Dios:
Nada se escucha por más que intento,
Tu Dios no me habla, quiere callar.
¿Porqué me matas si no comprendo?
Tu libro no habla, no quiere hablar”. (4)
Estas duras letras muestran la forma en que
eran vistos los conquistadores europeos. Hombres como Pizarro, disfrazados de
dioses y confundidos con Viracocha (la principal deidad del pueblo Inca), que
había sido profetizado por los antiguos de esa nación que vendría del mar.
Y con ellos, con estos conquistadores que
violaban, mataban, destruían, saqueaban, venían otros hombres que llevaban
cruces en una mano y Biblias en la otra.
Sin duda que el mensaje que esos hombres
daban no tenía mucho que ver con el de Cristo (aunque recitaran de memoria cada
versículo de los Evangelios)
Esa fue poco más o menos la realidad que
encontramos entre los que hoy son descendientes de la nación Quilmes.
Soy consciente que si sos argentino, cuando
nombro esta palabra vos pensás en una cerveza o en una ciudad del gran Buenos
Aires.
Pero la historia es mucho más antigua.
La etnia de los indios Quilmes tenían su
principal asentamiento en una ciudad ubicada a 183 km de San Miguel de Tucumán,
donde vivían desde antes de comienzos de la era cristiana, aunque hay piedras
talladas y rastros que remontan sus rastros hasta 10.000 años atrás. Eran un
pueblo que se dedicaba a la agricultura. Como el resto de las naciones
indígenas de los valles calchaquíes, construían sus fortalezas en las laderas
de las montañas apostando atalayas que anunciaran cualquier intento de ataque o
invasión que pretendiera quitarles esa porción de suelo fertil donde
milenariamente habían vivido.
Durante siglos los quilmes fueron los
dueños indiscutibles del suelo que ocupaban, pero a fines del siglo XV sucedió
algo que sería el principio de radicales e irreversibles cambios futuros. Hacia 1480 comenzó la invasión Inca del
norte, con lo que debieron aprender sus costumbres, su idioma, adorar sus
dioses.
Y detrás del Inca llegó el español.
En 1536 pasa por los valles calchaquíes
rumbo al noroeste argentino Diego de Almagro.
Con él, como dicen los relatos que te
compartí antes, aparece para los quilmes una amenaza nunca antes vivida.
Los invasores pertenecían a una raza
desconocida, se vestían de una forma nunca vista, hablaban un idioma nunca
antes escuchado y poseían armas absolutamente novedosas como lanzas y espadas
de acero, además de primitivas armas de fuego. (5)
Los quilmes resistieron durante 130 años al
enemigo español. Hubo incontables muertes, destrucción, asolamiento,
violaciones.
Finalmente para destruir el poder de la
raza, para debilitarlos y dominarlos, alrededor de 2000 indios fueron llevados
a pie hasta Buenos Aires. Maltratados y mal alimentados, caminaron más de 1200
km durante alrededor de 10 meses. Los enfermos y ancianos iban cayendo en el
camino y a los que aún estaban de pie les era prohibido asistirlos.
Llegaron a lo que hoy es Quilmes, en el
gran Buenos Aires, alrededor de 400 individuos. Allí vivieron en esclavitud
hasta 1812.
Recién en 2007 el gobierno argentino vuelve
a dar a sus descendientes la propiedad y legítimo derecho a usufructo de sus
tierras.
Claro que podría abundar más sobre la
historia de esta etnia, aunque hay mucho para que leas en caso que quieras
profundizar sobre el tema.
La pregunta, las preguntas que quedan y las
que motivan esta reflexión tienen que ver con nuestra tarea como Iglesia de
Cristo, cualquiera sea la denominación a la que pertenezcas. Hemos sido
llamados a llevar el Evangelio hasta los confines de la Tierra, según reza
Marcos:
Marcos 16:15 Y les dijo: Id por
todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.
¿Pero de qué forma? ¿qué es lo que Cristo
haría hoy si por ejemplo llegara hasta un pueblo de los muchos que ni siquiera
conocen su Nombre ni quién es? ¿De qué forma les hablaría? ¿Qué sería a sus
ojos lo más importante que tendría que decirles? ¿Qué es a ojos de Jesús, lo
que esas muchas naciones no evangelizadas necesitan hoy para que sus vidas sean
renovadas por el Evangelio?
Cuando compartía estos pensamientos con el hombre
Quilmes que nos había conducido por la ciudad sagrada, solamente sonrió y me
leyó versos escritos por él mismo:
“te
doy mi montaña,
la
ciudad donde vivieron mis ancestros,
la
ciudad donde mucha sangre de mi raza fue derramada
buscando
no perder su identidad”.
Y había que caminarla y sentirla, había
mucho que aprender para tener la autoridad necesaria para hablar.
Había mucho que pedir perdón… a ellos y a
Dios, por los muchos hombres que en Su Nombre y blandiendo la Biblia en una
mano, terminaron usando la Espada de la Palabra como elemento de destrucción y
esclavitud.
Mucho por hacer antes de hablar.
Mucho por escuchar, mucho por aprender.
Tiempo de probablemente guardar silencio
ara poder escuchar gritos muy antiguos… gritos milenarios de infinita tristeza.
Seguramente que Cristo también murió por
ellos, aunque nosotros hayamos estropeado Su Obra Redentora movidos por la
ambición y por haber cedido al poder de quienes solamente buscaban enriquecerse
invocando al Dios Altísimo.
(1)
Tomado de la introducción que
Heredia hace en la presentación del cd.
(2)
Frases pronunciadas por Domingo
Faustino Sarmiento y que fueron recogidas en los diarios de la época "El Nacional (25/11/1876)" y
"El Progreso (27/9/1844)"
(3)
Pláticas
de los sabios y ancianos Nahuaxl-huahatlacolli)
(4)
La
letra de la canción “Encuentro en Cajamarca”
(5)
Los
Quilmes legendarios pobladores de los Valles Calchaquíes, Teresa Piossek
Prebisch, 2007
HECTOR SPACCAROTELLA
tiempodevocional@hotmail.com
www.puntospacca.net