Para ti, Esperanza, esa loca que nos hace ver que todo es posible y nos anima a lograrlo.
La Esperanza no tiene quien la cuide. Está cansada de dar ánimos y se agota. A ella acuden los menesterosos buscando soluciones rápidas. A ella los buscadores de riquezas. A ella los desesperados. A ella los buscadores de venganza pidiendo caminos para saciar su sed de hacer el mal. A ella todos y para todo.
La Esperanza está triste. Triste de su largo caminar queriendo hacer el bien, haciendo oídos sordos a quienes la buscan con malas intenciones.
La Esperanza va creando vida, mostrando nuevas expectativas sin que nadie regrese a agradecerle nada, aún sabiendo donde encontrarla.
Con ella todo parece posible. Con ella los sueños en el futuro deleitan las noches. La Esperanza reaviva los buenos deseos, mas se hunde en el fango con la dura carga depositada en sus alforjas. De tanto y tanto dar, apenas respira, apenas camina, apenas descansa, apenas come.
¿Qué haremos, amigos y amigas, cuando la Esperanza fallezca? ¿Rememoraremos aquellos tiempos en los que nos fue eficaz? ¿Dejará de ser futuro para convertirse en aquel añorado pasado? ¿Reiremos celebrando las ilusiones que depositó en nuestras vidas desinteresadamente? ¿Será quizás el tiempo ahora de rescatarla de su muerte antes de que esta se produzca? ¿Será el momento de realzar su lugar en nuestras vidas y devolverle así la suya?
La Esperanza está enferma. Necesita cuidados intensivos. Es vital no sustentarla con ilusiones tóxicas. Necesita inhalar pureza. Beber seriedad. Rehabilitarse en actos que valgan la pena. Y nunca sola, sí con todos.
Para que la Esperanza resurja, hay que trabajar a su lado. No esperar que venga de visita. Hay que salir a su encuentro, felicitarla. De la mano con ella, lograr nuestros objetivos. Reconocer su labor.
La esperanza no abandonaría jamás al infeliz que la busca*, pero el infeliz, tú y yo, nos soltamos de su lazo al pensar que nos defrauda y nos rebelamos contra ella, la herimos, por no ser más rápida.
* Francis Beaumont y John Phineas Fletcher
La Esperanza no tiene quien la cuide. Está cansada de dar ánimos y se agota. A ella acuden los menesterosos buscando soluciones rápidas. A ella los buscadores de riquezas. A ella los desesperados. A ella los buscadores de venganza pidiendo caminos para saciar su sed de hacer el mal. A ella todos y para todo.
La Esperanza está triste. Triste de su largo caminar queriendo hacer el bien, haciendo oídos sordos a quienes la buscan con malas intenciones.
La Esperanza va creando vida, mostrando nuevas expectativas sin que nadie regrese a agradecerle nada, aún sabiendo donde encontrarla.
Con ella todo parece posible. Con ella los sueños en el futuro deleitan las noches. La Esperanza reaviva los buenos deseos, mas se hunde en el fango con la dura carga depositada en sus alforjas. De tanto y tanto dar, apenas respira, apenas camina, apenas descansa, apenas come.
¿Qué haremos, amigos y amigas, cuando la Esperanza fallezca? ¿Rememoraremos aquellos tiempos en los que nos fue eficaz? ¿Dejará de ser futuro para convertirse en aquel añorado pasado? ¿Reiremos celebrando las ilusiones que depositó en nuestras vidas desinteresadamente? ¿Será quizás el tiempo ahora de rescatarla de su muerte antes de que esta se produzca? ¿Será el momento de realzar su lugar en nuestras vidas y devolverle así la suya?
La Esperanza está enferma. Necesita cuidados intensivos. Es vital no sustentarla con ilusiones tóxicas. Necesita inhalar pureza. Beber seriedad. Rehabilitarse en actos que valgan la pena. Y nunca sola, sí con todos.
Para que la Esperanza resurja, hay que trabajar a su lado. No esperar que venga de visita. Hay que salir a su encuentro, felicitarla. De la mano con ella, lograr nuestros objetivos. Reconocer su labor.
La esperanza no abandonaría jamás al infeliz que la busca*, pero el infeliz, tú y yo, nos soltamos de su lazo al pensar que nos defrauda y nos rebelamos contra ella, la herimos, por no ser más rápida.
* Francis Beaumont y John Phineas Fletcher