¡ORA MUJER, ORA!
Este tema pretende invitar a todas ustedes a la más profunda de todas las reflexiones y me gustaría que pusiéramos especial atención en una pregunta importante: ¿Qué significa orar? Ésta nos abrirá un abanico de posibilidades mentales contempladas desde el marco de la fe.
Y la fe, enfocada desde el punto de vista individual, nos permite incursionar en un ámbito interior nuevo, distinto al que pudieran contemplar nuestros ojos ante lo que vemos y pensamos, pero que no sabemos, discernir lo que sentimos, porque aún no hemos aprendido a desarrollar ni a manejar las virtudes de la intuición correctamente.
La magia de la fe, obra maravillas es verdad, pero una fe sin conocimiento de causa y sin acción, se convierte automáticamente en una fe muerta, yerta ¡sin vida! y no podemos, ni debemos definitivamente darnos el lujo de poner nuestra fe, nuestra confianza y nuestra esperanza sólo en lo que otros dicen y hacen, sin haberlo experimentado anticipadamente en pellejo propio.
La mujer inteligente y sabia, implementa sus muy personales métodos para aumentar sus conocimientos propios y también los adquiridos en cualquier materia, o ámbito de vida, pero llevándolos a la práctica y dejar de esa manera de repetir como loros lo que otros hacen o dicen, imitando mecánicamente a todos. ¿Cómo esperar entonces que los milagros lleguen? me parecería algo totalmente absurdo.
La oración por lo tanto, no se debe imitar ni limitar, porque no se trata de un servicio público místico cualquiera, o de un producto pirata para el alma. La oración de una mujer debe salir del corazón de manera sencilla, franca y abierta, sin frases rimbombantes, porque para hablar con Dios, no se necesitan ni se requieren frases rebuscadas ni rimbombantes, se busca encontrar sí, la magia divina de una sincera entrega de amor, pero con respeto y devoción, pues para aprender a orar, también se requiere de una profunda reflexión convictiva, que deje en claro la congruencia entre lo que pensamos y lo que sentimos, poniendo de manifiesto y en manos del Creador, nuestra vocación espiritual.
La oración se constituye en la llave maestra, no es una copia barata o una imitación. La oración es única, autónoma, libre, soberana y propiedad exclusiva del corazón.
Aprendamos entonces a convertir y a transformar la diferencia que existe de un: “llorar”, en un: “Yo orar”, que son dos cosas totalmente distintas. Con lágrimas sólo se puede lograr que lavemos el alma superficialmente, y puede que hasta descansemos por un rato, pero orar con el corazón, es hablar con el Todopoderoso, es ponernos anímicamente en contacto directo con Dios.
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